Pobre dióxido de carbono, siempre demonizado. Condenado públicamente como autor material del cambio climático, mientras otros compuestos, anónimos para la mayoría de la sociedad, se van cebando subrepticiamente con la capa de ozono. La investigadora Lourdes F. Vega ha guiado su carrera por una convicción: el CO2 no tiene por qué ser un enemigo, sino que puede convertirse en un valioso aliado. Un recurso.

No es casualidad que su pionero trabajo le haya catapultado hasta una región que acumula el 9% de toda la reserva mundial de petróleo. La científica española dirige el Centro de Investigación e Innovación en CO2 y H2 (RICH, por sus siglas en inglés) de la Universidad de Khalifa, en Abu Dabi (Emiratos Árabes Unidos), donde avanza en “mejorar el aire que respiramos, el agua que bebemos y la comida que comemos”.

Podría haber sido historiadora, pero acabó decantándose por la Física. “La decisión no fue fácil”, recuerda Vega durante la entrevista con INNOVADORES. Al final, tres razones de peso inclinaron la balanza hacia esta ciencia. Uno, permite entender el porqué de las cosas. Dos, es muy exacta. Y tres, quería hacerla atractiva para los jóvenes. “La Física es la que está debajo de todo”, dice. “Te da una visión fundamental”.

La trayectoria de Vega es una carrera de comienzos. “Lo que no se sabe, se aprende”. La científica repite su particular ‘mantra’ para explicar cómo al iniciar su doctorado en la Universidad de Sevilla decidió coger las maletas para plantarse en la Universidad del Sur de California (EEUU), a pesar de no tener ni idea de inglés. “A los dos meses, ya entendía algo”. Claro que el lenguaje que más necesitaba para defenderse, el de la simulación molecular, lo tenía más que perfeccionado.

Dos años después volvió a España, aunque solo para defender su tesis. Le esperaba una plaza en una de las universidades del ‘top 15’ global, la de Cornell, en Nueva York. La experiencia allí fue “maravillosa”. Las personas que conoció, los mentores que le iluminaron, el alentador ambiente de investigación… pero, carambolas del destino, en 1995 una universidad nacía en Tarragona y la quería a ella en su equipo docente.

Volvió a España y volvió a empezar. En este caso, aprendió por sí sola a montar desde cero una línea de investigación que aplicase el modelado molecular a la ingeniería química. También creó uno de los primeros programas nacionales de doctorado internacional y, entre tanto, tuvo tres hijos. Una experiencia muy fructífera que terminó cuando el CSIC llamó a su puerta. Vega se presentó a otra oposición, aprobó y comenzó de cero otra vez.

Al poco tiempo de incorporarse al CSIC la nombraron directora de MATGAS, un nuevo centro de investigación mixto en Barcelona entre el CSIC, la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y la empresa norteamericana Air Products (en España, Carburos Metálicos). “Me dijeron que pensase en grande y eso hice”.

Aprovechó para poner en el centro de la diana a su gran pasión, la captura y los usos del CO2. Montó un programa Cenit bautizado como SOST-CO2 (Nuevas utilizaciones industriales sostenibles del CO2), en el que participaron 14 empresas y 31 centros de investigación. Llegaron a captar 24,3 millones de euros, participaron en cinco proyectos europeos bajo el paraguas de la sostenibilidad, Vega registró cinco patentes industriales… Todo era perfecto, hasta que se terminó. 

Innovar desde Abu Dabi

Vega se tomó entonces unos meses “para pensar”, pero no tuvo mucho tiempo de descanso. En julio de 2015, el Instituto del Petróleo de Abu Dabi contactó con ella. El centro estaba abriendo un laboratorio de ingeniería química de mil millones de dólares y “buscaba a gente con experiencia y prestigio”. A Vega no le entusiasmó especialmente la idea de mudarse a Emiratos Árabes por la climatología y el cambio cultural, aunque aceptó ir allí a conocer la universidad. “Fue la vez que mi cerebro ha cambiado más rápido de idea”, recuerda. Le encantó. “Todo me gustó mucho, me pareció súper moderno y un país muy abierto”. Así que allí se mudó.

La investigadora española pasó a formar parte de la dirección de un centro de investigación formado entre la Compañía Nacional de Petróleo de Abu Dabi (Adnoc) con Shell, Total y Partex. Tenía cinco millones de dólares al año para investigación y “cuando todo parecía que iba fenomenal, la empresa petrolera cambió de dirección y la universidad pasó a depender del Gobierno. Así entró en la Universidad de Khalifa, donde creó un centro especializado en CO2 e hidrógeno (el tercero ya en su trayectoria), que ahora dirige. Allí cuenta con un equipo formado por 15 profesores y cerca de 70 investigadores y un presupuesto de más de cinco millones de dólares para contrataciones, equipamiento y gastos de funcionamiento.

Curiosamente, Vega trabaja en sostenibilidad en la ciudad más respetuosa con el medio ambiente del mundo, Masdar. Su objetivo principal es capturar el dióxido de carbono y aprovecharlo como recurso así como desarrollar tecnologías que mejoren el medio ambiente. “Mi especialidad siempre ha sido la sostenibilidad y mi herramienta, la simulación molecular”, sostiene. Gracias a comprender la interacción de las moléculas es posible crear nuevos productos.

¿Por ejemplo? Para la compañía de acero más potente del país, Emirates Steel, su centro de investigación está aplicando dióxido de carbono sobre sus residuos industriales con el objetivo de fabricar materiales para la construcción con alta capacidad aislante y muy ligeros. A través de la simulación, su equipo estudia las condiciones de la reacción química hasta dar con la más adecuada. Algo muy similar están persiguiendo con la salmuera que se desecha tras desalinizar el agua del mar. “Los hacemos reaccionar con el CO2 y los reutilizamos generando materiales de valor añadido”, comenta.

El centro de la investigadora española también avanza en el diseño soluciones para el sector del gas, con mucho peso en la economía de Abu Dabi. En este caso el objetivo es utilizar el dióxido de carbono como catalizador para acabar con uno de los desechos más nocivos que produce la industria del gas, el ácido sulfhídrico, y obtener subproductos que puedan tener una segunda vida. “En los Emiratos existe mucho interés por la sostenibilidad”, señala. “Es su apuesta de futuro”.

En su misión personal por su lucha contra el cambio climático y el desarrollo sostenible, Vega también está produciendo avances en el desarrollo de nuevos refrigerantes. Este tipo de compuestos que da vida al aire acondicionado o los frigoríficos han resultado ser sumamente contaminantes. Un dato: la tercera generación, los hidrofluorocarbonos (HFC), tienen “un índice potencial de calentamiento global miles de veces superiores al CO2”.

La española se centra ahora en la cuarta generación: las hidrofluoroolefinas (HFO), más respetuosas con el medio ambiente y mezclas de éstas con otros gases con bajo potencial de calentamiento global. “Por ejemplo, funcionan muy bien en el aire acondicionado de los coches, pero no sirven para otras aplicaciones”, apunta. “Estamos intentando dar con esos materiales”.