Hace un par de meses los ‘abuelos’ saltaron a todos los medios de comunicación del país y fue gracias a una sola persona, Carlos San Juan, un pensionista de 78 años que logró movilizar a toda una generación de mayores con el eslogan #SoyMayorNoIdiota. Tras ello, la Banca que era el sector, ni más ni menos, al que se le pedían medidas inmediatas, reaccionó casi al unísono para mejorar la atención al cliente y la accesibilidad de los más vulnerables.  

El Protocolo firmado, que no Ley, establece el compromiso de la ampliación horaria de las sucursales, la atención personalizada para este colectivo y, lo más importante, una atención telefónica a través de un interlocutor humano para solventar todas sus dudas y trámites.

Sobre la brecha digital y generacional, la de las personas mayores, ya escribí hace casi un año, puesto que era consciente de cómo necesitaban conectarse a internet más que nunca, especialmente tras el aislamiento que habían sufrido por la Pandemia, pero muchos no sabían ni cómo hacerlo.

Según los datos del INE del 2021, un 20,6% los mayores de 74 años hacen un uso diario de internet y un 7,0% ha comprado online en los tres últimos meses. Entre las actividades online realizadas destacan el uso de aplicaciones de comunicación tipo WhatsApp, el telefonear, realizar videollamadas, lectura de prensa y revistas de actualidad online.

Pero el hecho de utilizar la red o aplicaciones móviles no significa que tengan las habilidades digitales necesarias para ello, ya que, según los datos extraídos de Eurostat, solo el 6,5 % de los mayores de 65 años cuenta con estas destrezas.

Es por ello por lo que debemos facilitar el día a día de las personas mayores, y esto significa hacer accesibles y usables sus trámites y actividades cotidianas: las citas médicas, los ingresos de pensiones, los pagos de facturas, el contacto con la Administración, etc. Y lo conseguiremos con aplicaciones y herramientas adaptadas, con educación y formación en competencias digitales y con recursos para hacer que todo esto sea posible.

Pero ¡ojo!, también tenemos que respetar el derecho a la no conexión, a dar la posibilidad a todas las personas que, o por imposibilidad o por decisión propia, quieran seguir accediendo de manera analógica a los recursos y servicios que debe prestar la sociedad.

Y hasta aquí parece que todos estamos de acuerdo y que fuéramos por el buen camino. Pero no. No podremos reducir la brecha digital de las personas mayores hasta que no seamos capaces de eliminar la Brecha (con mayúscula) que existe con ellos: el olvido y descuido.

Permitidme la licencia de contaros por qué tengo, como decía hace años Alejandro Sanz, el 'corazón partío'…

Mis padres tienen 84 y 86 años, y, desde hace casi tres meses, ella está ingresada en un hospital, pero bueno, eso daría para otra columna (o más…). El caso es que esta situación me ha hecho darme de bruces con la realidad, en este caso, la más triste realidad, y es cómo es el día a día de una persona de 86 años (totalmente independiente y sin enfermedad alguna). Lo podría titular: 'Las carreras de obstáculos de las personas mayores'.

Cada día para él es un reto, y casi ninguno acaba bien. Por las noches me cuenta en nuestras conversaciones telefónicas todas sus aventuras, como cuando va a hacer la compra, al banco o al médico. Pero hubo una, la del primer día que cogió el autobús para ir a ver a mi madre, que no pude olvidar.

De vuelta del hospital tras visitarla, al ir a pagar el billete, 3,70€, se dio cuenta de que solo tenía 3,60€, por lo que le dio al conductor un billete de veinte euros. Siguiendo estrictamente las políticas de empresa ('estar en posesión de un título de transporte vigente para su validación o el importe exacto para adquirir el billete'), éste le comunicó que no podía coger billetes superiores a cinco euros, y mi padre, sin saber qué hacer, le ofreció todo lo que tenía para pagar su trayecto: los 3,60 y el billete de veinte.

El conductor, harto de amabilidad, volvió a espetar a mi padre que no podía pagar con ese billete y que debía bajarse del autobús. Por poneros un poco más en situación, os diría que la parada no se encontraba en su barrio, ni siquiera en ciudad, sino en una autovía.

Pero siempre hay gente buena, siempre. Aquel día fue el chico que pagó a un anciano de 86 años los 10 céntimos que le faltaban para que le dejaran subir al autobús.

No había aplicaciones, ni pantallas, ni tecnología alguna. No era cuestión de brecha digital. Fue cuestión de empatía, de humanidad.

Y esto es solo una anécdota de todas las que ‘sufre’ mi padre, pero hay muchas más anécdotas de muchas más personas mayores, lo mismo que hay muchas personas mayores que sufren de insolidaridad, de injusticia, de olvido…

En España, según los datos del proyecto Adopta un Abuelo, más de 2 millones de mayores viven solos, 360.000 viven en residencias y el 60% no recibe visitas.

Nunca podremos pensar en la alfabetización digital de las personas mayores si antes no nos concienciamos de que tenemos una generación, cada vez más numerosa, que es dependiente tanto a nivel activo, como afectivo, que no solo necesita poder manejar su móvil, utilizar un cajero o hacer la compra online, sino que también necesita estar comunicada con sus familiares, sentirse útil para la sociedad, respetada y querida.

Hoy os pido que dejemos de pensar por un día en el futuro metaverso, en IA, NFTs o blockchain, y que pensemos en la ‘Generación silenciosa’: ¿qué podemos hacer para mejorar sus vidas? En esa maravillosa frase que Lady Gaga le dijo a Liza Minelli en la pasada celebración de los Oscars: “Estoy contigo.”. Como dice mi amiga Cristina Fortuny, "honremos a nuestros adultos mayores, haciéndoles brillar y dándoles su espacio, sin caer en la condescendencia".

Es justo y necesario.