Gabriel Ferrán, el veterano embajador de España en Afganistán, y Paula Sánchez Díaz, una de las más jóvenes integrantes de la carrera diplomática, han vivido una auténtica odisea hasta llegar sanos y salvos a España. Este sábado, aún aturdidos y descolocados por la intensidad de su aventura, y por el jet lag del largo viaje de vuelta del día anterior, con escala en Dubai, charlaban con el Rey y el presidente del Gobierno en la base aérea de Torrejón de Ardoz.

Era el aparte más largo que tenía Felipe VI en su visita al hub internacional de refugiados establecido en Madrid. La conversación llegaba a ser tan distendida que los cuatro reían abiertamente, como podían oír todos los que estaban en el hangar del 47 Grupo Mixto de las Fuerzas Armadas.

En ella, la joven Paula Sánchez, con un elegante bolso de mano negro, y un vestido blanco, departía con el jefe del Estado bajando al detalle de la realidad que se vive en algunas provincias afganas. Lugares como Badghis, donde se han centrado las tareas de reconstrucción del Ejército, que el Rey también ha podido conocer en sus visitas a las tropas desplegadas allí estos últimos veinte años. 

Fuentes diplomáticas relatan la amargura con la que ambos vivieron sus últimos días en Kabul. "El embajador nos comentaba que, además de los colaboradores de España, le angustia la suerte que puedan correr los afganos de a pie que ha podido conocer estos años. Siempre comenta que había una nueva generación a la que pertenecen muchas personas que ha podido tratar, que tenían una oportunidad de vivir en un país distinto y no en la sucesión de guerras y regímenes fundamentalistas que ha sido Afganistán los últimos cuarenta años" señalan sobre los sentimientos encontrados de Ferrán, ya de regreso a su país. 

Nuestra embajada, mientras el avance talibán se hacía más imparable desde que el seis de agosto conquistaron su primera capital de provincia, la de Zaranj, y al día siguiente la segunda, Sibargán, eran solo ellos dos, más tres personas que se encargaban de su seguridad. Cinco individuos en un territorio cada vez más peligroso y asediado. Pero eligieron quedarse allí hasta el último momento, aun cuando la número dos de la embajada podría haber regresado antes.

El Rey y Sánchez conversan con el embajador Ferrán, este sábado en Torrejón. EFE

Hasta su vuelta el día 27, doce días después de la caída de Kabul, resistieron con la única cobertura fuera de la embajada de 13 agentes de los geos y 7 de la UIP, la Unidad de Intervención Policial. Veinte hombres que arriesgaron su vida para, entre otras cosas, crear pasillos de seguridad hacia el aeropuerto de Kabul.  

Sánchez es muy activa en Twitter desde junio de 2019, precisamente la fecha de su debut como diplomática, que antes de Afganistán le había llevado a la embajada española en Rabat. Desde su perfil personal fue difundiendo en julio mensajes de diversas organizaciones que ya entonces alertaban de la ofensiva de los talibanes.

La situación de Ferrán era peculiar desde el primer momento porque, como se ha encargado de airear en tono crítico el PP, había sido cesado de su cargo el tres de agosto. Pero el Gobierno decidió que ante la evolución de los acontecimientos no se efectuara el relevo y el embajador, según llegó a declarar el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, "dijo presente" y apuró hasta el final, en las circunstancias más difíciles, su mandato.       

Bolaños, al mando 

El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, que llevaba apenas semanas en su nuevo cargo, decidió por las mismas fechas, en la segunda semana de agosto, que la situación en Afganistán requería un contacto permanente con todos los departamentos implicados, incluidas naturalmente la embajada en Kabul y las tropas españolas.

Bolaños, el hombre para todo en La Moncloa, estableció reuniones diarias por videollamada con Asuntos Exteriores y Defensa, los dos ministerios que monitorizaban la situación sobre el terreno.

