Hoy voy hacer una hipótesis arriesgada, pero basada en los datos que la realidad actual nos sirve en vivo, porque la tecnología e internet nos dan instrumentos para ello. Cristóbal Vila publicó en twitter una doble imagen comparando los aviones en vuelo sobre EEUU y sobre Europa. Esas imágenes, que son datos de tiempo real de aviones en vuelo y están en abierto, me impactó y decidí investigar su relación con la evolución de la actual crisis pandémica que está atenazando al mundo.

Por otro lado, mientras escribo este artículo veo en tiempo real, las pavorosas cifras: 1.350.523 casos de contagio confirmados en el mundo; 74.856 fallecidos y 285.327 recuperados, cifras que, por cierto, me niego a clasificarlas aquí por países. Cada fallecido/a pertenece a una familia y, cualquiera, con un mínimo de empatía, puede imaginar lo que significa para cualquier familia el fallecimiento de una persona suya.

Las autoridades ya la califican como la crisis sanitaria más grande en un siglo. No lo dudo, porque esto no ha terminado, pero hay más: esta crisis se produce en plena segunda digitalización de un mundo globalizado. Pero es una pandemia distinta a cualquier otra anterior, en primer lugar, porque en nuestra época tenemos instrumentos de ‘conciencia global’ sobre ella, para saber desde nuestra casa qué está pasando en un determinado aspecto, de cualquier lugar del planeta. Por ejemplo, podemos ver los gráficos alimentados continuamente con datos globales de tiempo real que genera la dinámica y evolución de la pandemia. El más usado es el sistema de datos abiertos de la Universidad Johns Hopkins y también el ‘Mapa de Situación BiBase’ o podemos acceder a los cambios sobre viajes aéreos que va implantando IATA, en la dinámica del mundo de viajes aéreos.

Esos datos, que podemos ver fácilmente en nuestro ordenador o nuestro smartphone, hay que interpretarlos y saber qué significado tienen, cosa bastante fácil porque podemos cruzar esa información con las noticias locales e internacionales para pensar y reflexionar sobre las consecuencias que va a tener para la humanidad, para las distintas sociedades del mundo, incluida la nuestra, e incluso para nuestro barrio. Esta es una diferencia sustancial con cualquier epidemia masiva anterior.

Comprender cómo funciona el mundo

En segundo lugar, esta pandemia es distinta porque vivimos en una realidad extremadamente compleja en la que todo es interdependiente y está relacionado a nivel global. Dicha interdependencia es uno de los aspectos que ha ayudado al coronavirus COVID-19 a extenderse por todo el planeta sin freno aparente y sin fronteras (183 países, de los 192 del mundo tienen ya casos de contagio declarados).

En tercer lugar, lo que lo hace distinta a esta catástrofe humanitaria que aflige al mundo, tiene que ver con una de las propiedades de la segunda digitalización: la velocidad de la realidad actual. La extensión del contagio a todo el mundo está siendo rapidísima. Es lógico que tenga que ver con los viajes en avión. En 2019 se realizaron en el planeta 4.540 millones de viajes en avión. Eso da una media de 12,4 millones de viajes en avión al día, en aviones abarrotados donde la ‘distancia social’ entre los pasajeros es de sólo unos pocos centímetros. Una vía libre, lógica e ideal para un coronavirus como el COVID-19 capaz de eficaces y masivos contagios, como han mostrado investigaciones de la Unidad de Ecología de Virus de los Laboratorios de las Montañas de Montana y del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de EEUU.

