La propagación del Covid-19 no tiene fronteras, y si ya ha afectado a países enteros como España o Italia, ahora ha obligado a estudiantes de intercambio en Estados Unidos a interrumpir su estancia de forma precipitada y coger los últimos vuelos de vuelta a casa.

Marta, una chica de Sevilla de 17 años, es una de estas estudiantes menores de edad que llegaron a finales de agosto a Estados Unidos para sumergirse en una experiencia de un año con una familia de acogida. Quería mejorar su nivel de inglés e integrarse en la american lifestyle (el estilo de vida americano) antes de matricularse en la universidad.

A diferencia de un Erasmus, esta sevillana forma parte de AFS Intercultural, un programa de intercambios internacionales que funciona gracias a familias que voluntariamente deciden acoger en sus hogares a estudiantes de otros países.

El propósito es ser uno más de la familia: ir al instituto, apuntarse a baloncesto, fútbol americano, clases de interpretación... y asistir al baile de graduación como broche final del curso académico. Vivir un año como un nativo más. Todas aquellas cosas que la mayoría de españoles solo conoce a través de las películas de Hollywood.

“La semana pasada todavía estaba en el Instituto y en tres días tuve que prepararlo todo para irme”, explica Marta en conversación telefónica con EL ESPAÑOL un día después de llegar a España. La joven estaba totalmente integrada en su familia americana y en el Instituto Whitnall, donde se había convertido en cheerleader y había ganado junto a sus compañeras el concurso de animadoras de Wisconsin. También había hecho muy buenas migas con Jordan, su hermana de acogida.

Marta junto al resto de cheerleaders del Whitnall Highschool. E.E.

Marta siente “rabia” por no haber podido finalizar su estancia, que terminaba el próximo junio. La forma tan precipitada en la que AFS (el programa intercultural) organizó la salida del país de los estudiantes, hace que todavía no se crea del todo lo que ha pasado.

Tuvo que desplazarse corriendo hasta el Chicago O’Hare International Airport, y una vez allí -y ya con una mascarilla cubriendo su rostro- se reunió con el resto de españoles que se encontraban en sus mismas circunstancias.

Los españoles e italianos fueron los primeros en partir. A finales de marzo prevén que ya no quede ningún estudiante en suelo americano. La decisión no ha sido fácil de tomar. Cuando Marta llegó al aeropuerto de Madrid-Barajas tuvo que que coger un segundo avión hasta Jerez porque no había trenes a Sevilla.

"Pesadilla logística"

“Muchas familias de acogida no querían enviar a sus chicos de vuelta a España e Italia, decían que era terrible enviarlos de vuelta a países que están peor que el nuestro”, añade Beth Clemence, voluntaria de AFS en la zona de Milwaukee (Wisconsin). Los últimos días “han sido una pesadilla logística” para poder “organizar autobuses y trenes” hacia los principales aeropuertos del país, detalla Clemence.

En el caso de Marta, su familia de acogida, los Canzoneri, de origen italiano, no quería que se fuera. Sabían que la situación de España era peor que la de Estados Unidos.

El virus, sin embargo, ha interrumpido esta experiencia académica y vital no solo de Marta sino de unos “mil estudiantes de intercambio” que acoge el programa en este curso escolar. Desde hace una semana, y por decisión de la dirección de AFS, les están devolviendo a sus casas en “olas”, cuando encuentran billetes disponibles.

Como Marta, otras estudiantes de intercambio en Estados Unidos, como Valentina, de Argentina, o Haruka, de Japón, están viviendo situaciones parecidas. La estudiante argentina se encuentra bloqueada en Panamá después de que cancelaran su vuelo de escala hasta su país. Haruka, por su parte, se le hizo el test del Covid-19 al haber estado en contacto con personas que dieron positivo. Afortunadamente, ha dado negativo y desde Japón han decidido repatriarla por seguridad. 

Marta en el aeropuerto de Chicago. E.E.

El periplo de Marta acabó en Jerez, cuando su padre acudió a recogerla. El Gobierno ya había decretado las primeras restricciones de movilidad en todo el territorio, así que tuvo que lograr un certificado de la Guardia Civil para desplazarse en coche. Un trayecto de ida y vuelta de unas tres horas y después de un vuelo transatlántico.

Ahora el jet lag empieza a disiparse, pero no la tristeza de haber tenido que irse antes de tiempo. 

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