Valeria La Saponara, investigadora de la Universidad Davis en California.

Valeria La Saponara, investigadora de la Universidad Davis en California.

América Tech

Parques eólicos más ‘verdes’: la Universidad Davis desarrolla las primeras aspas biodegradables

La universidad californiana da un impulso al problemático reciclaje de aspas usadas en aerogeneradores que acaban en los vertederos.

1 julio, 2023 01:45
Los Ángeles (EEUU)

La Exposición Universal celebrada en Chicago en el año 1893 sirvió como plataforma para presentar la energía eólica ante el mundo. Quince compañías mostraron los diseños de sus molinos, que ya integraban las primeras aspas de acero.

No fue hasta los años 70 cuando se empezó a mostrar mayor interés en este tipo de energía limpia debido a la crisis del petróleo, propiciada por la escasez de la gasolina y el consecuente aumento de los precios.

La primera granja eólica fue inaugurada en 1981 y fue posible gracias a una colaboración entre la NASA y el Departamento de Energía de Estados Unidos. A partir de ese momento, comenzó a aumentar la demanda de los aerogeneradores, incluyendo las aspas responsables de generar energía.

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Tres décadas más tarde, esas aspas que fueron producidas en los años 80 y 90 comienzan a quedar obsoletas y la mayoría acaban en vertederos. Su reciclaje no es imposible, pero las compañías optan por el camino más fácil: desecharlas.

Cada una de estas aspas tiene unas dimensiones similares a las alas de un Boeing 747, para poder resistir la fuerza del viento y otras condiciones climáticas extremas. Cada aspa tiene una vida útil de 20 a 25 años.

La energía eólica es clave a la hora de producir electricidad limpia, barata y sin emisiones de carbono, pero la gestión de aspas que son desmanteladas muestra la otra cara de la moneda.

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Ahora, los investigadores de la Universidad Davis de California han logrado crear las primeras aspas biodegradables

En la actualidad, las aspas emplean fibra de vidrio, un componente que no facilita el reciclaje. Este material está compuesto de fragmentos finos de plástico y vidrio, que es extremadamente difícil de procesar en plantas de reciclaje. 

Valeria La Saponara, profesora del departamento de Ingeniería Mecánica y Aeroespacial de la Universidad Davis de California Davis, es la encargada del proyecto. Sus aspas están siendo fabricadas con bambú y micelio, una estructura de hongos de apariencia similar a las raíces. 

La experta de la universidad de California comenzó a experimentar con micelio en el año 2019, momento en el que la profesora estaba buscando alternativas a los plásticos fósiles de los revestimientos de los cascos de bicicleta. En ese momento se dio cuenta de que el micelio es una substancia versátil y con potencial para sustituir componentes más dañinos como el poliuretano y el acrílico. 

Este tipo de materiales naturales podrían acabar con las imágenes de los vertederos repletos de aspas. El proyecto Next Level, de la Facultad de Ingeniería de la universidad y El Fondo de Iniciativas Verdes del departamento de sostenibilidad de la Universidad Davis han propulsado el proyecto con una inversión semilla

“Queremos disponer de energía limpia, pero la energía limpia no debería de contaminar el medio ambiente y no puede causar deforestación”, explica La Saponara. “Deberíamos ser ciudadanos responsables para el beneficio de todos”. 

Desde su laboratorio en California, Valeria La Saponara ha desarrollado los primeros prototipos con los que podrá poner a prueba la velocidad de la turbina y la cantidad de electricidad que ss podrá generar. Además, sus materiales deberán demostrar una resistencia a vientos que alcancen los 136 km/h.

Para llevar a cabo las primeras pruebas, las aspas hechas a partir del compuesto de micelio y bambú reemplazarán las aspas de una turbina comercial de 1 kilovatio instalada cerca del STEEL Lab, en California.

Si a través de este piloto se logra generar 1 kilovatio de energía, una cantidad razonable de potencia, según los investigadores, el siguiente paso será comenzar a buscar aliados para su distribución y comercialización.

“Lo que estamos haciendo ahora ya no funciona”, asegura la investigadora. “Nos encontramos en un punto de inflexión con el medio ambiente y la siguiente generación va a pagar un precio alto. En última instancia, no podemos hablar de ingeniería ambiental sin que haya una justicia ambiental”.