-Hola, Lola.

-Enhorabuena por tu elección como diputado, Edmundo.

Dos besos y adiós. Ocurrió el pasado julio en una fiesta. Fue la primera vez que coincidieron el purgado Bal y la ministra de Justicia, Dolores Delgado, tras la destitución del ahora parlamentario de Ciudadanos. Tras esta escena, el ex abogado del Estado no había vuelto a coincidir con la responsable de su cese... hasta este jueves.

El estreno de Bal en la tribuna de oradores fue el último capítulo del House of Cards que envolvió al ministerio de Justicia el pasado noviembre, cuando el Gobierno manejó hilos en la sombra y borró del escrito de acusación del procés toda mención a la violencia. Lo que iba a figurar como rebelión -así lo había previsto Bal- fue rebajado a sedición. El jefe del departamento penal se negó a firmar el papel tamizado por el PSOE y fue laminado.

En un giro de guion que Dolores Delgado nunca habría imaginado, este martes era el propio Bal quien le pedía explicaciones en el Congreso. Y ese instante fue mimado hasta el milímetro por el diputado de Ciudadanos.

Con un bocadillo de jamón en la cafetería, un par de horas después del lance, Bal confiesa: "Ha sido flipante. Con 18 años, yo era el típico friki que se tragaba las sesiones de control. Hoy era yo el que estaba allí. Ojalá lo hubiera visto mi padre".

Bal tiene cara de serio, de abogado del Estado, pero sorprendió a sus compañeros al poco de empezar la última campaña electoral. Los mítines le bautizaron como hijo del rock and roll. "Lo llevaba muy preparado. Soy opositor... Había memorizado muchas cosas. Sabía que no iba a quedarme en blanco. Por eso empecé muy relajado. Sólo había algo que me preocupaba", relata.

-¿A qué se refiere?

-Temía que, al mirarle a la cara, me resurgiera aquello del cese y me saliera un tono demasiado brusco, algo agresivo. Por eso, el día anterior, me repetía continuamente: "Eres diputado, ella es ministra y estáis en una sesión de control".

Bal fue cesado en noviembre. Consiguió aparcar el calentón y la amargura después de Navidad. Se dio cuenta cuando, en enero, una vez reintegrado como abogado del Estado en labores tributarias, varios compañeros, con un peculiar sentido de la empatía, acudían a contarle cotilleos y meteduras de pata de la ministra: "No quise saber nada, tampoco quiero saberlo ahora".

"¿Lola o Carmen Calvo?"

Jefe del departamento penal durante dieciséis años, el diputado de Ciudadanos tiene "muy claro" que su destitución "no es lo importante": "¿Sabe cuál es la clave? Averiguar quién dio la orden, quién exigió el borrado de la violencia en el escrito de acusación. Por eso se lo he preguntado a la ministra. Aunque no he obtenido respuesta".

-¿Y cuál es su tesis?

-Tenga en cuenta una cosa. Una abogada general del Estado no toma esa decisión por sí sola. ¡Estamos hablando del juicio más importante de la democracia! Sólo hay dos caminos. En realidad, tres. O lo habló con Lola o con Carmen Calvo. Quizá con ambas.

Prendido del recuerdo, escoge un caso similar vivido en primera persona para demostrar "por qué es imposible" que la abogada del Estado decidiera motu proprio algo así: "¿Recuerda la ilegalización de los partidos? Aquello se habló directamente con Interior y con Vicepresidencia".

Aquella tarde de noviembre, poco después de ser cesado, Edmundo Bal fue a tomar café al bar justo enfrente del ministerio, en la calle San Bernardo. Iba a mandarle un mensaje a su mujer para contárselo, pero ya estaba publicado en un periódico. "Es la prueba de que la destitución fue una maniobra política, algo orquestado y perfectamente previsto", arguye.

El juez Llarena apuntó violencia. Cuatro fiscales también. Así iba a recogerlo Edmundo Bal. "Entonces me exigieron que lo borrara. Lo hice porque era mi obligación, pero me negué a firmar el escrito", recuerda.

A Bal, muy corporativo en lo que a la defensa de la abogacía del Estado se refiere, le preocupa que el relato de la sentencia diste sobremanera del escrito de acusación que presentó el Ejecutivo: "Será un ridículo espantoso. Espero que, por lo menos entonces, reconozcan quién fue la responsable".

En las sobremesas judiciales, Bal tenía fama de "progre", de "rojo". En las cañas de después, defendía la eutanasia, la adopción por parte de los homosexuales, se oponía a la entrada en la guerra de Irak...

-¿Y lo era?

-¿Cómo?

-Que si era tan "progre" como se contaba.

-Mira, yo, cuando llegaban las elecciones, me decía: "Voy a votar al PSOE". Es el partido al que más veces he votado. A partir de ahí, estudiaba al candidato y sus propuestas. Nunca he sido demasiado ideológico. Si no me convencía, apoyaba al PP. Pero es que... El PSOE de ahora está echado al monte. Rezuma fanatismo y sectarismo. Llaman traidor a todo el que no comparte su causa.

-¿Considera a Sánchez un "fanático"?

-Sí, aunque al principio no lo parecía.

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