Esta semana, Donald Trump ha protagonizado uno de esos momentos que aspiran a entrar en los libros de historia. Su reunión con el Líder Supremo de Corea del Norte, Kim Jong-un es el mayor logro diplomático de un presidente norteamericano, el hombre de cabellos dorados, que ha logrado por otro lado lo que parecía imposible: poner de acuerdo a todo el planeta en su oposición radical a Estados Unidos, su proteccionismo y aislacionismo creciente.

Pero los vaivenes del empresario, showman y ahora (intento de) político no se limitan únicamente a la economía en su máxima expresión o los grandes impuestos contra intereses industriales europeos o asiáticos. Su lógica ilógica también ha traído de cabeza a la industria tecnológica y a los principales fabricantes del sector que (por suerte o por desgracia) no están radicados dentro del país de las barras y estrellas.

No cabe hablar de su tremendo atentado contra la neutralidad de la Red, sino sus sucesivos enfrentamientos con la industria extranjera en materia TIC. Desde algunos casos totalmente justificados (como la prohibición de usar soluciones de seguridad de Kaspersky Lab ante las sospechas fundadas del FBI de que servían de espionaje para el gobierno ruso, como así ha entendido recientemente un juez local) hasta otros en los que ya no sabemos quién es el héroe y quién es el villano.

ZTE es buen ejemplo de ello: sancionada con no poder importar componentes norteamericanos al descubrirse que comerció con países prohibidos por su propia Administración, finalmente Donald Trump sintió una suerte de pena por la compañía y decidió salvarla de una sanción que,a todas luces y con la regulación en la mano, parecía más que justa.

Y al mismo tiempo que todo esto sucedía, Donald Trump se reúne con Kim Jong-un en Singapur. Hablamos del líder de un país que no sólo ha atemorizado al mundo con sus ensayos balísticos, sino que ha sido acusado de usar Google Play y Facebook para propagar ciberataques, de ser origen de multitud de campañas de ransomware, de robar bitcoins para mantener su maltrecha economía o de imponer una de las censuras digitales más extremas del planeta.