Hay sorpassos que por más cantados que sean, no dejan de ser extraordinariamente reveladores. Prácticamente desde que naciera el concepto de nube, el cloud público estaba llamado a convertirse en el eje vertebrador de los despliegues TIC presentes y venideros. Sin embargo, las reticencias de muchas compañías (y entidades públicas) a enviar sus datos, procesos y aplicaciones fuera de sus perímetros han impedido históricamente dar ese salto de gigantes.

La solución pasó por el modelo de nube privada y la combinación de ambas capacidades en lo que se ha venido a denominar como nube híbrida. La única pregunta que quedaba por resolver era cuándo la obviedad de que las economías de escala de los grandes players como Amazon, Azure o Google se impondrían en el mercado.

rnPues bien, el momento ha llegado en España.

Según un informe presentado esta semana por la consultora Quint, este año se constata un 34,3% de utilización de los modelos públicos frente al 34,2% de la privada. Aunque la diferencia sea mínima, el ‘sorpasso’ está hecho. La causa la encontramos en el descenso acusado de la privada en 2018 y 2019 (superior a 7 puntos porcentuales) frente al fuerte crecimiento de la pública (superior a 9 puntos anuales). 

Y la diferencia seguirá aumentando en próximos cursos, al amparo del calor que impone el buen momento del cloud computing en nuestro país: siete de cada diez compañías patrias afirma que aumentará su inversión en la nube en los próximos 12 meses en IaaS y PaaS, pese (o quizás gracias a) la crisis sanitaria provocada por la Covid-19. De hecho, entre las bondades alabadas de esta tecnología por los CIO sobresalen la continuidad de negocio o su facilidad para impulsar políticas de trabajo remoto de manera ágil y flexible.

Eso sí, no es oro todo lo que reluce. La adopción de la nube pública de forma veloz e imprudente por parte de algunas empresas (movidas principalmente por la urgencia del mercado) ha hecho que no viejos fantasmas, como los costes ocultos de los proveedores públicos, resurjan de sus cenizas.

"En los primeros años había mucha preocupación por este tema, pero luego fue desapareciendo. Y ahora ha vuelto a surgir el miedo a los costes ocultos", reconoce Álvaro Martín, de Quint.

El otro lastre que siguen teniendo que enfrentar las empresas que se suben a los cielos es la falta de flexibilidad en los contratos que les atan a sus proveedores: en el caso de algunas marcas -fuera del top 3 antes mencionado-, este factor es criticado por hasta el 77% de sus clientes, de los que un 25% se manifiesta insatisfecho con el servicio que recibe. Aún queda camino por recorrer...