Majestades, autoridades, autoridades periodísticas de mi país.

---¿Es usted pariente de la difunta?, me preguntó el guardia.

---No, no --le dije--, yo estoy aquí en misión informativa.

---Ya. ¿Ve aquel panteón? Gire ahí, por favor, y sálgase de la comitiva.

Se había muerto Lola Flores el día antes y en la Almudena, esa mañana, la enterraban. Yo había terminado de presentar mi programa y me ofrecí para hacer de conductor de la unidad móvil porque el redactor asignado había vuelto a suspender el práctico. La llamábamos ‘unidad’ porque sólo teníamos ésa y ‘móvil’ porque moverse es verdad que se movía. Carecía de cualquier elemento tecnológico pero lucía en el capó un enorme logotipo: RadioVoz. Al acceder al cementerio, no por audacia sino por torpeza, acabé introduciendo aquel vehículo minúsculo entre el coche de policía que abría el cortejo fúnebre y el coche mortuorio con la faraona. Así quedó conformada la cabecera: coche de policía-Alsina-Lola. Vivo-vivo-no viva.

Fue la única vez de mi carrera en que me sentí, en verdad, pionero. Hasta entonces –-la reina lo sabe-- habíamos visto a los reporteros americanos empotrados con los marines en Iraq. Pero el nuestro era el primer medio de comunicación empotrado en un cortejo fúnebre. Con los años se haría costumbre que los medios integraran todo tipo de séquitos, mayormente políticos, bien para sacar en procesión al líder por el que beben los vientos, bien para acompañar en su duelo al líder abatido (a la última noche electoral). Mi gozo de aquella mañana por la intrepidez funeraria duró poco. Avanzaba compacto el pelotón de cabeza cuando el guardia municipal me dio el alto. ‘¿Es pariente de la difunta?’ Aguzó su mirada de guardia, hizo un movimiento de dedo índice inequívoco y pronunció esta frase (primera cita de la noche).

Dijo: ‘El cortejo no es de periodistas’.

Con el tiempo entendí que al extirparme de aquella escudería me salvó de una suplantación bochornosa: la de aquél que teniendo que ser sólo testigo actúa como miembro de la comitiva. Me vacunó para siempre de la atracción por lo groupie, los clubs de fans y los orfeones. Cada vez que hoy tengo un ministro, o aspirante, sentado en mi estudio y me asalta la tentación de bailarle el agua suena aquel guardia en mi cabeza: ‘El cortejo no es de periodistas, Alsina’. Y no bailo.

Desde hoy también resuena la voz de Cuco Cerecedo recordándome que el periodismo español aportó a la cultura universal hace más de un siglo un género autóctono: el del elogio a la autoridad competente. E incompetente también, no discriminamos. Género reclinatorio. ‘El elogio’, escribió Cerecedo (segunda cita de la noche) ‘es una flor que crece en las ásperas laderas del poder y crea adicción. Comienza como un vino que embriaga ligeramente y termina entregando a sus protagonistas a la frenética necesidad de inyectarse la amapola de la adulación en vena’. Obsérvese que no es el adulado quien se inyecta sino el que adula. Encontró Cuco un ejemplo inalcanzable de amapolo-cracia en un diario de Oviedo que informó a sus lectores de que don Pelayo se había aparecido en un caballo al lado de Franco. Y no contento con ello, de que al otro lado, y en otro caballo, ¡se apareció la virgen de Covadonga! Era información, no milagro.

Saldré de aquí esta noche investido del Cerecedo y dispuesto a intentar rozar alguna vez su ingenio para el manejo de nuestras mejores armas: la ironía, el sarcasmo, la distancia y la irreverencia. En el cuadragésimo aniversario de este premio, asumo el compromiso de intentar parecerme a quien le da nombre: Cuco Cerecedo: Libre, honrado, crítico.

Mi disposición natural a cuestionar los argumentos de los gobiernos, y dado que el gobierno de un premio es el jurado que lo otorga, me llevó, al conocer el fallo, a intentar desmontar los argumentos de vosotros, miembros del jurado, para premiarme. ‘Algo tiene que haber’, me decía. Bien, comparezco para confesar que he fracasado. No encontré nada que objetaros. Ni siquiera que al hablar del profesional premiado con un galardón periodístico destaquéis su talento para la ficción. Sonora, sí, ¡pero ficción! Admito que puede resultar chocante que un premio de periodismo ensalce el fingimiento. Puede resultar chocante, digo, sólo para quien no conozca el periodismo. La ficción es uno de nuestros músculos creativos más fecundos. ¡Somos creadores! Con media frase cazada al vuelo en un pasillo del Congreso nos hacemos dos páginas de crónica, una columna y dos tertulias. Además de crear, nos cunde. Así llevamos el pan a casa para poder seguir salvando, cada día, la pluralidad de la España diversa, dispar, múltiple, variada, mezclada, distinta, suelta, multi-provincial, despareja, hetero-comarcal, dispersa y promiscua.

