A toda acción le sigue una reacción opuesta y de igual fuerza. Eso dictan las leyes físicas en un principio que bien podríamos aplicar al comportamiento natural del tejido empresarial. Y es que, cuando se produce un cambio de notorio calado en un determinado sector, poco tardan los actores asentados en responder -con mayor o menor suerte- para mantener su histórico liderazgo.

Este fenómeno no sólo se aplica a la actual transformación digital, sino que dada su gravedad y transversalidad, la respuesta está siendo masiva y muy mediática. Buen ejemplo de ello lo encontramos en el ámbito financiero, uno de los más afectados por la irrupción de las startups 'fintech': los bancos de toda la vida no han tardado en sumarse a la ola de la digitalización para contrarrestar la potencial pérdida de clientes a manos de compañías nativas en la arena de los unos y ceros.

Este contraataque de las grandes contra los pequeños aspirantes se constata ya en algunos estudios a escala global, como el presentado esta semana por IBM. En base a una encuesta a 12.800 ejecutivos de las principales corporaciones mundiales, el 72% de ellos cree que están las firmas tradicionales son las que están liderando la disrupción en sus sectores por delante de los recién llegados. En comparación, solo el 22% considera que corresponde a las nuevas compañías y a las startups este liderazgo. Pero más relevante si cabe es otro dato de ese mismo informe: mientras que en 2015, el 54% de los altos directivos veía una intensa competencia en su sector por compañías llegadas de otros mercados, esa cifra ahora baja a la mitad, concretamente al 26%.

¿Qué bazas están jugando las grandes corporaciones para defender el status quo? Por un lado, su alta capacidad financiera les permite afrontar estos retos con más tranquilidad que una startup con un presupuesto limitado. Pero la gran clave pasa por los datos: solo el 20% de los datos que hay en todo el mundo son públicos; el 80% restante pertenece a las empresas, teniendo todas las de ganar aquellas con más experiencia. Al final, y pese al ruido mediático, tener modelos de negocio de antaño acaba por convertirse en algo positivo...