El Gobierno asegura que con la aprobación de la Ley de Memoria Democrática José Antonio Primo de Rivera "dejará de ocupar un lugar preminente" en la basílica del Valle de los Caídos. Aunque sin mencionar expresamente al fundador de Falange, el texto de la norma, adelantado ayer por este diario, dicta que ningunos restos ocuparán un espacio privilegiado.

Dicho de otro modo, Pedro Sánchez exhumará a Primo de Rivera para "cambiarlo de sitio", pero no para sacarlo fuera de Cuelgamuros, como hizo con el féretro de Franco. El propio Félix Bolaños, ministro de la Presidencia, lo expresó en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros.

Fue precisamente Bolaños el encargado de negociar con la familia del dictador mientras duró el proceso de la exhumación. La relación personal entre el ahora ministro y los nietos de Franco fue "cordial". Así lo reconocieron ambas partes.

Del mismo modo, Bolaños -ahora quizá sea otra la persona encargada de esa negociación debido a su papel ministerial- apuesta por entablar conversaciones con la familia Primo de Rivera. Se les dará -según las fuentes consultadas por este periódico- la posibilidad de que el ataúd permanezca en el "cementerio civil" del Valle de los Caídos, pero Moncloa no descarta que, en ese momento, decidan llevárselo a otra parte.

Primo de Rivera, al contrario que Franco, sí fue un "caído" de la guerra. El Gobierno no obviará nunca esa condición, pero ha aprobado la ley para evitar que la basílica, ante la ausencia del dictador, esté brindada al joven abogado que impulsó Falange en 1933.

Con esta maniobra, el Gobierno dice garantizar que no habrá "exaltación" de Primo de Rivera en fechas señaladas, tal y como ha venido sucediendo a lo largo de las últimas décadas. La ley, además, impide las concentraciones y actos políticos en Cuelgamuros.

El informe de los expertos encargado por Zapatero en 2011 advertía de que la exhumación de Franco "no acabaría con las procesiones" y ya aconsejó el traslado de Primo de Rivera.

Todavía no se conocen detalles del proceso de "resignificación" que afrontará el Valle de los Caídos, inaugurado por la dictadura en 1959 para honrar a "los muertos de la cruzada" y construido, en parte, por presos políticos.

Las exhumaciones de José Antonio

José Antonio Primo de Rivera (Madrid, 1903) fue encarcelado en Madrid en marzo de 1936. En junio, poco antes de que los generales dieran el golpe de Estado, se le trasladó a Alicante, donde murió fusilado.

Su cuerpo fue a parar a una fosa común. Poco después se le dio sepultura en un cementerio de esa misma ciudad. Hasta que, concluida la guerra, en 1939, el recién nacido régimen proyectó una de las fotografías más llamativas que conocería la dictadura.

Los camisas azules de Falange lo llevaron a hombros hasta San Lorenzo del Escorial. Diez días de marcha. Por la noche, antorchas para iluminar el camino. Una procesión de 450 kilómetros. 93 horas, según Google Maps.

Fue enterrado en la basílica de El Escorial, cerca de la cripta de los reyes. A finales de marzo de 1959, con el Valle de los Caídos a punto de caramelo, Franco ordenó su traslado.

Ni siquiera esa última exhumación estuvo exenta de polémica. Los militantes de Falange -y también la familia de Primo de Rivera- no estuvieron de acuerdo con que José Antonio fuera a parar al Valle de los Caídos. Como gesto de desaprobación, rechazaron el transporte que ofreció el régimen y lo trasladaron a hombros hasta Cuelgamuros.

Aunque se llevaron mal en vida y el dictador fue muy celoso del prestigio social que Primo de Rivera logró entre los partidarios del golpe, lo utilizó como mártir y pan de circo. Reclamo de peregrinación. De ahí que el hispanista Stanley G. Payne apuntara sobre el patrón de Falange: "Fue objeto del más extraordinario culto al mártir de toda la Europa contemporánea".

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