En uno de los recurrentes argumentos acerca del descubrimiento (o conquista) de América por parte de España, siempre surge el manido 'robo del oro' del otro lado del Atlántico. En el imaginario colectivo está bien asentada esa estampa, la de intrépidos y avariciosos conquistadores patrios cargando barcos llenos del preciado metal con destino a la península. Eso sí, con la mala suerte de que apenas un poco se quedaba realmente en nuestro territorio, contando lo que se perdía en las travesías y lo que destinaba nuestro país a pagar su ingente deuda exterior.

El caso es que esa imagen, más allá de criterios políticos o afirmaciones interesadas y vistas desde el injusto prisma cultural actual, es bastante certera. Un nuevo paper publicado por los investigadores Yao Chen, Nuno Palma y Félix Ward afirma incluso que más de la mitad del crecimiento económico de Europa Occidental en la era moderna se puede atribuir a los metales preciosos llegados desde el continente americano.

"Su llegada promovió la intensificación del comercio y la formación de capital [...] colocando a los receptores de segunda etapa en Europa en una zona particulamente afortunada que disfrutó de inyecciones monetarias al tiempo que se aisló de las crisis financieras", afirma el análisis.

Quizás puedan estar pensando, a estas alturas de esta insulsa columna, dónde está la serendipia sino deja de ser la crónica de una historia mil veces narrada. Lo que quiero plantearle, querido lector, es que trace conmigo un paralelismo hacia el momento actual y sustituya el brillante metal dorado por el -no menos manido- 'oro' digital: los datos.

La pugna entre Europa y Estados Unidos acerca del control, propiedad y gestión de la información digital no es nada nuevo. En un lado, un modelo que apuesta -al menos en teoría, como denunciaba esta semana Esther Paniagua en este mismo medio- por darle el máximo poder al propietario último de los datos (el ciudadano) y restringir el uso que las grandes corporaciones tecnológicas hacen de ellos. En el otro, el libre mercado y la fórmula por la que todos los datos del mundo acabarían en California, en los centros de datos de las 'big tech'.

Se cuentan ya por decenas las violaciones del Reglamento General de Protección de Datos. Y, como hemos visto con los últimos casos que han afectado, sin ir más lejos, a Meta en Irlanda, la causa ha sido el desvío injustificado e ilegal de datos personales de ciudadanos europeos a EEUU. Aquí no hay barcos transportando oro, sólo cables submarinos moviendo unos y ceros de un CPD a otro.

A simple vista puede parecer una mera práctica comercial agresiva, un intento de consolidar un liderazgo empresarial en un sector determinado. Sin embargo, cabe recordar aquí los resultados del paper que mencionaba: que el 'oro' digital acabe en otro lugar puede traer consigo carambolas económicas a largo plazo que perduren durante siglos. 

La urgencia y la obligación de sentar bases legales sólidas, que sean ejecutadas con celeridad y eficacia, queda más patente que nunca. Veremos si las resoluciones de la distinta normativa comunitaria, que deberían producirse durante la presidencia española del Consejo en el segundo semestre del año, cumplen con esta premisa. De lo contrario, los historiadores y economistas podrán estudiar este momento como un claro ejemplo de que el ser humano no aprende al tropezar en la misma piedra.