Dichos investigadores han demostrado que este coronavirus es capaz de sobrevivir durante tres horas, flotando en el aire, transmitido por diminutas gotas respiratorias que una persona infectada exhala, estornuda o toses. Y algo peor. Según Mark Denison, director de enfermedades infecciosas pediátricas del Instituto de Infección, Inmunología e Inflamación de la Universidad de Vanderbilt, “con el COVID-19, es probable que haya humanos, -infectados, pero ignorantes de que lo están-, que actúan como ‘superdistribuidores’ de coronavirus. Personas que, por la razón que sea, son casi totalmente asintomáticas, pero transmiten la enfermedad a muchas otras personas.” Eso parece que es lo que está pasando en todo el mundo. Y los 12,4 millones de viajes en avión por día, son una gran vía de extensión que el coronavirus CV-19, pareció adivinar para hacer la mutación que le ha dado un éxito masivo para llegar a todo el planeta.

En las largas distancias, con los numerosísimos viajes diarios en avión comercial; y en las cortas, a la socialización masiva típica el mundo globalizado actual abarrotado de viajeros, combinado luego con la típica promiscuidad de las relaciones de parentesco y amistad. Según esta lógica, es probable que, donde ha sido más dura esta crisis como en las residencias de ancianos, el coronavirus las haya invadido al ser transportado hasta ellas, precisamente, por quienes se acercaron allí, seguro, con el mejor de los propósitos, el de llevar su afecto.

El que los viajeros y transeúntes lleven dentro el coronavirus, sin tener ningún síntoma aparente, ha sido una terrible e ignorada vía de contagio a corta distancia, hasta que ha sido, en muchos casos, demasiado tarde. Millones de familiares y amigos, o desconocidos que se cruzan cerca, se han contagiado entre sí por cómo es este virus o por su forma de transmisión. Y lo estamos aprendiendo sobre la marcha, dolorosamente.

Señalada científicamente en Nature, la improbabilidad del origen artificial o por ingeniería genética de la mutación del CV-19, -y con ello desactivados una enorme cantidad de bulos sobre ‘teorías de la conspiración-, ha coincidido en el CV-19 otra circunstancia que es la altísima tasa de reproducibilidad de este coronavirus que señalaba a Carolyn Kormann, de New Yorker, Stanley Perlman, profesor de microbiología e inmunología, quien lo describía así: “Debido a que el virus puede afianzarse en nuestro sistema respiratorio inferior mientras sigue usando ese manto de invisibilidad, básicamente golpea al sistema inmunológico y comienza a replicarse tremendamente rápido”.

El profesor de Patología, Microbiología e Inmunología Mark Denison, del Vanderbilt Lab añade: “Si las crecientes medidas de mitigación -este cierre nacional e internacional sin precedentes-, se mantiene durante un tiempo suficiente, la velocidad de propagación del virus debería disminuir, lo que supondría un alivio para hospitales y personal sanitario. El virus es nuestro maestro, -continua-. Ha pasado miles de años evolucionando para llegar a donde está. Ahora nos está obligando violentamente a ponernos rápidamente al día”.

La velocidad de contagio del coronavirus y su extrema capacidad de autorreplicarse en personas asintomáticas y luego en enfermos contagiados, se ha combinado con la velocidad de la realidad del mundo de la segunda digitalización, con millones de personas moviéndose en avión y lugares por lugares de todo el planeta. Ha sido demasiada velocidad para una respuesta eficaz de instituciones y sistemas de países aún acostumbradas a velocidades del siglo XX. Y están intentando responder pagando una enorme dosis de dolor en las personas y estrés en los sistemas sanitarios.

‘Recordando nuestro futuro’ en la pandemia

Pero aún hay otro efecto que ha provocado esta pandemia global en la segunda digitalización. Es cómo ha hecho emerger las enormes contradicciones de un mundo global sumergido en tanta información accesible para todos, pero que cambia a cada momento. Se comenten errores, en primer lugar, por la falta de pericia en separar y usar la información decisiva y/o relevante, y saber separarla de la irrelevante, inútil, contraproducente, o falsa.

Hay etapas con la pandemia, primero de ignorarla, después de subestimar su dimensión y consecuencias; y finalmente, el tragarse todo lo dicho pocos días o semanas, seguidas de medidas desesperadas para intentar parar los contagios coronavirus, al que no afectan ideologías, latitudes, o la mayor o menor riqueza de las personas, porque su geografía posible es la de todos los cuerpos del género humano, sin distinción.

