La tarde de aquel 11 de diciembre de 1987, Beatriz Sánchez Seco sopló cinco velas en casa de sus abuelos. Sus padres querían que la niña viviera su quinto cumpleaños como otro cualquiera, que pareciera que nada malo había ocurrido. Pero el estallido del Renault 18 que los etarras colocaron delante del cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza todavía resonaba en sus pequeños oídos. Todavía tenía también heridas en el cuerpo provocadas por la explosión cuando sus familiares improvisaron una pequeña fiesta de cumpleaños con un nudo en la garganta por lo ocurrido. 

Beatriz fue una de las víctimas del atentado de ETA contra el cuartel donde vivían 40 familias de guardias civiles y murieron 11 personas, entre ellos cinco niñas y un adolescente de 17 años. Ella vivía con sus padres, Juan y Juani, y su hermano Javier, un año mayor que ella, en uno de los pisos que se derrumbaron por la explosión.

A las seis de la mañana, cuando aún estaban en la cama, el coche bomba saltó por los aires: "Recuerdo que la puerta de la habitación cayó encima de mí y mi hermano debajo de mi cama", relata a EL ESPAÑOL Beatriz, ahora madre de un niño que está a punto de cumplir cuatro años. 

Este jueves, cuando se enteró de la detención de Josu Ternera en Francia se alegró de que pillaran a "la cabeza pensante de nuestro atentado". "Que muera en prisión, que pase los días que le quedan de vida y de condena en la cárcel y no ocurra como con De Juana Chaos, que le dieron el pase a su casa antes de tiempo", reclama. 

"Padres sobreprotectores desde entonces"

Desde que ocurrió el atentado, hace más de 31 años, nada fue igual en casa de Beatriz. Tiene recuerdos vagos de lo ocurrido, pero sabe que la familia se trasladó a vivir a casa de sus abuelos, también en Zaragoza, "como buenamente se pudo". Después se movieron al Hotel Avenida de la ciudad, como la mayoría de víctimas del atentado, y por último a unos pisos de alquiler. "Mis padres se volvieron sobreprotectores. Hasta el año 1992 no permitieron que dos o tres amigos vinieran a jugar a casa al salir del colegio".

Su padre, guardia civil, se alegró de que le trasladaran de Navarra a Zaragoza, su ciudad natal, porque pensaba que sería un territorio menos inseguro con la banda armada en sus años de plomo. Sin embargo, la capital del Ebro fue blanco para los etarras en 1987, cuando también atentaron contra un microbús de la Academia Militar.

La inseguridad y los temores a sufrir un nuevo atentado de ETA acompañó a la familia muchos años después. "En 2005 entré a trabajar en una empresa telefónica con sede en el País Vasco y mi padre me pidió que no pusiera nuestro apellido porque temía que me identificaran como hija de guardia civil", recuerda. También reconoce que el atentado ha sido un tema tabú en su casa hasta que alcanzó la mayoría de edad. 

Entonces entró en la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) y solicitó toda la información sobre lo sucedido. Supo que tanto ella como su hermano habían estado 201 días de baja médica psiquiátrica y sus padres, 30 días. Recordó entonces que días después del suceso, de niña, se trasladaba a un lugar donde les daban camisetas y hacían dibujos. Eran sus sesiones de terapia. 

Afortunadamente ninguno de sus familiares murió aquella mañana. Su padre falleció en el año 2010 víctima de un cáncer. Ella sufre una lesión en la espalda, una hernia por la que tendrá que ser operada y que le impide hacer viajes largos. Por eso ve difícil acudir al juicio por el caso del atentado de Zaragoza si Francia permite la extradición a España de Josu Ternera para que sea juzgado en la Audiencia Nacional como líder de la banda que perpetró la masacre.