"Lo verdaderamente singular era lo que no se veía (...) Por encima de la estructura directiva existía un sanedrín reducidísimo que movía los hilos de la acción política y organizativa: Rivera, Villegas, Hervías y Páramo. Y, entre esos cuatro, ni que decir tiene que la palabra de Dios era la palabra de Dios (...) Para él sólo valían las opiniones corroborativas. Y no digamos ya si encima eran encomiásticas. Cuando no eran ni lo uno ni lo otro (...) se arrinconaban sin miramiento alguno. Ni siquiera se perdía un segundo en rebatirlas. La opinión ajena era concebida como un producto de usar y tirar".

Las últimas elecciones generales fueron tal terremoto para Ciudadanos... que ha sido un fundador del partido quien ha tenido que escribir el Evangelio más heterodoxo de la debacle. Xavier Pericay (Barcelona, 1956) fue el último padre creador con cargo en la formación. Candidato en las Baleares -perdió las últimas primarias tras ser asesinado por el aparato-, fue miembro de la Ejecutiva hasta finales del pasado junio.

El libro, al que ha tenido acceso este periódico, se titula ¡Vamos? (Sloper, 2020) y llegará a las librerías el próximo lunes 17 de febrero. Las páginas de este testigo privilegiado - "notario de la urgencia" que diría Ruano- verán la luz poco antes de que se consume el proceso de sucesión y de que Albert Rivera publique su particular descargo de conciencia... también en forma de memorias.

Portada del libro de Pericay.

La crítica de Pericay, como ahora quedará de manifiesto, nunca es ad hominem. Su talante sosegado y conciliador -no integró siquiera la facción de los llamados críticos- produjo el sonrojo de varios de sus compañeros al conocer su derrota en las primarias, que se despidieron de él -en privado y entre lamentos- conscientes de que había sido purgado. Se trata del único de los dimisionarios -compárese con Toni Roldán o Javier Nart- que no suscitó la crítica pública por parte de la dirección.

"Ahora se me tachará de desleal, pero prefiero eso a caer en aquello que decía Santiago Carillo: 'Vale más equivocarse dentro del partido que tener razón fuera de él'. Nunca filtré lo que sucedía en la Ejecutiva, fui disciplinado, pero mi aventura política se ha terminado. He recuperado la libertad de la que yo mismo me privé", confiesa Pericay a este diario.

El retrato de Rivera

El libro, breve e intenso como un tiroteo, carece de índice onomástico. No le hace falta. Es fácil ubicar los episodios escabrosos. Pericay conoce a Rivera desde hace ya quince años, cuando el expresidente fue nombrado para su cargo por el azaroso método del orden alfabético.

"Mi relación con él era de respeto y consideración mutuos. No existían motivos de desconfianza", escribe este filólogo al que no le duelen prendas en reconocer la "admiración" que sintió por Rivera y la "brillantez" de muchas de sus intervenciones.

A finales de junio, Pericay intentó comunicar a Rivera -a través de María Castiella, su jefa de gabinete- que abandonaba todos sus cargos. También le envió un WhatsApp. No obtuvo respuesta. Así fue el final del último de los fundadores que permanecía en Ciudadanos.

En aquel mensaje, le expuso "algunos de los motivos" que le habían llevado a "decir adiós": "Se resumían en la incapacidad del partido para gestionar la discrepancia". Y esa discrepancia, "ese pensamiento monolítico", circunscriben el relato de Pericay.

"La Ejecutiva, en realidad, era Rivera. Lo que él dijera se haría (...) Por más que se ampliase el número de integrantes de los Comités, el sanedrín permanecía inalterable -Hervías, Villegas, Páramo-. Las reuniones de la Ejecutiva siempre eran más breves de lo que habría sido deseable. Casi todo llegaba masticado por los miembros del sanedrín (...) Recibíamos un digest debidamente orientado hacia donde convenía a sus hacedores. Hubo más de un compañero que, en tres años, jamás pidió la palabra en los debates". Con este párrafo, empieza a dibujar el "verticalismo" que inundó Ciudadanos. "Se conformaba como un partido fuertemente jerarquizado, de una verticalidad que para sí hubieran querido, pongamos por caso, los mismísimos sindicatos franquistas".

