¿Le gustaría que su jornada laboral fuera de cuatro días (32 horas)? Fue la medida estrella del programa electoral de Más País para el 10-N y volvió estos días a la palestra en forma de una rechazada enmienda a los Presupuestos Generales del Estado (PGE). El partido que dirige Íñigo Errejón defendía crear una asignación de 50 millones de euros con cargo al Fondo de Recuperación y Resiliencia para compensar a las empresas, de modo que los trabajadores pudieran reducir su tiempo de trabajo semanal sin ver mermado su salario. 

Este mismo jueves, el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, dijo al respecto: "La propuesta es interesante y me consta que el Ministerio de Trabajo de Yolanda Díaz la está estudiando, y en el marco del diálogo social se va a explorar porque favorecería sin duda la generación de empleo".

Debates políticos a un margen, desde D+I queremos analizar si la transición hacia una economía digital podría ser la clave para devolvernos algo del tiempo libre que hemos perdido durante las últimas décadas. 

La idea de que la tecnología es una herramienta de productividad y, por ende, podría ayudarnos a sacar adelante el mismo volumen de trabajo en menos tiempo no es nueva. En 1930 John Keynes pronosticó que en el siguiente siglo haría falta una semana laboral de 15 horas para aumentar la productividad entre 4 y 8 veces. Ya hemos multiplicado por 8 la productividad, pero estamos muy lejos de trabajar 15 horas a la semana. 

El diagnóstico: ¿dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos?

La realidad ha resultado ser mucho más compleja y desafiante. En los últimos años, las sucesivas crisis económicas, la globalización y la mal llamada "uberización del trabajo" han traído un incremento de la precariedad entre algunos colectivos. La gig economy hace posible nuevas fórmulas flexibles de empleo parcial, lo cual a priori puede parecer positivo, si bien esta flexibilidad se ha unido en muchos casos a remuneraciones decrecientes. Mientras tanto, según constatan los datos del Banco Mundial, continúa aumentando la desigualdad global: los pobres son un poco menos pobres, pero unos pocos ricos son mucho más ricos. Como decía el escritor Willian Gibson: “El futuro ya está aquí, lo que ocurre es que no ha sido equitativamente distribuido”. 

En segundo lugar, observamos que el impacto de la automatización es muy desigual. Las máquinas eliminan puestos de trabajo a un ritmo muy superior al que la nueva economía es capaz de generar. El World Economic Forum estimaba que, entre 2015 y 2020 y solo en el sector industrial, la digitalización provocaría la desaparición de 7,1 millones de trabajadores en Europa. A cambio, se crearían 2,1 millones de nuevos puestos, en su mayoría relacionados con las nuevas capacidades y habilidades digitales (ingenieros, informáticos y matemáticos, principalmente). El saldo neto arrojaba una pérdida de 5 millones de empleos.

La automatización se ensaña especialmente con los trabajos con una cualificación media. Así lo explicaba David Rotman, editor de la publicación MIT Technology Review, en el artículo 'De cómo la tecnología está destruyendo el empleo': “Proliferan los empleos que exigen creatividad y habilidad, a menudo auxiliados por ordenadores. También lo han hecho los trabajos para la mano de obra no cualificada” [más barata que invertir en cierto tipo de robots]. Todos los trabajos en la parte intermedia de la pirámide corren el peligro de desaparecer antes de que hayamos tenido tiempo de inventar nuevos modelos laborales flexibles y sostenibles.

Y para complicarlo todo un poco más, la competencia es crecientemente global. Tu rival para acceder a un puesto de trabajo no necesariamente tiene que vivir en tu misma ciudad, ni en tu mismo país. “Más que nunca antes en la Historia, los individuos se dividirán en dos grandes grupos. Solo quienes ofrezcan un valor añadido diferencial podrán seguir manteniendo unas altas rentas del trabajo. El resto de los trabajadores, sin una diferenciación clara, podrán ser sustituidos por empleados de bajo coste de países emergentes o, debido a la presión de los mismos, verán cómo sus salarios van irremediablemente a la baja. (…) Vamos hacia un mundo polarizado, pero radicalmente abierto”, predice Juan Martínez-Barea, embajador en España de Singularity University, en 'El mundo que viene'. 

