El COVID-19, una nueva enfermedad cuyo origen se localizó en el mercado de Wuhan (China) en diciembre de 2019, ha afectado hasta el momento a más de 100.000 personas y ha causado más de 3.400 fallecidos. Por ello, la comunidad científica de todo el mundo se ha volcado para investigar este nuevo riesgo sanitario y compagina su trabajo habitual con el nuevo reto. En esta ocasión, algo que ya se inició con el último brote de Ébola, los descubrimientos sobre el virus están accesibles de inmediato en las revistas científicas de forma gratuita, ya que las editoriales científicas alcanzaron este acuerdo para permitir que los investigadores que trabajan en este campo tengan la información cuanto antes y puedan usarla para avanzar en sus experimentos. 

En estos momentos, dos equipos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) trabajan en distintas estrategias para conseguir una vacuna contra este virus. Estos grupos, que pertenecen al Centro Nacional de Biotecnología de esta institución científica, no cuentan con más personal para las nuevas investigaciones ni han recibido financiación especial para hacerlas.

Dos equipos del CSIC trabajan en vacunas duraderas contra el nuevo coronavirus

Estas investigaciones tienen dos direcciones: unas buscan una vacuna que proteja frente a la infección y las otras pretenden desarrollar nuevos tratamientos para ayudar a curar al enfermo una vez que ya ha contraído la enfermedad. Precisamente, en el caso de las vacunas los expertos ya apuntan a que los primeros desarrollos no serían una vacuna definitiva, sino un primer parche para controlar temporalmente el brote. 

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En uno de los laboratorios del CSIC desarrolla su línea de investigación

"Algunas empresas han anunciado estos días que en poco tiempo dispondrán de una vacuna contra el nuevo coronavirus. Son fáciles de hacer y darán cierta protección, eso seguro, pero otra cosa es cuánto durará esa protección. Nuestra vacuna no será la primera del mercado, necesitamos más tiempo, pero tendrán muchas ventajas, como que sea efectiva de por vida", puntualiza. "Hemos diseñado un clon infectivo del virus entero. Asimismo, hemos creado mutantes en los que hemos modificado o eliminado algunos genes. Estos patógenos están atenuados, por lo que serían candidatos a vacunas. Es más, creemos que vamos a conseguir un virus que pueda replicarse y generar todas las proteínas del virus, pero que no se puede propagar. Así es una vacuna muchísimo más segura que si tenemos el microorganismo vivo, aunque atenuado. Podríamos tener los primeros candidatos a vacuna en cuatro meses. A partir de ahí habría que pasar a los ensayos", detalla la científica.

Por su parte, Mariano Esteban, que además de investigador del CSIC es asesor de la Organización Mundial de la Salud (OMS), investiga en la actualidad otros mecanismos para conseguir también una vacuna contra COVID-19. En declaraciones a INNOVADORES, Esteban destaca: "Estamos trabajando en condiciones tremendamente generosas, a coste cero. Hay que hacerlo, aunque no tengamos inversión específica para ello, ni subvenciones para pagar el material extra, ni más apoyo de personal. Tenemos el conocimiento, la plataforma para desarrollar vacunas y somos investigadores del CSIC, así que nos sentimos con esa obligación con la sociedad". El equipo de Esteban está también detrás de un candidato a vacuna contra el VIH que ya se ha probado en 96 voluntarios con buenos resultados.

Dos equipos de investigación del CSIC trabajan en las vacunas del COVID-19. Foto: Innovadores

Murciélagos en la diana

El trabajo que estos equipos españoles y del resto del mundo hacen a diario permite ampliar el conocimiento sobre los virus y estar preparados para cuando aparecen nuevas enfermedades. No en vano, gracias al trabajo previo con SARS y MERS, además de contar ya con sus vacunas, los investigadores obtuvieron información fundamental para acelerar el estudio de la vacuna para el COVID-19. De hecho, estos dos coronavirus son los que más personas han infectado en las últimas décadas y tienen en común: se han transmitido de animales a personas y su origen es el murciélago. 

En el caso del primero, se cree que de ese mamífero saltó a los dromedarios y de ahí al hombre. El virus se detectó en Arabia Saudita, Egipto, Omán y Qatar. En este caso, el estudio genómico del nuevo coronavirus comparte un 90% del ADN con el virus causante del SARS, en cuyo origen también está el murciélago, aunque antes de saltar al hombre pasó a la civeta, un pequeño mamífero usado para el consumo humano. El SARS, que apareció en 2003 en China, es una forma grave de neumonía.

El trabajo que los investigadores Shi Zhengli y Cui Jie publicaron en la revista científica PLoS Pathogens en 2017 recogía los análisis hechos durante años a una población de murciélagos en las cuevas de Yunnan (China). Los científicos estudiaron la carga vírica y descubrieron que estos animales tenían más tipos de coronavirus con características similares a las de la enfermedad de SARS, por lo que ya señalaban que "en el futuro podrían surgir nuevas epidemias relacionadas con los murciélagos que afectasen al hombre". 

Es fruto de este pasado que el equipo de Zúñiga cuenta en la actualidad con las vacunas para proteger frente a estos dos coronavirus. "Para cuando obtuvimos la del SARS, por ejemplo, justo terminó el brote, por lo que la gente no mostró interés. Pero la tenemos, e inmuniza de por vida. Así que estamos preparados, porque no se sabe si puede volver a aparecer", asegura la investigadora del CSIC.

Diseñando una vacuna

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Existen

De todos modos, el desarrollo de una vacuna es un proceso largo, normalmente de varios años, que incluye investigación en laboratorio, animales de investigación y pruebas en humanos. En la fase de laboratorio, los investigadores hacen pruebas in vitro y, si funciona, y tras los permisos correspondientes, las pruebas se realizan en ratones, aunque pueden incluirse otros modelos animales. Aquí se evalúa especialmente la seguridad de la candidata a vacuna y su capacidad para provocar una respuesta inmunológica. Muchas de ellas no pasarán de esta etapa porque no consiguen generar la respuesta inmune deseada. 

Más adelante, y ya con la participación de empresas y hospitales, empiezan las pruebas, en voluntarios humanos. En la primera fase, con entre 20 y 80 personas, se confirma la seguridad y la posible dosis a suministrar. En la siguiente fase este grupo se amplía a cientos de personas y a algunos de ellos se les suministra un placebo. En la tercera etapa se hacen pruebas con cientos o miles de personas para ver si hay efectos secundarios no evidentes en grupos más pequeños y se realizan con la técnica de ‘doble ciego’. Unos pacientes reciben la vacuna experimental y los otros un placebo, pero ni los voluntarios ni los médicos saben con antelación quién recibe qué.

Tras pasar estas pruebas, en España la vacuna debe ser aprobada la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios, dependiente del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social. Y, en muchos casos, además, las empresas realizan la Fase IV, que implica estudiar los efectos de la vacuna a lo largo de los años.

En estos esfuerzos están inmersas también compañías internacionales, como la japonesa Takeda ha anunciado esta semana que trabaja con globulinas hiperinmunes, un tratamiento derivado del plasma que ya ha demostrado su eficacia para tratar infecciones respiratorias virales graves.

Tratamiento para la enfermedad

Un equipo catalán empezará en abril los ensayos en cultivos celulares para desarrollar un medicamento contra el COVID-19. El objetivo es evitar que el virus entre en las células que quiere infectar. Según los investigadores, que pertenecen a IrsiCaixa, al Barcelona Supercomputing Center y a la farmacéutica Grifols, los candidatos más prometedores se ensayarán pocas semanas después en animales.