El cabreo de Miquel Iceta cuando salía de la Junta de Portavoces en el Parlament de Cataluña era histórico. Algunos testigos dijeron que abandonó la reunión gritando. "¡Luego dirán que el 155 es culpa del PP!", dijo. El líder del PSC se sintió traicionado por Carles Puigdemont. Y con él, el Gobierno de España. "Nos hemos dado de bruces con la realidad", se lamentaba un alto cargo del Ejecutivo en el Senado. "Nunca quiso elecciones. Sólo era la independencia. Siempre fue la independencia".

Los hechos sucedidos en España entre la media tarde del miércoles 25 de octubre y la declaración de Puigdemont este jueves 26 de octubre quedarán registrados como uno de los episodios más surrealistas de la Historia del país. El presidente de la Generalitat compareció después de 24 horas muy tensas en Cataluña y varios cambios de opinión. Puigdemont se desdijo de su decisión de convocar elecciones y culpó a Mariano Rajoy y al 155 de forzarle a una proclamación de la República, que encomendó al Parlament

Puigdemont no convocará elecciones por la falta de garantías del 155

Es cierto que hay un resquicio. Es mínimo, pero existe. A él se aferra el PSOE, porque el Gobierno no tiene demasiada esperanza. El dictamen sobre el acuerdo del 155 no incluyó finalmente la enmienda del PSOE que propone paralizar la intervención de la autonomía catalana si se convocan elecciones autonómicas en el marco de la legalidad. El PP se inclina por no aceptarla a menos que recoja una renuncia específica de la Generalitat a la vía independentista. La ponencia estará abierta durante el pleno del viernes, que dará el aval definitivo al Gobierno para aplicar el 155. Todavía puede incluirse.

La salida electoral

Pero nadie, o casi nadie, confía ya en una salida que se dio por hecha durante buena parte del día. La sucesión de reuniones que se iniciaron en la noche del miércoles y que se prolongaron durante todo el jueves tenía como objetivo dar forma a una salida política a la crisis que Iceta comenzó a diseñar el viernes 20 de octubre, la víspera del Consejo de Ministros del 155. Iceta pidió elecciones a Puigdemont en la reunión secreta que mantuvieron. Y al presidente, después de conocer que el 155 contemplaba su cese y el de todo el Govern, le pareció una buena opción.

Puigdemont no sólo recibió las presiones de Iceta, la persona a través de la que el Gobierno y la Generalitat se han comunicado estos últimos días. Su propio consejero de Empresa, Santi Vila, el ex presidente catalán José Montilla, empresarios, la Iglesia y el Gobierno vasco trataron de hacer ver a Puigdemont la conveniencia de la vía electoral como una salida aceptable. No fue tanto una mediación, sino más bien llamadas a la desesperada para evitar el desastre. 

La solución era frágil, pero existía. Puigdemont convocaba elecciones autonómicas. A cambio, el Senado tenía previsto sacarse de la manga un trámite adicional para posponer el pleno del 155 de este viernes. Según ha podido saber EL ESPAÑOL, la Cámara Alta iba a enviar una especie de requerimiento a Puigdemont en el que le preguntaba por su regreso a la legalidad en ese supuesto decreto de convocatoria que nunca llegó a firmar. Era un formalismo para seguir ganando tiempo, dar aire a Puigdemont y seguir dilatando el 155 hasta matarlo. El PP, y así se lo transmitieron a Puigdemont tanto Iceta como Vila, estaba dispuesto a apoyar la enmienda del PSOE para frenar la intervención de la autonomía catalana.

Rajoy habló varias veces con el rey Felipe VI, los líderes del PSOE, Pedro Sánchez, y Ciudadanos, Albert Rivera. Todo estaba organizado. Al filo del mediodía, las delegaciones de Cataluña en el Exterior recibían un correo electrónico de Diplocat (el brazo diplomático de la Generalitat) en el que se comunicaba la decisión de convocar elecciones. Poco antes, Puigdemont había anunciado a sus socios que pondría las urnas el 20 de diciembre.

La primera señal de alerta se produjo cuando Puigdemont retrasaba por dos veces su declaración. Finalmente, la suspendió. En menos de dos horas, el presidente de la Generalitat sufrió dos reveses. Por un lado, no lograba un compromiso sobre su situación procesal y patrimonial en las causas judiciales que se avecinan. Tampoco arrancó nada sobre el futuro de los Jordis (los líderes de la Assemblea Nacional Catalana -ANC- y Omnium, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, encarcelados en Soto del Real). Por otro, se topaba con el rechazo frontal de ERC y la CUP. El tuit del diputado Gabriel Rufián "155 monedas de plata" resumía el estado de ánimo del bloque independentista.

Traidor y 'botifler'

ERC reunió de urgencia a su Ejecutiva y anunciaba su salida del Govern si Puigdemont llamaba a las urnas. La ANC y la CUP pidieron movilizarse contra el PDeCAT. Algunos diputados autonómicos del partido convergente anunciaron su dimisión. Centenares de estudiantes se presentaron en la plaza de Sant Jaume al grito de "traidor" y botifler (españolista en su acepción separatista).  

"Así comienza una revolución", decía visiblemente preocupado un diputado del PDeCAT en el Senado.

Puigdemont cedió. Y lo hizo dando un giro de 180 grados. En una comparecencia que será recordada, citó su intención de llamar a las urnas para a continuación acusar al Gobierno de forzarle a proclamar la República. Moncloa calificó lo ocurrido como un "chantaje" inaceptable. "Ahora resulta que hace la declaración de independencia por el 155 y no por el mandato del 1-O", decían fuentes del Gobierno. "Ha cedido a la extorsión de sus socios".

El Gobierno considera que Puigdemont se hizo trampas al solitario. Moncloa y la Generalitat estaban jugando una partida con las cartas marcadas. De ahí el cabreo monumental de Iceta. Después del enésimo volantazo en este proceso, Puigdemont y Rajoy no tienen margen.