Proxyclick Visitor Management System, Unsplash.

Todo esto no ha hecho más que empezar. La conectividad 5G -hasta 100 veces más rápida que la actual- facilitará un despegue de algunas tendencias tecnológicas que apenas han empezado a asomar la cabeza. El desarrollo y la combinación de tendencias como el Internet de las Cosas, la robotización, la realidad aumentada y la inteligencia artificial permitirán, en un plazo de tiempo muy corto, multiplicar la eficiencia de procesos e incrementar la "inteligencia" de las organizaciones. 

El tratamiento: ¿qué soluciones se plantean?

La primera gran receta contra los efectos adversos de la digitalización es la reinvención del sistema educativo. Los empleos del mañana exigirán unas habilidades de flexibilidad, creatividad y capacidad analítica muy diferentes al modelo clásico de memorizar temarios. También, una hiperespecialización que difícilmente podrá abordar por sí solo un sistema público de educación universal. La nueva Ley Celaá queda lejos de abordar una reforma estructural tan profunda. Asimismo, los trabajadores tendrán que actualizar sus capacidades y conocimientos varias veces a lo largo de su carrera profesional.

Parte de la responsabilidad para el reskilling y upskilling de los trabajadores recae en las empresas. Un informe de Accenture Strategy estimaba en 2018 que una mayor inversión en inteligencia artificial podría disparar los ingresos de las organizaciones un 38% para el año 2022 e impulsar el empleo un 10%. Eso sí, las compañías tenían que hacer sus deberes: invertir en formación y reconfigurar sus plantillas para sacar el máximo rendimiento de la combinación de personas y máquinas.

En segundo lugar, se contemplan nuevos mecanismos de redistribución de riqueza. Incluso toman fuerza las voces que defienden que algún tipo de renta básica universal podría incentivar que las personas invirtieran en su propia formación digital. Al menos, hasta que la nueva economía tuviera el tiempo para compensar la destrucción de viejos empleos

Por otra parte, harán falta cambios estructurales regulatorios e incluso culturales. El Pacto de Toledo estudia fórmulas para gravar fiscalmente a los robots en España. “Creo que sí es posible que la tecnología nos permita algún día trabajar menos horas. Pero para eso es necesario reconsiderar el esquema de valores de nuestra sociedad. Hoy en día el trabajo forma una parte muy importante de nuestra identidad, y no solo entre las profesiones liberales: somos el estanquero, el hijo del carnicero… Trabajar menos horas implicará resignificar el ocio”, reflexiona para D+I José María Lassalle, director del Foro de Humanismo Tecnológico de Esade.

La experiencia de los pioneros

Ya hay algunas experiencias de reducción de la jornada laboral a 4 días semanales. La mayoría, desde el sector privado. Es el caso de Microsoft en Japón o la cadena de comida rápida Shake Shack en algunos de sus centros de Las Vegas. Los resultados provisionales son esperanzadores, pero todavía no han extendido el modelo al resto de la organización. En Nueva Zelanda encontramos una compañía que sí lo ha hecho, Perpetual Guardian. Igualmente encontramos una empresa como Treehouse que ha dado marcha atrás.

En todo este contexto, aparece la pandemia de la Covid-19. Esta crisis está acelerando la transformación digital de empresas, administraciones y ciudadanos, y saca a relucir la emergencia del debate económico, político y social sobre todas estas cuestiones. 

En el futuro, si sabemos aprovechar la oportunidad, puede que logremos alcanzar una buena convivencia entre humanos y máquinas. “Las decisiones racionales las tomará un algoritmo. Las personas tomaremos las decisiones irracionales, que son todas aquellas que tienen que ver con nuestros principios y valores”, concluyó el martes la Secretaria de Estado de Digitalización e IA Carme Artigas, en el marco de un evento organizado por Esade.

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