Algo ha debido de pasar. Quizá haya sido un mero error de coordinación. O puede que de protocolo. Maldita la gracia. Pedro Sánchez ha tenido que celebrar la Constitución sin sus allegados. ¡Y mira que Fernando Simón lo dejó claro! El término engloba a aquellos por los que profesamos un vínculo afectivo y sincero.

Pero, ¿cómo se le puede hacer algo así a un presidente del Gobierno? Iban a dar las doce. Aforo restringido. Un puñado de periodistas, un micrófono y decenas de guardaespaldas. También los ujieres de la Cámara. Presidentes autonómicos, diputados... Pero nada, no aparecían. Toda la parafernalia montada para que Sánchez sólo divisara adversarios y ministros -de esos hay muchísimos-.

Aitor Esteban, Gabriel Rufián, Mertxe Aizpurua... En el exilio. Ni siquiera un allegado de segunda línea. ¡Y eso que ERC cuenta con hasta trece parlamentarios! El presidente debía de estar hundido. Sonrió. Porque el presidente siempre sonríe. Pero algo le pesaba muy adentro. Quizá por eso, y sólo por eso, se acercó al micrófono con la condición de no responder preguntas.

Llevaba, por cierto, un abrigo precioso. Azul con motivos grises. Y una bufanda verde Bild... esperanza. Ofreció una homilía de un par de minutos. Moderado hasta el extremo. Total, ¿con quién iba a polemizar? Abascal y Arrimadas estaban en Cataluña... y con Casado no se habla.

Fue tal que así: "Feliz día de la Constitución. Son 42 años de democracia, convivencia, concordia, derechos y libertades. Es el mayor logro de nuestra historia colectiva". Como guinda y para demostrar sus esforzadas lecturas de las encíclicas vaticanas: "Los Presupuestos elevan el alma social de la Constitución a la máxima categoría. Pido a todos los actores políticos que celebremos este día". ¡A "todos"!

Calma, calma. La mayoría "democrática, social, republicana y plurinacional" no corre peligro. El micrófono de Sánchez no funcionó. Los gritos de los periodistas: "¡No ha entrado el sonido! ¡No se ha oído! Me dicen que por la tele no se ha escuchado nada". Pues mejor, debió de pensar Iván Redondo. Así no indigestamos el vermú a distancia de los allegados.

Hacía un frío tremendo. La prensa, especialista en sortear la precariedad, se las apañó como pudo. Sánchez ya estaba camino a la escalinata del Congreso, donde Pablo Iglesias... se frotaba las manos. Lo captaron las cámaras. Un vicepresidente congelado, pero sonriente. Frotándose las manos como sólo se las frotan los que ven la ganancia a la vuelta de la esquina. Las frotaba como si amasara entre los dedos las cenizas de un colegio concertado.

Nadia Calviño y Pablo Iglesias en la celebración del cuadragésimo segundo aniversario de la Constitución. EFE

Iglesias había hablado veinticuatro horas antes en su Consejo Confederal. Sin moño y sin americana. Situó al PP "fuera de la Democracia" y llamó a los jóvenes a "construir la República". Este domingo, en un arrebato protocolario, evitó decir lo mismo en la sacrosanta Cámara, pero se encargó de enviar a Echenique a hablar de Juan Carlos I y a agitar el fantasma del fascismo.

¡Qué maravilla lo de don Juan Carlos!, deben de pensar en vicepresidencia. Es una fuente inagotable de anhelos republicanos. Otro tanto pasa con Vox. Si Abascal desaparece, ¿cuál será el yang del proyecto auspiciado por Sánchez, Iglesias y sus allegados?

Llegó el momento cumbre del acto. Batet laudaba el patriotismo que escribieron Ortega y Galdós. Todos aplaudían. Todos hacían suyo el discurso. El homenaje a la Constitución, por abstracto que fuera, unía de pronto a los presentes. ¿Y los allegados? ¡Ay!

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