Pocos dudarán que los asesores de empresas, principalmente los autónomos, son personas que deben ser distinguidas por haber realizado una hazaña extraordinaria: la de haber sostenido la economía de un país burocrático, de papel y manguitos, en la época insólita en la que todo se paró.

Su hazaña requirió además de un valor extraordinario, ya que mientras la mayoría de nosotros miraba por el balcón y se conectaba al ordenador para videocharlar, ellos acudían a sus oficinas para revisar papeles, rellenar formularios, escuchar a sus clientes…

Y como el diccionario define a los héroes como personas que se distinguen por haber realizado hazañas extraordinarias, especialmente si éstas requieren de mucho valor, pues qué menos que sumar a los asesores y gestores de empresas listado de enfermeros, médicos, policías, bomberos y cajeros, entre otros.

A diferencia de la mayoría de aquellos, estos héroes no han escuchado aplausos ni han salido en la tele, nadie les ha reconocido un ápice de la gran envergadura de su obra y muchos están hoy, además de exhaustos, al límite de sus capacidades mentales para comprender qué tsunami psicológico les ha pasado por encima.

Pero sin ellos, lo cierto, es que todo se nos hubiera caído encima: ejecutaron los ERTES y los ERES, solicitaron ICOs, presentaron a tiempo las declaraciones de todos los impuestos, dieron altas y bajas, solicitaron ayudas y subvenciones, mantuvieron líneas telefónicas abiertas veinticuatro horas. Fueron, en síntesis, el eslabón que hizo que todo funcionase cuando el mundo se nos paró.

Los he visto acudir a sus oficinas de barrio con mascarillas improvisadas, temerosos pero responsables, anodinos y resueltos. Nadie les indicó nunca qué era mejor o peor y de qué modo debían protegerse. Aprendieron a vivir en la incertidumbre permanente de las normas improvisadas, leyendo con nocturnidad los diarios oficiales de la pandemia que, escritos con urgencia, arrojaban múltiples y contradictorias lecturas.

Su trabajo último les ha conducido además a las zonas más tristes de la economía y de la empresa: a los despidos y los cierres, a las drásticas caídas de impuestos, a la hibernación total del crecimiento y la alegría. Tuvieron que ser psicólogos, aprendieron a consolar a sus clientes diciéndoles que esto pasaría y que todo volvería a ser como antes. Conscientes de que la caída de sus asesorados era la suya, escondieron las esencias de sus propios miedos para insuflar ánimos a quienes en las horas más bajas se debatían entre cerrar o dejar en coma sus negocios a la espera de un milagro por venir.

No han sido objeto de atención alguna. No han recibido ninguno de los honores que les debemos rendir a los héroes. Tampoco lo han pedido, no, al menos que yo sepa. Y pienso que como sociedad les debemos mucho. Su trabajo rara vez se ve, no aparecen nunca en las portadas ni son objeto de elogio alguno (esto es llamativo en una sociedad que todo lo elogia y lo destruye al mismo tiempo) y, sin embargo, su aportación está fuera de todo duda. Bien es cierto que en un país que apostara firmemente por la digitalización y la desburocratización de su economía, su papel sería menos relevante, pero esto les permitiría reinventarse.

Porque el mejor reconocimiento que seguramente podemos hacerles es ofrecerles la posibilidad de un mundo nuevo. Asesores que se forman en fondos europeos, en acceso y gestión a programas NextGeneration, asesores especializados en PMO para ayudar a sus clientes a organizar el flujo de gestión de sus proyectos, asesores especializados en redes de conexión entre clientes para favorecer la colaboración y el crecimiento empresarial, especialistas en internacionalización, conocedores de las tendencias digitales…

Ya no tendrían que rellenar formularios, que verificar celdas, que cotejar documentos, que estar pendientes de los plazos porque los plazos se acaban, todo eso bastaría con que se lo supervisarán a las máquinas conectadas entre la administración y las empresas. Con el resto del tiempo podrían ayudar a sus clientes a consolidar negocios más sostenibles, más saneados, menos expuestos a las crisis.

No se me ocurre proyecto más transformador de la economía de los pequeños que formar a sus asesores en los designios del futuro, y, de paso, reforzar sus capacidades para fomentar algo que es tan urgente como transformador: hacer crecer a nuestras empresas.

¿No nos estamos volviendo un poco locos buscando fórmulas para transformar que igual no son tan transformadoras? Quiero decir, por digitalizar podemos entender darle a todas las empresas la posibilidad de contar con tecnologías básicas tipo ERPs, o servicios cloud; pero debemos aspirar a dar un paso más y buscar cómo favorecer que estas empresas ya no se vuelvan a quedar desconectadas del mundo que viene.

Bien, pues yo me apoyaría mucho en la enorme red de asesores de empresas que ya existe, porque inyectando transformación en su arquitectura y asignándoles nuevos roles y responsabilidades, estaremos haciendo llegar a más de tres millones de empresas el mensaje que necesitan escuchar de aquellos en quien más confían: tranquilo, lo vamos a hacer juntos.

*** Fran Estevan es escritor y fundador de LocalEurope