A tres semanas de las elecciones generales, los líderes políticos cosechan un estrepitoso suspenso. Sin excepción. Los ciudadanos sitúan a todos y cada uno de ellos muy lejos del cinco sobre 10. El mejor valorado es Pedro Sánchez con un 3,2. Le siguen, en este orden, Pablo Casado (3,1), Íñigo Errejón (2,9), Albert Rivera (2,8), Santiago Abascal (2,7) y Pablo Iglesias (2,4). Los presidenciables afrontan la crisis catalana en sus peores cotas de popularidad. Así se desprende del último sondeo realizado por SocioMétrica para EL ESPAÑOL.

La tendencia tan sólo es levemente positiva en el caso de los candidatos de PP y Vox, que han alcanzado un ligero repunte este último mes. Los demás continúan con su declive. Paradójicamente, Abascal -tradicionalmente el mandatario peor valorado- acaba de alcanzar su máximo histórico desde que se produjo el auge de su formación. Según estos datos, sólo Iglesias tuvo alguna vez un peor resultado que ahora, un 1,6 en el momento de la adquisición del chalé en Galapagar.

Los altibajos de Sánchez

Siempre según estos datos, Sánchez es el líder mejor valorado y quien más escaños obtendría el 10-N, aunque el margen respecto a Casado se va reduciendo. A pesar de ostentar el podio, octubre le ha pasado factura. A principios de septiembre, encarnaba un 3,8, seis décimas por encima del 3,2 actual. La "inacción" que le recriminan sus contrincantes habría erosionado su aceptación.

La trayectoria de Sánchez ha sufrido decenas de altibajos desde que fue reelegido como secretario general socialista. En julio de 2017, calzaba un 3,7. Una nota que fue creciendo hasta casi rozar el aprobado (4,6) en enero de 2018.

A partir de ahí, fue invisibilizado por el auge de Rivera y la pugna entre Ciudadanos y PP, cayendo hasta el 3,1. La moción de censura que le hizo presidente le empujó hasta el 3,6. Después, la formación de un gobierno independiente y sus primeras medidas lo auparon hasta el 5, su máxima calificación -cosechada en octubre-.

Labró su crecimiento gracias a lo que parecía un pacto presupuestario, la presunta reconciliación con Susana Díaz de cara a las elecciones andaluzas y la subida del Salario Mínimo Interprofesional a 900 euros acordada con Unidas Podemos. A partir de ahí, el ejercicio del poder le fue lastrando hasta situarlo en el 3,2 actual -crisis catalana de por medio-. En términos de liderazgo interno, se coloca con un 76,9%.

El desplome de Rivera

De los cuatro grandes líderes, Albert Rivera es quien más tiempo lleva al frente de su partido. Es el candidato que mejores notas ha obtenido -además, con mucha diferencia- a lo largo de su trayectoria. Hasta noviembre de 2018, nunca había estado por debajo del 5. Y desde que perdió el aprobado no ha logrado recuperarlo.

En enero de 2018, obtuvo su máximo: 6,4. Era definido por aliados y adversarios como el "líder simpático". Había crecido mucho a costa del PP, cada vez más encenagado en su corrupción. Las encuestas lo colocaban al frente y se especulaba con que gobernaría el país. En las entrevistas que concedía, se situaba en el centro absoluto, "capaz de gobernar con PP y PSOE".

Su postura en la moción de censura -rechazó votar contra Rajoy- inició una pérdida de popularidad, pero fue el veto a Sánchez de cara a las elecciones -siempre según estos datos- lo que le encalló en el suspenso.

No obstante, ese giro habría puesto de manifiesto una de esas virtudes que sus compañeros atribuyen a Rivera: la confección de la estrategia caminando dos pasos por delante al resto. El 28-A, Ciudadanos fulminó todos los sondeos y se alzó con 57 escaños. La negociación poselectoral, tanto de las generales como de las autonómicas y municipales, castigó a Rivera con su mayor batacazo, cayendo hasta el 2,8. Su liderazgo interno es de un 61,4%.

Casado no encuentra el tono

En sus últimos años de gobierno, Rajoy no alcanzó el aprobado. Su mejor valoración fue un 4,4. La misma que obtuvo Casado el mes siguiente a alzarse con la presidencia del partido.

Su elección se dibujó como una "recuperación de las esencias". El candidato abrazaba el aznarismo creyendo que aquello debilitaría a Vox. Sin embargo, la estrategia, más allá de Génova, no dio sus frutos y le castigó con una considerable bajada.

En este gráfico, sombreado en azul claro, se puede testar el liderazgo interno de los líderes. Ana Blanco SocioMétrica

Ese declive fue apostillado por las elecciones del 28 de abril, en las que el Partido Popular consiguió el peor resultado de su Historia. En aquel momento, Casado se desplomó hasta el 2,5. Ahora, según este sondeo, se habría recuperado hasta el 3,1 fruto de su postura en torno a la crisis catalana. La mejor noticia la encuentra en su liderazgo interno, mayor que el de sus contrincantes (83,6%).

Iglesias, muy castigado

La mejor nota de Pablo Iglesias desde diciembre de 2016 ha sido un 3,1. La logró con una férrea oposición a Rajoy en los días más negros de la corrupción. A partir de ahí, sus divisiones internas le lastraron.

Tocó suelo con la compra del chalé en Galapagar, que le obligó a celebrar una consulta entre los suyos. A pesar de sobrevivirla, su prestigio se desplomó hasta el 1,6. Según este sondeo, aquella circunstancia le habría penalizado más que, por ejemplo, la ruptura con Íñigo Errejón. De éste último no hay más datos que el 2,9 actual, puesto que el tracking empezó a tenerlo en cuenta hace muy poco, cuando lanzó Más País. Para más inri, el liderazgo de Iglesias interno se desmorona (51,5%).

La guinda de Abascal

Santiago Abascal, a tenor de estos datos, siempre ha estado peor valorado que sus adversarios. Desde diciembre de 2018, venía rondando el 2,3. La ostensible caída de la popularidad de sus rivales y su leve repunte ya le colocan en la media, que sigue siendo el estrepitoso suspenso. Paradójicamente, este octubre, cuando casi todos se hunden, él ha alcanzado su mejor calificación, un 2,7. Tras Casado, su liderazgo interno es el más vigoroso (80,5%).

Que Abascal e Iglesias encarnen las peores valoraciones tiene una explicación: la nota se obtiene a partir de una pregunta lanzada a los votantes en general. Al estar sus proyectos en los extremos, el encuestado suele profesarles una menor simpatía.