A propósito de lo que muchos interpretan como un intento del Ejecutivo de Boris Johnson de interferir en el funcionamiento de la televisión pública del Reino Unido, la BBC, se ha abierto un apasionado debate acerca de la vigencia de algunos de los pilares fundamentales del ente, enraizados en el liberalismo cultural que tan decisivamente modeló las sociedades y los sistemas políticos del siglo XX. Se habla mucho, por ejemplo, en relación al caso de la BBC, de lo que significa y cómo puede reivindicarse hoy el concepto de «neutralidad». Ya no resulta tan sencillo como hace un par de décadas explicárselo a un ciudadano, ¿verdad?

El fenómeno social que ha hecho saltar todas las piezas del tablero de juego no es estrictamente esa nueva forma de estar ahí, de relacionarnos con los demás, ese punto de acceso que han abierto las redes sociales emborronando las fronteras entre la esfera pública y la privada -en realidad, éstas sólo sirven la plataforma de exposición pública (a cambio de una muy lucrativa labor de captación de datos). 

El fenómeno social que ha detonado definitivamente el statu quo y para el que se está buscando encaje en el modelo de sociedad que nos hemos dado -y el que tendremos que construir- se llama wokeísmo. Un término de impronta individual (se entremezcla asiduamente con el de SJW, social justice warrior) que han asimilado, no obstante, todos los colectivos y movimientos sociales que proclaman con energía que están despiertos, hartos de permanecer diluidos en una colectividad que asume los valores inoculados desde las esferas de poder.

La derecha ha decidido que el wokeísmo es una variante más de las clásicas revueltas de izquierdas y es ese el discurso que ha llevado a su campaña electoral Donald Trump. Lo cual no hace más que seguir ahondando en la polarización social y política que tanto debería preocuparnos (aunque haga las delicias de muchos algoritmos de la era digital).

Mientras la izquierda y la derecha se sacuden y atrincheran, la bandera que todo el mundo pisotea es la del liberalismo cultural. Lo que no deja de ser paradójico, porque está en la raíz de la revolución tecnológica que han propiciado la hiperconectividad y la computación creciente, cuyo epítome son la economía y la sociedad digital. Hay que reivindicar (quién lo diría) los valores de un conocimiento compartido sin considerar credos, razas, género u origen. La importancia de disponer de entes neutrales centrados únicamente en propiciar el acceso de todo el mundo a la mejor información.

Eugenio Mallol es director de INNOVADORES