Parecía una mañana tranquila. Los rezos y cantos celestiales se elevaron al cielo en el tranquilo monasterio de Lindisfarne. Alejados de los hombres, el complejo sajón ofrecía un remanso de paz y cultura que saltó por los aires el 8 de junio de 793. Los vikingos llegaron desde la costa y pasaron a cuchillo a decenas de monjes, otros se ahogaron en el mar y los escasos supervivientes fueron convertidos en esclavos.

La tranquila abadía, rebosante de sangre, fue saqueada por los paganos que desaparecieron en el mar con su botín. El asaltó provocó todo un shock en el occidente cristiano, sobre todo porque no fue un caso aislado. En los labios de miles de monjes se pudo escuchar una nueva plegaria: "De la ira de los hombres del norte líbranos, señor".

Esta imagen de intrépidos guerreros y navegantes paganos sedientos de sangre contrasta con la "apacible" vida que llevaban cuando regresaban a un puerto amigo. Sus banquetes repletos de carne y pescado asado, regados con abundante vino, cerveza e hidromiel les hicieron ganar la fama de glotones entre los ingleses. Cuando no estaban guerreando, la gran mayoría de vikingos atendía sus granjas y complementaban su riqueza con el comercio o la piratería.

Reconstrucción de una casa y un barco vikingo en la localidad danesa de Ribe Ribe Viking Center

La granja era el principal motor económico de Escandinavia. Entre hermanos, primos, sobrinos y el extenuante trabajo de los esclavos cultivaron centeno y cebada para la elaboración de un pan tosco sin fermentar o las omnipresentes gachas. En uno de los poemas vikingos que se conservan, el Rígsþula, se describe el pan típico como "marrón y con cáscara". El pan de trigo solo se lo pudieron permitir las clases más pudientes.

Las gachas de cereal y avena eran enriquecidas con bayas, frutas silvestres o miel y eran el alimento principal de las clases pobres. El Cuento de Sneaglu Halli contiene una dura escena relacionada con estas gachas. En la corte del rey Harald III de Noruega existió un molesto e incómodo personaje llamado Halli. Durante de un banquete el monarca quedó satisfecho y, siguiendo el protocolo, los sirvientes retiraron la comida al resto de los comensales aunque no hubieran terminado. Halli protestó ante el soberano, bromeando sobre el hambre que pasaba.

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Harald decidió castigar a su sarcástico súbdito y le ordenó comer gachas hasta reventar. Cada vez que Halli dejaba de masticar, la espada de su señor le acariciaba el estómago. Cebado y completamente desesperado suplicó que lo mataran y el rey decidió perdonarlo. Años después, cuando Halli murió, Harald III recordó el episodio y bromeó sobre él: "La perra debe haber estallado con gachas".

Las gachas y papillas saciaban el hambre, aunque los vikingos preferían enriquecer su dieta con frutas y verduras, pero si por algo perdían la cabeza era con la proteína animal. Sus granjas también solían estar pobladas de cerdos, vacas, caballos, cabras, ovejas y gallinas. Para aprovechar su carne en invierno solían salarla y secarla al aire libre, o confeccionar salchichas y ahumarlas. En ocasiones especiales se guisaba o se asaba la carne de caballo.

Normalmente, la dieta vikinga no era tan rica en estas formas de proteína y solo estaban al alcance de los más pudientes, que incluso aumentaban el menú con carne de caza, especialmente de reno en el norte de Noruega aunque era muy valorado el jabalí.

Banquetes nórdicos

La afición de los grandes hombres vikingos por los banquetes es bien conocida y aparece representada en numerosas novelas, películas y series sobre los vikingos. Este fetiche por la comida en abundancia está representada en su descripción del Walhalla. Según sus creencias, los guerreros que morían en combate eran elevados por las valkirias y llevados a este paraíso donde se sentaban en la mesa junto a Odín.. Allí, todos los días comían la carne de Saehrimnir, un gigantesco jabalí cósmico que era sacrificado a diario. 

En este banquete celestial estaba muy presente el alcohol. La cerveza y la hidromiel regaban los banquetes mortales que podían durar horas o incluso días. Más tarde, en un alarde de poderío, los nobles y reyes podían agasajar a sus comensales con vino, una bebida de lujo que a la fuerza debía ser importada. Alrededor del fuego, tambaleantes, glotones y ebrios, resolvían sus disputas, recibían regalos y armonizaban la fiesta con música y poemas aunque como en el caso de Halli, también se reían de forma cruel.

En el año 1011, una flota de vikinga al mando de Thorkel el Alto se había hecho con un enorme botín y con rehenes de renombre que esperaban un rescate. Elfego, obispo de Canterbury se negó a que pagasen la cantidad por él. Los vikingos, completamente ebrios, le llevaron al festín donde se entretuvieron torturándolo y arrojando comida hasta que uno de los comensales, apiadándose de él, lo remató con su hacha. 

Cuando los vikingos marchaban de sus hogares para saquear o comerciar con el resto del mundo, la dieta a bordo dejaba mucho que desear. Al infame y duro pan le sumaban el pescado y la carne seca. Si la travesía se alargaba lo suficiente, el escorbuto hacía estragos en la tripulación, motivo por el que en ocasiones consumían algas para aliviar sus efectos. Un vikingo, a la fuerza, pasaba tiempo pescando arenques ya que eran muy fáciles de conservar en salmuera o ahumados, aunque no despreciaba la carne de foca.

Estos asaltos y conquistas eran una forma de ganar prestigio y poder en esta sociedad guerrera y militarizada aunque, si el terreno les convencía, no tenían ningún problema en asentarse y fundar granjas junto a su familia. Una vez establecidos, no tuvieron ningún reparo en mezclarse con sus habitantes ni servir como mercenarios o mercaderes hasta que terminaron convirtiéndose al cristianismo.