Volcano era una antigua deidad romana responsable de provocar y sofocar incendios, motivo por el que era a la vez temido y adorado. Durante siglos, los romanos le ofrecían sacrificios que eran arrojados a las llamas, especialmente peces, pues estos habitaban en las aguas, una región vedada para este dios.

Gran parte de las antiguas ciudades romanas estaban compuestas por materiales altamente inflamables, especialmente las insulae, construcciones de varios pisos donde se apiñaban las clases más bajas. Cualquier pequeño fuego que se salía de control podía destruir vecindarios enteros. En el corazón de cualquier habitante latía el miedo a perecer entre el humo y las llamas.

Ya en el siglo III a.C. existieron los conocidos como triunviros nocturnos, un cargo público cuya principal función consistía en hacer las gestiones necesarias para velar por la seguridad de la urbe, como vigilar a los posibles ladrones y luchar contra el fuego, además de supervisar las ejecuciones y los castigos. Los bomberos de este periodo eran cuadrillas privadas formadas por esclavos que no fueron del todo efectivas. El historiador griego Plutarco menciona que Licinio Craso, el hombre más rico de la ciudad a mediados del siglo I a.C., mandó a una de estas unidades que, antes de apagar el incendio, pactaba el precio de sus servicios con el dueño del inmueble.

Nerón tocando la lira mientras Roma arde en llamas. 1897 Wikimedia Commons

 

Los Vigiles 

Sin embargo, Roma tuvo que esperar a sufrir varios incendios graves hasta que el emperador Augusto tomase cartas en el asunto. En su reforma del año 6 a.C. creó definitivamente a los vigiles, una brigada paramilitar de unos 3.500 libertos dirigidos por un prefecto, divididos en siete cohortes al mando de un tribuno y distribuidos de forma estratégica en cuarteles por toda la ciudad.

Estos vigiles se dividieron en tareas especializadas a la hora de hacer frente a un incendio. Primero desalojaban el edificio y luego se coordinaban en sus funciones: los aquarii acarreaban cubos de agua formando cadenas humanas, los siphonarii manejaban las bombas y sifones y los cestones se encargaban de manipular una serie de mantas empapadas en vinagre para extinguir los fuegos de menor intensidad. 

Además de su labor antiincendios, asumieron un importante papel policial en la búsqueda de los incendiarios, esclavos fugitivos o, como cuerpos antidisturbios, patrullando las calles de Roma por la noche y presentando a los detenidos ante las cohortes urbanas.

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Estos vigiles tampoco eran ajenos a las intrigas políticas del Imperio. La ciudad estaba en equilibrio entre tres grandes fuerzas a tener en cuenta: las citadas cohortes urbanas, formadas por legionarios que contaban con una vertiente policial; y la Guardia Pretoriana, unidad de élite al servicio del emperador. Como unidad paramilitar, los vigiles apenas podían ofrecer mucha resistencia armada pero eran útiles si se les daba buen uso. 

Uno de sus prefectos más conocidos, Nevio Sutorio Macrón, los utilizó para detener a Sejano en una conjura en el año 31 d.C., en tiempos del emperador Tiberio. Los vigiles rodearon el Senado donde Sejano estaba siendo ascendido a prefecto de la guardia pretoriana y, bajo órdenes de Sutorio, irrumpieron en la sala llevándoselo detenido.

Durante el gran incendio de Roma del año 64, durante el reinado de Nerón, los vigiles lucharon durante todo el día para controlar los fuegos que destruyeron un tercio de la ciudad. Esta unidad aumentó de número con el paso del tiempo, a la vez que perdió su entidad como brigada independiente pasando a obedecer al prefecto del pretorio en torno al siglo III d.C.

En la actualidad, a los bomberos en Italia se les conoce como "vigili del fuoco". Así que aún se puede afirmar que los vigiles continúan luchando contra el fuego en Roma hasta el día de hoy.