Rivera y Pericay, durante un acto de campaña.

"El sanedrín se afanaba una y otra vez, durante nuestras reuniones ejecutivas, en convencernos de que a la opinión publicada, por muy respetable que fuera, ni caso; de que nosotros teníamos nuestras propias encuestas, sabíamos cómo pensaba el común de la gente y actuábamos en consecuencia", sigue.

Pericay también diagnostica "un rechazo frontal a cualquier crítica, un recelo enfermizo hacia la palabra cuando ésta no se expresaba debidamente embridada, una desconfianza notoria hacia la figura del intelectual".

-Y usted, ¿levantó la voz? ¿Se arrepiente de no haberlo hecho?

-Quizás fui demasiado educado -ironiza-. Aporté matices y expresé mi opinión siempre que pude. No rehúyo mi parte de culpa. Habría podido intervenir con mayor dureza, pero todos teníamos la sensación de que había llegado el momento de gobernar. Fui disciplinado.

En el libro, Pericay se reconoce como corresponsable de la debacle. Dice haber apoyado, en un principio y durante un mes, el veto absoluto al PSOE. Comenzó a darse cuenta del "error" tras las autonómicas de mayo. Entonces, expresó su contrariedad a declarar "socio preferente" al PP y apostó, junto a algunos compañeros, por "abrir más las compuertas" a Ferraz.

"Creí que Ciudadanos era un partido distinto, un pelín más ilustrado que los demás. Como filólogo, aquel lenguaje, el de la 'banda', me repelía mucho. Esa forma extrema de simplificación de la realidad que protagonizamos...", lamenta a punto de publicarse su manuscrito.

En definitiva, arguye Pericay, Rivera murió "porque no tuvo a nadie -en aquel sanedrín- que le llevara la contraria". "Yo me ofrecí, en multitud de ocasiones, a Fernando de Páramo para participar más en campaña. Nunca me llamaron", desvela.

El retrato de Rivera lo traza a través de Ignatieff y la figura del "maestro del oportunismo": "El arte de la política consiste esencialmente en ser alguien que sabe persuadir al público de que ha sido él quien ha creado la oportunidad. Rivera lo fue en múltiples ocasiones. Dejó de serlo, en cambio, cuando le traicionó el exceso de confianza en sí mismo, ese ensimismamiento rayando en el endiosamiento".

Debido a esa constante "búsqueda de la oportunidad", Pericay dice sobre Rivera: "A menudo, las iniciativas de las que yo era responsable se hacían públicas y hasta se tramitaban parlamentariamente sin que hubieran podido ser debatidas. No les cuento los berrinches que se agarraba el propio presidente de Ciudadanos cuando discrepaba de alguna de ellas por no compartirla o, las más de las veces, por considerarla inoportuna (...) Bastaba a menudo con que una iniciativa no hubiera sido cocinada por él o con su beneplácito para que fuera descartada o, como mucho, arrinconada hasta que las circunstancias le permitieran presentarla y venderla como un producto de cosecha propia".

"Soberbia hasta el final"

La mejor prueba de ese "ensimismamiento" -aduce Pericay- es, precisamente, el veto al PSOE: "Y todo por la granítica creencia de que el líder socialista tenía ya un pacto con Iglesias desde la noche del 28 de abril. Su empecinamiento en el error, seguido de una rectificación a la desesperada, por no hablar del cambio de rumbo emprendido en la siguiente campaña, hicieron de él, muy a su pesar, un ejemplo palmario del torpe oportunista político descrito por Ignatieff".

Entre unas generales y otras, asevera este experto en la obra de Josep Pla, se "aleccionó" a los miembros de la Ejecutiva por parte del "sanedrín" contra las opiniones discordantes y las presiones externas.

Y eso que Pericay -siempre según su versión- disfrutó de una deferencia que no conocieron sus compañeros: "Cuando intervenía, comprobaba que Albert me prestaba atención, hasta el punto de tomarse un respiro en su consulta compulsiva del móvil para posar sus ojos en mí. Siempre agradecí esas muestras de consideración".

