Los artistas siempre han ido por delante de la economía, de la política y hasta de la tecnología, solo un paso por detrás de la ciencia, quizás. Desde mediados del siglo XIX comenzaron a experimentar con las perspectivas múltiples, dando por finalizado el primado de la exigencia de exactitud, y de la perspectiva, tal y como la inventó Brunelleschi. Las aportaciones del genio renacentista italiano fueron el punto de partida de una revolución cultural para la que que Vasari acuñó el término 'Moderno' y que auspició desarrollos en tantas áreas científicas, a lomos del cálculo infinitesimal.

La geometría euclidiana penetró incluso en el pensamiento político, como refleja esa magnífica secuencia del Lincoln de Spielberg, en la que Danny Day Lewis forma un triángulo con los dedos y explica a unos soldados que las personas somos iguales por la misma razón por la que dos cosas idénticas a una tercera lo son entre sí.  Fuera del pensamiento moderno tampoco existirían las tensiones derivadas del nacionalismo, una corriente de raíz estrictamente disyuntiva, ni la hegemonía del mercado como institución central de la sociedad. La geometrización de la cultura fue relegando lo oral en favor lo visual, lo cualitativo por lo cuantitativo, lo analógico por lo disyuntivo (o digital), como explica el profesor Ballesteros.

La informática ha seguido esas pautas y se ha articulado, a partir de Turing, sobre un inexistente mundo binario. Pero la innovación a veces crea trampas: el aumento de la capacidad de computación ha conducido a la modernidad a su frontera, al hacer indistinguibles conceptos como antes/después, cerca/lejos, real/virtual, al hacer inviable un mundo erigido sobre una única perspectiva. Habíamos hecho caso omiso a la advertencia de los artistas sobre el agotamiento de lo moderno, pero ya no es posible seguir ignorándolos.

El auténtico factor disruptivo llega ahora. La computación cuántica marca un cambio de era, nos aboca a otra estrictamente cúbica, en la que ya no computamos con 0 y 1, sino que es posible que ambos estados coexistan. Como explica con pedagogía la física Shohini Ghose, no se trata de hacer velas de cera mejores, sino de inventar la bombilla, que es una tecnología completamente distinta.

En la computación cuántica, la máquina siempre gana porque ocupa los dos lados del tablero (¿sigue teniendo pues sentido el tablero?). Alumbra un mundo basado en la física cuántica. ¿División de poderes? ¿Estados nación? ¿Ciudadanía? No se trata de escoger entre elementos copulativos o disyuntivos. Entre el bit o la ausencia de bit. Es la hora del cúbit.

Eugenio Mallol es director de INNOVADORES