Celina Tamagnini y Luis Ribó cruzaron sus caminos hace unos años. Ella, con una larga trayectoria en el mundo de la comunicación y el marketing corporativo; él, como profesional de la consultoría estratégica durante más de dos décadas; y ambos con un mismo interés: la búsqueda de soluciones y propuestas que faciliten a las empresas el desarrollo de políticas más sostenibles.

“Queríamos ofrecer un producto tangible y no quedarnos solo en ideas”, explica Tamagnini a D+I. La industria textil fue la que captó su atención “porque veíamos que iba a convertirse en el nuevo plástico”.

Este sector es uno de los más contaminantes y está entre los que más recursos naturales agota. Para fabricar una sola camiseta de algodón se necesitan 2.700 litros de agua dulce, el equivalente a la que consume una persona durante dos años y medio, tal y como recoge la Confederación europea de la confección y el textil (EUROTEX, por sus siglas en inglés).

Las estimaciones apuntan a que la producción textil, a través de los tintes y los productos de acabado, es responsable de aproximadamente el 20 % de la contaminación mundial de agua potable. Y el lavado de materiales sintéticos representa el 35 % de los microplásticos primarios liberados en el medioambiente, según cifras recogidas por el Parlamento Europeo.

Con estos datos sobre la mesa, nació Circoolar, una startup barcelonesa dedicada desde finales de 2019 al diseño y comercialización de textil corporativo sostenible. “Tres meses después de su lanzamiento se declaró la pandemia. Ha sido un año muy intenso, tanto para nuestro negocio como para las empresas y ciudadanos, que han tomado más conciencia sobre la importancia del cuidado del medioambiente”, afirma Ribó durante la conversación. 

Compromiso medioambiental y social

Circoolar se fundó para dar respuesta a tres preguntas que se alinean con los principios de la economía circular: de qué está hecha la ropa laboral, quién la ha producido y cuántos residuos genera. Un modelo que viene a resolver los problemas del actual sistema económico lineal y que desde la Fundación Ellen McArthur describen como “una alternativa que implica disociar la actividad económica del consumo de recursos finitos y eliminar los residuos del sistema desde el diseño”.

Todas las prendas que ofrecen en esta startup se fabrican a partir de materiales reciclados, regenerados u orgánicos, y se diseñan pensando en que puedan tratarse para un uso posterior cuando acaben su primera vida útil. Es decir, sin mezclar materiales. “Para cerrar el círculo y evitar la generación de residuos, también recogemos las prendas que se han quedado inservibles y les damos una segunda vida. En ocasiones, no sirven para confeccionar ropa, pero sí como relleno de cojines o para fabricar fieltro que empleamos en otro tipo de productos”, explica Tamagnini.

Merchandising elaborado por Circoolar con fieltro reciclado y 100% trazable.

También son especialmente cuidadosos en la elección del lugar donde se realiza la confección. “Detrás de cada botón, cremallera y costura hay unas manos que las fabrican, y queremos que las condiciones laborales sean dignas. Por eso, cuando el volumen lo permite, trabajamos con mujeres en riesgo de exclusión social; y cuando no, recurrimos a talleres profesionales de proximidad”, detalla la cofundadora.

Ente sus casi 30 clientes figuran empresas multinacionales, como PepsiCo, Isdin o la farmacéutica Uriach, y otras más pequeñas “que llevan la sostenibilidad en su ADN y que quieren ser coherentes con su filosofía y compromisos”, apunta Ribó. Quien añade que ha llegado el momento de que las compañías introduzcan un cambio de rol y mejoren su compromiso con el cuidado del medioambiente. “La vestimenta de sus empleados puede ser una buena forma de empezar porque no solo les define como organización, también les permite tener un impacto tangible”.

En su primer año de actividad, Circoolar ha vendido más de 30.000 unidades de sus prendas. Sobre el resultado, sus responsables afirman que han evitado el residuo de más de 10.000 botellas de plástico, han disminuido en un 24% la huella de carbono, y han conseguido un ahorro de energía del 62 % y un 91 % de agua gracias al uso de algodón orgánico generando residuo textil casi cero. Además, han dado trabajo a 20 familias gracias a la confección en talleres sociales.

 

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