La ficción es uno de los músculos creativos más fecundos de los periodistas

Objetaría, si acaso, esto que decís sobre la pericia como entrevistador. Me atribuís méritos que son de otros. Es conocido que la pregunta que mayor eco tuvo en una entrevista mía no la hice yo sino el entrevistado. Dijo Rajoy (tercera cita): ¿Y la europea? Pero lo preguntó él, no yo. Digo que ésta es la pregunta que más eco ha tenido de una entrevista mía porque lo de Sánchez nunca fue una pregunta.

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Waterloo, como sabéis (o Waterloo para los estudiosos de la canción ligera), debe su fama a que el duque de Wellington pasó allí la noche previa a la batalla. De haber sido por el mariscal prusiano Von Blücher este episodio histórico no se habría llamado Waterloo sino ‘La hermosa alianza’, nombre de la taberna en la que ambos militares se encontraron. Waterloo o la hermosa alianza. Además de la taberna había una granja llamada La Santa Haya, que era vista como una línea defensiva, infranqueable, que nadie se había visto nunca capaz de cruzar. Napoléon lo hizo, cruzó la línea. Y se sintió victorioso. Creyó estar cambiando para siempre su propia historia (no cuento cómo terminó la batalla por si alguno no ha visto todavía la película).

Dejó dicho Wellington que después de una batalla perdida nada hay más triste que una batalla ganada. A mí me contó un dentista que a los implantes dentales hoy todavía hay quien los llama dientes de Waterloo. El nombre se debe a los saqueadores que, provistos de tenacillas, y terminada la batalla, arrancaban los dientes a los soldados caídos para vendérselos luego a poderosos desdentados. Durante décadas los ricos europeos sonrieron con los dientes de otros. Tenacillas arrancarte los dientes uno a uno: ¡esto es Waterloo! Cuéntese con la mejor de las sonrisas. Dientes, dientes (esto es de la Pantoja): Dientes, dientes, aunque sean falsos.

John Kennedy, que otra cosa no, pero le sacó gran partido político a su sonrisa, dio un discurso a los editores de prensa unos meses antes de ser asesinado (lo encontré preparando nuestra ficción de la semana pasada). Dijo: ‘Ningún gobierno’, les dijo, ‘debería temer el escrutinio de la prensa porque ese escrutinio sirve para que la sociedad conozca sus argumentos. Ningún presidente debería temer la controversia, al revés, debería agradecerla. Sin debate, sin crítica, ninguna democracia sobrevive’. (Tampoco os engañéis, el resto del discurso estaba dedicado a presionar a los editores para que promovieran la autocensura de sus periodistas invocando el interés del país. Ahora entendéis por qué tantos gobernantes tienen un retrato suyo en el despacho).

Copio a Martin Baron esto que le respondió a Donald Trump cuando el entonces presidente acusó al Washington Post de combatirle insanamente: ‘No estamos en guerra, presidente. Estamos trabajando’. Copio a Latorre: ‘ES NUESTRO TRABAJO’.

Fiscalizar. Nos mueve el simple y radical apego a la verdad. La verdad frente a la manipulación. La verdad frente a la distorsión. La verdad frente a los pretendidos cambios de opinión. Nos mueve el valor que concedemos a la palabra dada, a la coherencia y a la memoria. Lamento defraudar a quienes piensan que todo es elástico. Mantener la palabra dada no lo es; la coherencia no lo es; el compromiso no lo es. La mentira sobre nuestra historia reciente ---muy reciente--- seguirá siendo mentira aunque la haya abrazado quien dice velar por nuestra memoria histórica y democrática. La mentira sigue siendo mentira aunque la haga pasar por verdad quien sabe que es mentira.

Palabra, coherencia, memoria, compromiso. Ésa es nuestra Tierra Firme.

Parafraseando a Orson Welles en el guión de ‘Sed de mal’ ‘todo esto es tan antiguo que hoy resulta nuevo’.