La estrategia dictada por Rivera fue ésta: "Sánchez ya tiene un acuerdo con Iglesias y otro con los independentistas. Lo mejor es aguardar a que se materialice. No moverse. Así presumiremos de ser coherentes con lo que dijimos en campaña".

"Había en esa postura muy poca preocupación por el interés general y mucho cálculo partidista. El progresivo deterioro de la política y el consiguiente desgaste del PSOE llevarían tarde o temprano a unas nuevas elecciones en las que saldríamos sin duda beneficiados y quién sabe si victoriosos. En aquel momento, y aun a lo largo de un mes, estuve de acuerdo con ese planteamiento. Pero los resultados del 26-M constituyeron un primer aviso de lo que no supimos o no quisimos ver", razona Pericay en esta obra de inminente publicación.

El filólogo no estuvo en la Ejecutiva del 24 de junio, a la que ha bautizado como "sanjuanada". Debido a un viaje al extranjero, se perdió las consecuencias de la dimisión de Toni Roldán y el agrio enfrentamiento que mantuvieron Luis Garicano y Javier Nart con Rivera debido al veto a Sánchez.

Luego vino el 10 de noviembre y la gran debacle. A modo de epitafio de Rivera, Pericay escribe: "La soberbia le acompañó hasta el final. Es cierto que dimitió, lo que le honra. Pero en ningún momento consideró necesario manifestar arrepentimiento alguno por sus actos, como si no fuese consciente de haber cometido errores y todo se debiera a los avatares de la política y de las urnas".

-Usted traza una evolución en la actitud de Rivera pero, ¿cuáles cree que fueron los motivos?

-Su ambición, las expectativas de aquel 2018 cuando se veía presidente, el sanedrín sin contrapesos del que se rodeó... No voy a entrar en cuestiones de orden personal. Él se encerró en sí mismo a partir del pasado junio.

Los 'hervívoros'

La Historia de Ciudadanos que escribe Pericay no puede entenderse sin la figura de Fran Hervías, entonces secretario de Organización y miembro del equipo que, a día de hoy, negocia las coaliciones con el PP de cara a las elecciones vascas y gallegas.

Cuenta Pericay que Hervías, meteorólogo de larga trayectoria en el partido, se hizo con el control del aparato a comienzos de 2017, en la Asamblea General que tuvo lugar en Coslada (Madrid).

"Hervías iba resolviendo los conflictos a su manera, por la brava, cortando cabezas y cuanto se terciase. Que el resultado a menudo fuera la devastación del partido no le preocupaba lo más mínimo. Estaba facultado para decidir quién era tóxico y quién no. De ese proceder estaba al tanto el resto del sanedrín, presidente incluido", escribe en su libro.

El propio Pericay reconoce haber apoyado en su día la creación de Ciudadanos como organización sin baronías: "Me equivoqué. Eso impidió la existencia de contrapesos políticos, lo que ha favorecido sin duda el ejercicio de un poder absoluto".

Este escritor describe a Hervías como una especie de Darth Vader que confeccionó una "red de soplones" para detectar cualquier discordancia respecto al oficialismo: "Los cargos electos no podíamos siquiera reunirnos con un afiliado fuera de la sede si no advertíamos previamente al sacrosanto aparato".

Pericay, por cierto, dibuja a Fran Hervías como alguien que se "jacta de no leer libros" y denomina a sus correligionarios como "hervívoros", aquellos que "no comen carne de libros".

Xavier Pericay, que sigue siendo afiliado de Ciudadanos, se despide con un alegato descorazonador, probablemente fruto de la ingenuidad de un hombre de letras que no conoció las tripas de la política hasta sus 58 años: "Para triunfar, hay que saber mentir y engañar".

Cuando decidió su paso al frente, compró una voluminosa biografía de Fouché, aquel ministro de Policía de Napoleón y de Luis XVIII. No imaginaba que algunos de aquellos patrones se repetirían, siglos más tarde, con una similitud atroz.

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