Isabel Díaz Ayuso es, desde el pasado lunes, la nueva presidenta de la Comunidad de Madrid. Pero es más que eso: a sus cuarenta años se ha convertido en la imagen del ‘nuevo PP’ de Pablo Casado, en el laboratorio de sus ideas y propuestas, en la punta de lanza con la que el equipo de Génova 13 quiere hacer frente a las políticas de la izquierda. No es solo un gobierno tutelado lo que se ha puesto en marcha, como escribí hace unos días, sino que es como si el propio Pablo Casado se sentara cada semana en la mesa del Consejo de Gobierno.

Hasta ese punto ha influido en la conformación de un ejecutivo regional que nace ya con serios problemas de credibilidad al haber incorporado al equipo nombres que se encuentran bajo sospecha. No deja de ser curioso que quien con más ahínco ha combatido al ex alcalde de Alcorcón, David Pérez, en la pasada legislatura consiguiendo que la propia presidenta, Cristina Cifuentes, le cerrara todas las puertas, a día de hoy haga la vista gorda o mire para otro lado. Ignacio Aguado ha trapicheado con los nombramientos hasta el punto de haber consentido que un político sin experiencia, acusado de machista en las filas de su propio partido, con denuncias en los juzgados por acoso laboral y por corrupción, que ha espiado a sus propios compañeros de partido para luego hacerles chantaje y que ha manifestado opiniones sobre las mujeres que harían enrojecer hasta a los más recalcitrantes antifeministas, sea nombrado Consejero de la Comunidad de Madrid.

Aguado, que fue su mayor enemigo en la pasada legislatura, pudo haberlo evitado, porque el nombre de David Pérez ya se puso sobre la mesa de negociación como posible Consejero de la Presidencia cuando todavía no se había cerrado el pacto. De hecho, esa fue la exigencia que el propio Pérez le hizo a Pablo Casado y, como ya se ha contado, el pasado lunes Díaz Ayuso se las vio y se las deseó para formar un Gobierno en el que David Pérez aceptara una Consejería de menor peso político. Ese fue el precio que puso el PP para incluir en el Gabinete al traidor Ángel Garrido.

El pasado lunes Díaz Ayuso se las vio y se las deseó para formar un Gobierno en el que David Pérez aceptara una Consejería de menor peso político

Pero este es el modelo que ha impuesto Pablo Casado en el PP: nombramientos de amigos y leales, en el entorno de los 45, dependientes del salario público y sin ninguna experiencia ni vida anterior al margen de la política. Nadie sabe si eso va a salir bien, o no. Pero, curiosamente, es un camino muy distinto al que en su día emprendió su gran mentor, José María Aznar, quién sustituyó a la generación de los elefantes –los Fraga, Segurado, Alzaga, Camuñas, Schwartz, etcétera- por la de los JASP –Rato, Cascos, Rajoy, Mayor Oreja, Mato…-, que más allá de todo lo ocurrido con ellos después –corrupción mediante-, entonces eran un grupo de políticos con trayectoria personal a sus espaldas y una sobrada preparación.

No puede decirse lo mismo de quienes ahora se hacen fuertes en el fortín de Génova 13 y aledaños como el Palacio de Correos, y de hecho en algunas organizaciones territoriales del partido se observa con mucha preocupación la deriva centralista que ofrece el equipo de Casado y lo que ya se ha bautizado en algunos lugares como el nacionalismo madrileño del PP. Y es que es como si el nuevo PP hubiera renunciado al principio de territorialidad que instauró Manuel Fraga Iribarne. El gallego entendía que era imposible que Alianza Popular y, después, el PP, se hiciera fuerte desde la centralidad. Era consciente de que nunca gobernaría el centro derecha en España sino aceptaba como buenas las identidades propias de los distintos territorios del Estado. De hecho, galleguizar el PP fue lo que le permitió ganar la Xunta y mantener el poder casi indefinidamente –con algún paréntesis- en la medida que su sucesor, Alberto Núñez Feijoo, ha continuado la galleguización del PP en aquella Comunidad.

