La guerra interna que se vive en el PSOE está muy cerca de dejar de ser soterrada. Las elecciones vascas y gallegas marcarán el fin de la tregua, incumplida varias veces tanto por Pedro Sánchez como por la mayoría de presidentes autonómicos socialistas, que creen que el tiempo del secretario general ha llegado a su fin.

Ferraz maniobra para evitar la desautorización o incluso la destitución de su líder en las próximas semanas y por eso baraja la convocatoria de celebrar el congreso del partido que lleva pendiente desde febrero. Hasta ahora, ese cónclave en el que se renueva el liderazgo y los principales órganos había sido pospuesto siempre argumentando que la gobernabilidad de España era la prioridad en la que concentrarse.

Sin embargo, fuentes socialistas explican que Sánchez baraja solaparlo con los tiempos de la investidura para celebrar una consulta a la militancia el 23 de octubre, una semana antes de que las Cortes se disuelvan automáticamente. Sánchez cree que así desactivaría a los críticos, ya que Susana Díaz no parece dispuesta a dejar la Junta de Andalucía para presentarse a unas primarias que no tiene ganadas de antemano con claridad. Y, en caso de que las ganara, probablemente tendría que enfrentarse al PP en unas generales como candidata a la Moncloa con perspectivas igual de pesimistas.

La estrategia de los críticos adolece de vértigo. Eso es lo que sienten algunos presidentes autonómicos críticos con Pedro Sánchez. Seis de los siete barones del PSOE creen que los días del actual secretario general están contados y que él ha cavado su propia tumba por enfrentarse a ellos y por sus errores políticos y estratégicos. Si el domingo los resultados en las elecciones gallegas y vascas son tan malos como auguran las encuestas, ese hoyo sólo se habrá hecho un poco más profundo. 

Pero una cosa es querer que la etapa de Sánchez sea historia en el PSOE y otra muy distinta es querer cometer un magnicidio político. Es decir, una cascada de dimisiones de al menos 19 miembros de la Ejecutiva del PSOE que, según los estatutos del partido, conllevarían la destitución automática de Pedro Sánchez como secretario general.

Entre esos barones están Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha, que en una entrevista publicada por El Huffington Post ha negado estar en ningún tipo de conjura. "Yo no quiero quemar Ferraz", explica reconociendo que "negar que hay malestar en el partido sería absurdo a estas alturas". 

Nadie que quiera "quemar Ferraz", como dice García-Page, lo reconocería antes de encender la antorcha. Pero el presidente castellanomanchego va más allá y da un salto en el tiempo del proceso al advertir de que el PSOE nunca permitirá a Sánchez intentar un Gobierno con formaciones independentistas y que el pacto al mismo tiempo con Ciudadanos y Podemos es inviable. 

Por ese motivo, según él, salvo que el PP logre el apoyo del PNV tras las elecciones vascas, el camino hacia las terceras elecciones está más que empedrado. Y a ellas debería concurrir Sánchez, de nuevo, como cabeza de cartel. "Es inevitable. ¿Por qué? Porque si lo que quieren los ciudadanos es echarle una reprimenda a los dirigentes políticos que han sido incapaces de llegar a acuerdos, tienen que dar la cara", explica en la entrevista a preguntas de la periodista Esther Palomera. Sólo después debería abrirse el debate sobre el liderazgo con unas primarias a las que concurriese quien lo considerase oportuno. 

Los contras del magnicidio

Descartados García-Page y Francina Armengol, la presidenta de Baleares, fiel defensora del secretario general, la operación contra Sánchez cuenta, en teoría, aún con cinco barones que son a su vez jefes de Gobierno autonómico. Se trata de Susana Díaz (Andalucía), Guillermo Fernández Vara (Extremadura), Javier Fernández (Asturias), Ximo Puig (Comunidad Valenciana) y Javier Lambán (Aragón).

Pero según ha podido saber este diario, las dudas asaltan a alguno de estos dirigentes, especialmente los que pueden ser presionados intensamente por Podemos. "Me juego mi Gobierno", explica un barón autonómico. "Una cosa es cargarse a Pedro, que lo queremos todos. Otra muy distinta es hacerlo para abstenerse ante Rajoy. En ese momento, nos come la militancia", explica esta fuente. 

Una cierta sensación de déjà-vu se apodera del PSOE, tan dado en los últimos dos años en alimentar tormentas que acaban amainando hasta que un sol radiante da la sensación de que nunca existieron. Y es poco probable que Díaz dé el paso si no tiene los votos necesarios en la Ejecutiva. 

Según fuentes al tanto de la operación, la conjura sigue y será puesta en marcha el domingo por la noche o el lunes por la mañana, para no dar tiempo a Sánchez de maniobrar. Pero el recuento de los números puede verse afectado por la pérdida de dos apoyos, el del propio García-Page y Manuela Galiano, otra miembro castellanomanchega de la Ejecutiva. Luz Rodríguez, secretaria de Empleo, seguiría a favor de la destitución de Sánchez, según estas fuentes. 

Pero si el vértigo es contagioso y algunos de los barones críticos se echan atrás, la operación se quedaría lejos de lograr "la mitad mas uno" de los miembros de la Ejecutiva (19 de 36) que aseguraran la fulminación del líder regional. 

Sánchez sólo ganaría tiempo

Si Sánchez logra llegar con vida al Comité Federal del 1 de octubre, habría ganado una semana clave tras la que tendría más posibilidades de mantenerse en el cargo y seguir pilotando la estrategia de gobernabilidad. 

Dirigentes críticos consultados consideran que su camino estará muy acotado y se limitará a explorar una investidura con Podemos, el PNV y Ciudadanos que tanto Pablo Iglesias como Albert Rivera han descartado ya tras la postulación de Sánchez

"Nunca le permitiríamos que pactase con independentistas. En ese caso, las dimisiones serían muchas más de 19", explican fuentes cercanas a un presidente autonómico. "Tampoco le permitiríamos que convoque un congreso del partido en pleno debate sobre el Gobierno de España", tal y como apuntan algunas fuentes que desea Sánchez para revalidar su cargo y acabar con las disensiones. Al final, Sánchez podría conservar su cargo unos meses más, pero no sería presidente del Gobierno ni tendría mucho más futuro en un partido en el que cada vez más esperan el momento oportuno para ajusticiarlo. 

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