Un gabinete de crisis oficioso y discreto de cuyas conclusiones daba cuenta al presidente Sánchez, ya de vacaciones en la residencia de La Mareta en Lanzarote. Por aquellos días, y pese al avance cada vez más vertiginoso de los fundamentalistas islámicos, los servicios de inteligencia de EEUU, según se publicó, calculaban que la llegada de los talibanes a Kabul, la capital, se produciría a final de año.

Fuentes del Gobierno aseguran, haciendo frente a las críticas por imprevisión que la opoisición vertió después del domingo quince de agosto, cuando cae definitivamente Kabul y los talibanes certifican su victoria, que ya para entonces la situación estaba controlada. O al menos, explican, para cómo se habían desarrollado los acontecimientos.

Como prueba de ello esgrimen precisamente el cuasi desmantelamiento de la embajada. Y el hecho de que ya para principios de agosto no había prácticamente "colonia española" en Afganistán. En julio ya se había empezado a instar a los españoles a que abandonasen el país, algo que en aquel momento podían hacer con normalidad, en aviones comerciales desde el aeropuerto de Kabul.

Sánchez y Bolaños. EFE

El viernes 13 de agosto, en un día muy importante para Exteriores, pues se anunciaba el acuerdo para la devolución de los menores de Ceuta a Marruecos -paralizado ahora judicialmente por las posibiles irregularidades de Interior- el ministro José Manuel Albares no perdía de vista Afganistán, y en un elocuente mensaje a través de su perfil de Twitter afirmaba: "España está preparada para cualquier eventualidad. Incluida la evacuación de la embajada española en Kabul. No dejaremos a nadie atrás". 

Fuentes del Gobierno aseguran que ya en ese momento, a cuarenta y ocho horas de que se consumase la toma de Kabul por los talibanes, se estaban haciendo gestiones discretas para la evacuación, con Ferrán y Paula Sánchez Díaz trabajando a pleno rendimiento pese a lo precario de sus medios. A muchos de los colaboradores afganos de nuestro Ejército -todo ellos civiles, a diferencia de otros países que también los tenían militares- se les intentaba contactar de diversas maneras, por correo electrónico o por mensajes de móvil, aunque esas vías no siempre daban sus frutos y los mensajes o tardaban en ser contestados o la respuesta no llegaba nunca.

El viernes 27, en su primera rueda de prensa en La Moncloa durante la crisis, veinticuatro horas después del cruento atentado del pasado jueves en Kabul, el presidente Sánchez proclamaba: "Misión cumplida". Horas después saludaba a Ferrán y a su mano derecha en Torrejón, donde llegaban junto a los últimos evacuados en un avión de Air Europa procedente de Dubai.

La imagen de su encuentro con ambos plasmaba el éxito de una operación de la que el Ejecutivo presume cada vez más. Lo hace detallando que finalmente casi se ha triplicado el número de evacuados, de los ochocientos previstos a los 2.206 que finalmente han llegado a España. También la "gesta" que supone a juicio de Moncloa la labor del ministerio de Inclusión y Migraciones, que dirige José Luis Escrivá, al haber tardado una media de 32 horas por refugiado en conseguirles destino.

Andalucía, Aragón, Castilla y León y Cataluña acogen ya a más de cien afganos cada una, fruto de esa labor, mientras que en menor cuantía se han distribuído a los evacuados en otras autonomías. Y todo siendo punto de referencia tanto en la Unión Europea (UE), cuyos máximo mandatarios respaldaron in situ el "hub" de Torrejón, como de EEUU, cuyo secretario de Defensa agradecía este mismo sábado la colaboración de nuestro país en la evacuación, para la que los norteamericanos están utilizando las bases navales de Rota y Morón.

Pero como en toda actuación gubernamental, nada hubiera sido posible sin los servidores públicos que han participado en ella, a los que el propio Felipe VI transmitía este sábado su agradecimiento. Militares, policías, guardias civiles, cooperantes, personal de Inclusión o diplomáticos. Dos de ellos, Gabriel Ferrán y Paula Sánchez Díaz, protagonistas indiscutibles de la evacuación española de Afganistán.   

  

  

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