Analizando imágenes que muestra el sistema de FlightRadar24, he podido comprobar estas semanas la cantidad de aviones que están en vuelo en el mundo sobre las diferentes partes de la geografía mundial. Ha sido una sorpresa grande constatar la casi nula disminución, durante el mes de marzo, del número de aviones en vuelo en el espacio aéreo estadounidense, al tiempo que, a partir de mediados de mes, se comprobaba una rápida desaparición de aviones en vuelo sobre Europa. Eso parece señalar algo tremendo. Es el ignorar que esos aviones repletos de gente viajando por los cielos de toda la geografía de EEUU, muy probablemente, sean el más grande y rápido vector de contagio del COVID-19.

Resulta asombroso que, en esta pandemia global, que ocurre en un mundo hiperconectado como el que vivimos, las autoridades de EEUU estén ignorando lo que está pasando en las últimas semanas en Europa y, aún ahora, hagan lo contrario de lo ha hecho que Europa y otras partes del mundo, que han cerrado drásticamente sus espacios aéreos para todos los vuelos excepto los de suministros sanitarios y emergencia. El contraste es brutal ahora mismo, mientras escribo estas palabras en la imagen de FlightRadar24 entre los cielos de EEUU y Europa. Es una enorme contradicción en nuestro mundo hiperconectado porque, estas informaciones sobre vuelos están accesibles para todo el mundo, (incluido, claro, para las autoridades).

Europa ha aprendido una dura lección en muy pocas semanas y ha eliminado urgentemente de sus cielos, por un periodo aún indeterminado, todos los aviones comerciales que no fueran de suministro sanitario o de emergencia. EEUU ha tenido durante el último mes y medio la posibilidad de ‘recordar su futuro’, es decir, de aprender anticipadamente mirando con lo que estaba ocurriendo a gran escala en Europa. Pero para EEUU era algo lejano y no un anticipo del impacto de lo que le iba a ocurrir a ese país en pocas semanas. ¿Por qué, si no, Europa ha paralizado sus viajes en avión, y ha puesto todos sus aviones en tierra? Ver la imagen de la izquierda e imaginar las consecuencias de que todos esos aviones volando sobre EEUU, abarrotados con portadores asintomáticos del virus, sean quienes llevan sin saberlo el COVID-19 a todos los rincones del país, pone los pelos de punta:

Comparación entre los aviones en vuelo sobre EEUU y Europa la noche del 5 a 6 de abril. Imágenes: Flightradar24.

Al gran desconocimiento sobre los virus se le llama “materia oscura viral”

La principal causa inicial de falta de prevención que nos ha llevado a nuestra situación actual fue ignorar estos años los múltiples avisos de los científicos. Es algo que ha conducido a la actual imprevisión. Un ejemplo sangrante. El actual Gobierno de EEUU cerró en 2019 el proyecto PREDICT, que liderado por el prestigioso Dennis Carroll puso en marcha en 2009 en respuesta al brote de gripe aviar del subtipo H5N1 del virus de la gripe A de 2005. Su estrategia fue diseñada y supervisada por el propio Carroll, investigador biomédico en enfermedades infecciosas tropicales de la Universidad de Massachusetts Amherst, con la epidemióloga Jonna Mazet como directora global.

En diez años, PREDICT recogió por todo el mundo más de 140.000 muestras biológicas de diversos animales, en las que se descubrieron 1.000 nuevos virus. Entre sus descubrimientos están nuevos tipos de virus letales como el Ebolavirus, y el Bombali ebolavirus. La prestigiosa revista Nautilus, publicó el pasado 12 de marzo una entrevista con Dennis Carroll, titulada significativamente El hombre que vio venir la pandemia. Sí, él la vio venir, pero sus fuertes mensajes a las autoridades fueron ignorados, hasta el punto de que la respuesta por parte de la Administración Trump fue eliminar la financiación de PREDICT en 2019. Sobre lo desastroso para la prevención mundial de esta acción, hoy no hay ninguna duda. En 2018, Carroll publicó en un paper en Science con sus colegas, en el que afirma: “Nuestra capacidad para mitigar la aparición de enfermedades se ve erosionada por nuestra escasa comprensión de la diversidad y ecología de las amenazas virales”. En el texto explican que hay 1,67 millones de virus en la Tierra y se estima que entre 631.000 y 827.000 tienen la capacidad de infectar a las personas.