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Yo no estaría aquí hoy de no ser por los colaboradores brillantes que han hecho mejores mis programas: Rubén Amon, camarada, Marta, Rosa, Rafa, Félix, Dani, el profesor, David Gistau, Manu Jabois, el magisterio de Ónega, Cernuda, Casado, Del Pozo, Ferrari. Y no estaría aquí de no ser por los colaboradores no brillantes ---alguno hubo--- que hicieron que yo, a su lado, pareciera mejor de lo que era. (No, no me pidáis nombres). No estaría aquí si no fuera porque tengo detrás una cadena, Onda Cero, y un grupo, Atresmedia, que me permiten decir cada día lo que pienso, en libertad. De hecho, no estaría aquí ni allí.

En aquel tiempo, a diferencia de ahora, los jueces sólo eran detestados por los delincuentes

En el bachillerato teníamos un psicólogo que se ocupaba de hacernos test para encauzar profesionalmente nuestras inquietudes. Comparecí ante él, sacó mi expediente, ojeó los test.

---Muestras interés por la literatura, la actualidad, los medios de comunicación.

---Sí, señor.

---Me parece que está bastante claro tu caso. Tienes que estudiar… la carrera judicial.

---¿Para ser periodista?

---Para ser juez. Periodismo sería arruinar tu vida. El periodismo es de pobres. ¿Sabes cuánto le pagaban a Carlos Marx por ser corresponsal del New York Tribune en Londres?

---No señor.

---Una miseria. Si le hubieran pagado bien nunca habría habido comunismo.

---Visto así…

---Juez. Tú estudia para juez. Hay muchos menos jueces que periodistas. Viven mejor y tienen prestigio.

(Tenéis que entender que en aquel tiempo, a diferencia de ahora, los jueces sólo eran detestados por los delincuentes).

Nunca estudié la carrera judicial. Hice periodismo, arruiné mi vida. Y no hay día que no tenga que leerme alguna sentencia o emitirla. Tampoco tuve nunca tuve vocación de cura y ahí me tenéis, dando un sermón cada día a las ocho de la mañana.

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Raúl del Pozo celebró en este mismo acto, hace 34 años, que la religión estuviera siendo sustituida por la política. Temo que la política está siendo sustituida por la religión política. Y el periodismo a secas por el periodismo confesional.

Los argumentos ceden espacio a las creencias, las emociones y los impulsos. Te dicen: puede que no sea así, pero yo así lo siento. No intentes confundirme con los hechos, yo creo en lo que creo. En el mundo gobernado por la religión política mandan los símbolos, se cultivan los mitos y velan sus armas los caudillos. (Esta frase es de Cerecedo, 1977). A la política travestida en religión no le basta con la pugna racional entre opciones distintas, requiere de estar librando cada día un combate terrible entre el bien y el mal, los inmaculados frente los turbios, la salvación frente a las tinieblas. O en términos bíblicos, tan propios de estos tiempos de evangelización agotadora, las fuerzas de la luz contra el ejército tenebroso del caos. Ave-maría-purísima. Cabalga la virgen de Covadonga.

Vivimos tiempos de dogmas, bulas (bulos) y excomuniones. Siempre hay alguien mandando callar. Unos mandan callar a los viejos, otros a los artistas, otros a los que hacen preguntas, a los que opinan, a los de enfrente, a los propios, a los que militan, a los que no militan, a los que militando no militan lo suficiente, a los que anteponen la sinceridad a la disciplina. En el arrebato de la nueva fe, colegas muy estimados se nos han constituido en Tribunal del Santo Oficio Periodístico. Se nos dice qué no podemos preguntar, qué no podemos objetar, qué no podemos re-preguntar. Catequistas que abandonan un instante su actitud postrada y se incorporan para sacudirnos con el escapulario en la boca. ¡El género reclinatorio, Cuco! Si yo fuera creyente rezaría: de las rodilleras líbranos, señor. Y que dios os bendiga dándoos criterio propio.

El día que enterraron a Concha Piquer, un periodista cayó en una fosa abierta del cementerio (de San Isidro). Fruto de su fervor por la difunta, no tuvo en cuenta el suelo que pisaba y resultó sepultado. La leyenda dice que sigue allí, maldiciéndose por no haber hecho su trabajo con más prudencia y más distancia.

Majestades, ministra, autoridades periodísticas. Celebremos el estado, sea el que sea, de nuestro oficio antes de que la inteligencia artificial acabe con todos nosotros. Está próximo el día en que el premio Cerecedo le será concedido a un algoritmo.

Gracias.