El problema en España no es tanto la aversión al riesgo como la falta de cultura financiera en relación con la innovación... en la banca, pero sobre todo en tantas instituciones de crédito surgidas en el sector público, a nivel nacional y, por supuesto, regional. Hay datos significativos, como la enorme diferencia entre los préstamos a pymes consolidadas y a startup sin una cuenta de resultados y un balance maduros. Canta mucho. Aquí el miedo al fracaso ha ido evolucionando desde que estalló la burbuja inmobiliaria, se ha contagiado del clima general de sospecha y ha acabado convertido en pánico a que la fiscalía o el Tribunal de Cuentas te pregunten, a ti gestor público, por la tasa de morosidad. "¿En qué se basó a usted para darle ese préstamo, no vio que las cuentas no daban?" "Me basé en que la tecnología me pareció muy prometedora". Esa respuesta, habitual en otras sociedades más maduras en materia de financiación a la innovación, casi le cuesta una imputación al fundador del MIT Entrepreneurship Center, Kenneth Morse, y a su sucesor Bill Aulet. Salieron asustados de España, ya te digo.

Es un círculo vicioso: si estudias el balance y la cuenta de resultados de una empresa de base tecnológica recién creada, otorgarle un préstamo es un ejercicio más propio de la fe más que de la racionalidad económica. Resulta mucho más sensato financiar a la pizzería de la esquina. Y al final sucede que tenemos una grave crisis de fe.

Se quejan los innovadores de que en alguno de los institutos de finanzas regionales se han quedado sin conceder líneas completas de préstamos participativos porque los gestores han decidido volver a la estricta disciplina de análisis de riesgos. Nadie quiere, ni se atreve, a hacerse cargo de morosidades que en algún caso han alcanzado porcentajes muy elevados. Son ya demasiados los asuntos judicializados en este sentido y no es cuestión de verse imputado por ayudar a unos chavales a hacer realidad su sueño, cuando lo más probable es que se estrellen. "Búscate un business angel que te avale", se les dice. Pero los patrimonios familiares han dejado de tragarse la película de un mercado español que encumbra e idolatra a gurús del marketing como Carlos Blanco y se aburre con los prescriptores de tecnología.

No sé si algo de ese espíritu más conservador es lo que explica los resultados de 2018 de Enisa, ente de capital público dependiente del Ministerio de Industria. El año pasado aprobó 534 préstamos participativos, un 12% menos que en 2017 y un ¡34% menos! que en 2016. De los 74,5 millones de euros concedidos, una abrumadora mayoría (74%) fueron para la Línea Pymes (los más seguros), pero con una cuantía media de apenas 139.500 euros, y el 19% llegaron a empresas de base tecnológica, con 183.389 euros de media. Nada que añadir, señoría.

Eugenio Mallol es director de INNOVADORES