Pero hay un gran desconocimiento sobre muchas cuestiones en relación estos los virus. Él la llama la “materia oscura viral”. Es mucho lo que desconocemos sobre el mundo virus y coronavirus, un mundo que cambia constantemente. Lo explica así: “Lo primero que hay que entender es que cualquier amenaza futura a la que vayamos a enfrentarnos ya existe hoy; actualmente está circulando en la vida silvestre, en la naturaleza. Hay que pensar en ello como en una ‘materia oscura viral’. Hay una gran cantidad de virus circulando y no averiguamos lo esencial de verdad sobre ellos hasta que vemos lo que sucede en una epidemia y mucha gente se enferma”.

Añadido a eso hay algo peor, que es al tipo de negación de no sentirse implicado como si fuera ajeno a unos países lo que pasa en otros, cuando sucede una pandemia global, como está sucediendo ahora mismo. Carroll se declara “aturdido por la absoluta ausencia de diálogo global sobre lo es un suceso totalmente global como esta pandemia”. También declara que esta pandemia era predecible. Él y el equipo de la ONG EcoHealth Alliance llegaron a una conclusión bastante sólida sobre que estamos asistiendo a un aumento de sucesos de contagio dos o tres veces mayor que 40 años antes. “Eso, -señala-, sigue creciendo, impulsado por el enorme aumento de la población humana y nuestra expansión en las zonas de vida en zonas silvestres”.

Todo esto es ignorado por las autoridades de todos los países. “No es sólo el Gobierno de los Estados Unidos, -continua-, sino los gobiernos en general y el sector privado. No invertimos en el riesgo. Las enfermedades ‘zoonóticas’ (las que saltan de animales a personas infectándolas), son un problema emergente. Pero todos, como sociedad, obstinadamente, no invertimos en cosas y problemas que nos están dando patadas en la puerta”.

Esta crisis pandémica es un ejemplo canónico de la actual complejidad del funcionamiento del mundo. Y la posible solución global, no hay soluciones parciales o locales, será, si se consigue, un asunto relacionado con la gobernanza de la complejidad propia de sociedades interdependientes e interconectadas. En la lucha contra esta pandemia, está habiendo un protagonismo esencial de la ciencia. Y como dice, Carroll, lo que la ciencia nos permite hacer es entender, con mayor granularidad, lo que está en riesgo. La ciencia nos dará una visión. Pero tendremos que traducir esa ‘perspicacia’ en una valoración sostenida del riesgo y hacerla avanzar.

Carroll piensa que el populismo en Europa, EEUU y en otros lugares ha fragmentado las redes globales, que habían sido instrumentos para poder reunir un enfoque global de problemas como este. Solucionar la crisis económica será esencial, pero está anunciado que el riesgo viral global (y local) va a crecer, y no va a desaparecer, y deberemos no ignorarlo como hemos hecho hasta ahora. Así que parte del desafío para salir de esta crisis, además de reconstruir el tejido productivo y la economía, tendrá que pasar por hacer un ejercicio de ingeniería social, con el que conseguir que los estados y los inversores privados, juntos y por separado, inviertan también en prevención del riesgo para las personas. Otra de las lecciones de esta pandemia tendrá que ser aprender a proyectar ese ejercicio, y luego llevarlo a cabo en la práctica, en el complejo mundo del siglo XXI. Sin ello no podremos salir airosos de esta enorme prueba que nos incumbe a todos.