Si los usuarios de móviles Xiaomi y Samsung utilizan más servicios de Google que los propietarios de un Huawei, como ha demostrado la empresa española de tecnología observacional Smartme, ¿por qué se ha convertido Huawei en la principal amenaza del gigante norteamericano? ¿Por qué Google, que acumula más información de los ciudadanos que ninguna otra entidad privada o pública en el mundo, que conoce más secretos de confesión que las iglesias católica, ortodoxa y protestante juntas y cuya cara oculta desdeña los misterios de Marte, ha conseguido asumir el papel de víctima en el debate mundial? Porque la Guerra Fría 3.0, como la ha bautizado Adolfo Plasencia es, en una de sus derivadas fundamentales, una batalla por la hegemonía de los datos. Y EEUU sabe que en este juego de tronos también "ganas o mueres".

Sin embargo, al momento tecnológico actual le gustan los giros argumentales y las paradojas. Mientras los grandes líderes globales elevan la tensión a niveles prebélicos, ¿qué hacen con los datos las grandes corporaciones de energía, retail, banca o infraestructuras españolas? El mantra de moda es construir un Data Lake, un "lago de datos". Lo cual ha desatado una guerra de guerrilla entre departamentos que quieren salvaguardar sus silos de información o, en última instancia, no perder la iniciativa en el proceso de convergencia que se impone desde los despachos de las plantas superiores.

En nuestras grandes empresas hay muchos datos, una barbaridad, y muchos científicos de datos. Pero a día de hoy la utilidad de tanto exceso es relativamente baja. Entre otras cosas, porque no se conoce qué pasa más allá de sus fronteras. El Corte Inglés no sabe qué hacen los clientes cuando salen de sus tiendas. Como ya he dicho en alguna ocasión, la información simplemente no fluye. Y la culpa no es del GDPR, ojo.

Es precisamente ahí donde radican las pocas opciones de nuestras compañías una vez digitalizadas, uno de los resquicios para escapar del manto monopolístico de los gigantes globales. Google, Facebook, Amazon, disponen de información infinita sobre lo que hacen sus usuarios, pero de momento sólo pueden dedicarla a actividades propias, sin sobrepasar determinados límites porque se requiere un consentimiento expreso.

Y tampoco alcanzan más allá de sus aplicaciones: Google sabe que has entrado en un restaurante, pero (salvo que te lo escuche decir a través del móvil, ay) no qué has elegido o si te han invitado. Cada vez queda menos tiempo para crear esferas de información independientes de sus titánicas majestades (están comprado empresas capaces de llegar donde ellos no llegan, claro), pero si alguna opción queda es integrar y homogeneizar la información de las organizaciones y aprender a combinarla con los datos de terceros. Y cuanto antes. Es mayor el desafío cultural y de gestión de organizaciones que tecnológico.

Eugenio Mallol es director de INNOVADORES