Y es que esta es la principal fuente de conflicto en el PP de Pablo Casado: el choque generacional entre el nacionalismo madrileño y las estructuras territoriales. Casado es un hijo del PP de Madrid criado a los pechos de Esperanza Aguirre bajo el protectorado de José María Aznar. Y su entorno, todo lo que le rodea, forma parte de un mismo concepto común de partido: todos a una encerrados en una especie de fortín en el que no se permite la más mínima discrepancia o salvedad, defendiendo a capa y espada los principios y valores de una derecha conservadora clásica, esa derecha conservadora clásica que siempre se circunscribió al ámbito madrileño y que hoy se quiere importar al resto de España.

Esta es la principal fuente de conflicto en el PP de Pablo Casado: el choque generacional entre el nacionalismo madrileño y las estructuras territoriales

No es sorprendente, por tanto, que desde algunas organizaciones territoriales del PP se estén planteando modelos alternativos con los que, de alguna manera, desvincularse de las decisiones de Madrid. El pasado mes de junio, una fuente muy importante del PP gallego me confesaba que el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo, estaba dispuesto incluso a provocar una ruptura con Génova 13 y configurar un nuevo partido de corte centrista y galleguista para afrontar las elecciones de 2020. Feijoo ya ha explorado en anteriores ocasiones, la última sobre todo, la estrategia de ‘esconder’ las siglas PP, pero ahora podría estar más abierto, si no ha una ruptura total, sí al menos a tener identidad propia al margen de Madrid. La idea sería configurar una especie de plataforma de partidos, al estilo de Navarra Suma, con un marcado acento galleguista, en el que las siglas PP quedaran superadas por el concepto común de defensa de la identidad propia.

Algo similar quiere hacer Alfonso Alonso en el País Vasco. Con menos fuerza política dentro del PP porque no tiene poder como lo tiene Feijoo, pero el PP vasco ha hecho un análisis parecido: la imagen centralista que ofrece el PP de Pablo Casado les perjudica en Euskadi y necesitan desmarcarse, tener un discurso propio. Algo que apoyan los presidentes provinciales de Vizcaya, Raquel González, y Guipuzcoa, Borja Semper, y por supuesto el PP alavés, principal apoyo de Alonso. Algo parecido ocurre en el PP asturiano donde, sin embargo, conviven dos almas, la de la actual presidenta regional, Mercedes Fernández ‘Cherines’, muy critica con la actual Dirección del PP, y la de Teresa Mallada, la candidata a a la Presidencia del Principado impuesta por Casado frente a Cherines. Pero el choque entre ambos equipos no oculta el malestar general en el PP asturiano y la sensación generalizada de que necesitan tener un discurso propio porque el de Madrid “no nos conviene”, dicen.

Y ni siquiera el nombramiento de Cayetana Álvarez de Toledo, cabeza de lista por Barcelona, como portavoz parlamentaria acalla el debate interno en el PP catalán sobre qué hacer en el futuro ahora que ha aparecido en escena lo que muchos, desde hace tiempo, creen que debería ser el destino del PP, la Lliga Democrática Catalana de Josep Ramón Bosch, un partido de corte centrista y catalanista que quiere recuperar el antiguo electorado de Unió y parte del actual del PP y Ciudadanos. “Esa debería ser nuestra oferta electoral”, dicen fuentes del PP catalán. “No hemos sabido ver que la deriva radical del independentismo nos abría una puerta para ocupar el catalanismo moderado, y de haberlo hecho el resultado habría sido muy distinto”. Bosch y Fisas, padres del proyecto, abandonaron de hecho el PP porque consideraban que el partido de Pablo Casado no entendía esa estrategia. “Si el PP se centraliza, nunca será alternativa de Gobierno”, señalan. Pero en Madrid, los milennials no escuchan.