Enric Juliana es el autor, junto al notario Juan José López Burniol, del llamado "editorial único". Publicado en 2009, cuando el Tribunal Constitucional se preparaba para emitir dictamen sobre la constitucionalidad de varios artículos del Estatuto catalán de 2006, el texto exigía a los magistrados "respeto" por la ley catalana. O lo que es lo mismo: que el Estado se abstuviera de aplicar la ley en Cataluña, esa vieja aspiración nacionalista.

El editorial fue publicado por "la práctica totalidad de los diarios cuya línea se determina en Cataluña", según la sincera descripción de La Vanguardia. Esos diarios eran: El Periódico de Cataluña, Avui, El Punt, Segre, Diari de Tarragona, La Mañana, Diari de Girona, Regió 7, El Nou 9, Diari de Sabadell, Diari de Terrassa y la misma La Vanguardia. Titulado "La dignidad de Catalunya", el texto de Juliana y López Burniol es una obra maestra de la deslegitimación del Estado de derecho y el molde de eso que podríamos llamar el método catalán.

El método catalán es la versión vernácula de la vieja agresividad pasiva. Es decir, la fantasía puramente catalana de que es posible cocinar una tortilla no ya sin romper los huevos, sino obligando al huevo a asumir la culpa por su rotura. Ejemplos del método catalán son el golpe de Estado sin violencia, la resistencia pasiva consistente en enfrentar niños y ancianos a la Policía, la costumbre de levantar las manos en gesto de apaciguamiento mientras se lanzan coces con furor, la celebración de un referéndum amañado destinado a convertir en extranjeros a la mitad de los catalanes, las sanciones lingüísticas que dicen proteger el catalán pero que en la práctica sancionan a los que rotulan sus comercios en español o ese cacareado pactismo que llama diálogo al chantaje desleal, sistemático e insaciable al Estado.

El método catalán es esa jubilada catalana con gafas de pasta roja y lazo amarillo en la solapa que se cuela en la cola de la carnicería, y que te responde con un "no es necesario que te pongas agresivo, noi" cuando se lo reprochas de buenas maneras.

El editorial único firmado por la prensa catalana fue el "no es necesario que te pongas agresivo, noi" del nacionalismo al Tribunal Constitucional. Frente a la evidencia de que el Estatuto de autonomía catalán de 2006 quebraba la soberanía nacional para entregársela con un lazo a los catalanes nacionalistas, el editorial único acusaba al Constitucional de deliberar "lentamente", de "continuos escarceos tácticos", de escasa cohesión, de tener el prestigio "erosionado", de provocar inquietud, de tener las válvulas "obturadas", de no tenerse respeto a sí mismo, de mantener "posiciones irreductibles", de "soñar con cirugías de hierro", de poner en juego "el espíritu de 1977" y de "cerrojazo institucional". Y ésa era la parte del seny.

El único "hable usted en cristiano" que pervive es el que les escupen las escuelas catalanas a los castellanohablantes

En la parte de la rauxa, el editorial definía al nacionalismo, convertido como por arte de magia en la ideología única de todos los ciudadanos catalanes, como un dechado de virtudes teologales. Virtudes que no son nada más que las obligaciones cívicas de cualquier ciudadano en una democracia. Los catalanes "pagan impuestos sin privilegio foral", "contribuyen con su esfuerzo a la transferencia de rentas a la España más pobre", "afrontan la internacionalización económica sin los cuantiosos beneficios de la capitalidad del Estado" y «"catan las leyes".

"Como los murcianos, los extremeños, los navarros, los castellanos y los andaluces en España, y como los marselleses, los napolitanos, los neoyorquinos, los muniqueses y los mancunianos en sus respectivos países", habría podido responder un hipotético editorial único de la prensa madrileña. Aunque quizá ésta, por lo general bastante más elegante que la catalana, se habría ahorrado algún que otro onanismo público. Como ese de la "pacífica y probada capacidad de aguante cívico" de los ciudadanos catalanes, probablemente los menos sufridos y más emocionales del Estado español. Además de alguna que otra cursilería, como ese párrafo en que el editorial único habla de una lengua con fantasioso "fuelle demográfico" sometida al aún más fantasioso "escrutinio obsesivo" de no se sabe qué fantasioso "españolismo". Porque el único "hable usted en cristiano" que pervive hoy en España es el que les escupen a la cara las administraciones y las escuelas catalanas a los catalanes castellanohablantes.

El editorial único acababa, como no podía ser de otra manera tratándose de un producto del nacionalismo catalán, con una amenaza: "Que nadie se confunda [...]. Que nadie yerre el diagnóstico [...]. No estamos ante una sociedad débil, postrada y dispuesta a asistir impasible al menoscabo de su dignidad. Si es necesario, la solidaridad catalana volverá a articular la legítima respuesta de una sociedad responsable".

La "legítima respuesta" de la "responsable y digna" sociedad catalana consistió, ocho años después del editorial único, en el tercer golpe de Estado catalanista en menos de cien años. Golpe que en la región se llamó el procés, que quebró la convivencia entre catalanes para varias generaciones y cuyo objetivo era apropiarse del 6,34 por ciento del territorio nacional y el 19 por ciento del PIB español.

El editorial único fue la fosa de las Marianas del periodismo nacionalista y el símbolo más humillante posible de su adherencia al poder local. Pero su vistosidad no debe disimular el hecho de que la prensa catalana de los últimos cuarenta años no ha sido más que un inmenso editorial único de decenas de miles de páginas. Y de ahí la imagen de una prensa sumisa, sectaria y dependiente económicamente de las ayudas de la Generalidad, mantequilla en manos del nacionalismo.

*** Extracto de 'La anomalía catalana', de Cristian Campos (Deusto, 2019), libro que se presentará el próximo 12 de diciembre a las 19:30 en la Casa del Libro de Madrid (Gran Vía, 29).