En la larga trayectoria de Alberto Oliart, destaca su labor como ministro de Defensa de la UCD. Con más habilidad que firmeza se enfrentó a un Ejército aún anclado en el franquismo. Tras el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, el nuevo presidente Calvo-Sotelo le puso al frente del ministerio más comprometido en aquel momento, del que dependía el Ejército.

Lo primero que hizo Oliart, tras asumir el cargo en el que sucedió a Agustín Rodríguez-Sahagún, fue reunirse uno por uno con los capitanes generales, para que le dieran su versión de lo ocurrido el 23-F. Lo que oyó de boca de los mandos militares no fue muy alentador. A pesar del fracaso del golpe, la mayoría de ellos hubieran dado por buena la llamada solución Armada. Es decir, la de un gobierno provisional presidido por el general. No sólo eso, sino que, además, como relataría el propio Oliart años después, los mandos militares "buscaban limitar muchísimo las autonomías, los sindicatos, ilegalizar el PCE, (…) reponer la pena de muerte (…) y erradicar el desorden público en la calle".

Ese era el Ejército con el que le tocaba lidiar. El juicio de Campamento, conocido así por celebrarse en unos barracones de esa zona de la Casa de Campo, sería la primera prueba de fuego en el pulso del nuevo ministro con los militares. Sólo un año después del golpe, los 33 implicados se sentaron en el banquillo. El clima era de máxima tensión. Los acusados provocaban continuos desórdenes y no paraban de protestar.

Por su parte, uno de los principales encausados, el general Milans del Bosch hacía lo que le venía en gana y llegó a abandonar la sala sin el permiso del tribunal. Incluso exigieron, y consiguieron, la expulsión de la sala de Pedro J. Ramírez, director entonces de Diario 16, por un reportaje que no fue de su gusto. Más que un juicio tenía el aspecto de una farsa.

Elevó las penas de los golpistas

El ministro se vio obligado a intervenir. En una medida valiente, decidió cambiar al presidente del tribunal militar. Se dijo entonces que las provocaciones de los golpistas habían llevado al magistrado un estado de ánimo que le impedía poner orden. El nuevo presidente consiguió detener los desmanes de los acusados que utilizaban el juicio para desprestigiar la democracia. En junio, el tribunal emitió una sentencia con penas benevolentes para los imputados.

Hasta tal punto que, por ejemplo, sólo condenó a 6 años de prisión al general Armada y a otros 11 acusados, a penas tan ínfimas que pudieron seguir en el Ejército. Oliart, recogiendo el malestar popular y enfrentándose a los mandos, ordenó a la Fiscalía que recurriera la sentencia. El recurso consiguió elevar considerablemente las penas. En el caso de Armada pasó de seis a 30 años.

En aquellos momentos, Oliart se vio en una situación muy comprometida. Recibió críticas desde todos los frentes. Por un lado, se le acusó de ser demasiado complaciente con los altos mandos militares. Por otro, de defender con uñas y dientes al Rey y de intentar proteger al Monarca de cualquier duda sobre su papel en el golpe. Incluso se le acusó de favorecer, a la hora de conceder, ascensos a los golpistas frente a aquellos militares que defendieron abiertamente el orden constitucional.

Hay un dato importante y muy significativo de su personalidad. Oliart consideraba, como otros muchos, que la democracia se encontraba en grave peligro en aquellos momentos. Fue el único ministro de Leopodo Calvo-Sotelo que estaba a favor, y luchó por ello, de un gobierno de coalición con todos los partidos, excluyendo al PCE. Su intento fracasó, pero de haber triunfado, la historia reciente de España hubiera sido muy diferente.

Reformó el CESID

Una de las medidas más relevantes de Oliart fue la reorganización del CESID –hoy, CNI-, cuya eficacia y lealtad había quedado en entredicho al no detectar el golpe del 23-F. Nombró nuevo director al teniente coronel Emilio Alonso Manglano. El cambio de actitud del nuevo servicio de inteligencia quedaría de manifiesto sólo unos meses después.

La noche del 1 de octubre de 1982, Manglano se citó con el presidente Calvo-Sotelo, el ministro del Interior, Juan José Rosón, y el de Defensa, Alberto Oliart. En una reunión que se prolongó hasta la madrugada, el jefe de la Inteligencia fue detallando los pormenores de un golpe que estaba en marcha para el día 27 de este mes, víspera de las elecciones generales. Era el conocido como golpe de los coroneles.

Entre sus objetivos, se encontraba "neutralizar" al Rey y al presidente del Gobierno. Disponían de listas de personalidades relevantes, políticos, periodistas y militares contra los que se ordenaba actuar de forma "contundente". Según los expertos, el golpe estaba preparado de una forma muy profesional y hubiera resultado enormemente sangriento.

Oliart y los reunidos, después de una larga discusión, decidieron detener a los cabecillas. La decisión no era fácil, porque eran conscientes de que ese nuevo intento de golpe iba a ser decisivo en el resultado electoral de una ya agónica UCD. En cualquier caso, el ministro decidió darle la menor publicidad posible a la desarticulación de la trama militar para evitar que las detenciones caldearan aún más el ya muy crispado ambiente preelectoral.

Entrada en la OTAN

Otro acontecimiento histórico en el que Alberto Oliart fue decisivo es el ingreso de España en la OTAN. Como ministro de Defensa, defendió en el Congreso la intención del gobierno de Calvo-Sotelo de solicitar la adhesión a la Alianza militar, asunto que se consideraba esencial para convertir un Ejército mayoritariamente golpista en uno moderno y profesional. La oposición había tomado el asunto como bandera contra el Gobierno, en el Parlamento y en la calle. Se exigía cuando menos un referéndum. Pese a la fuerte contestación, Oliart llevó a cabo todos los trámites para el ingreso en la organización militar.

El 10 de junio de 1982, asistió, junto a Calvo Sotelo y el ministro de exteriores, José Pedro Pérez-Llorca, a la cumbre de la OTAN en su cuartel general de Bruselas, donde se izó por primera vez la bandera española. "Allí empezó –explicaría Oliart tiempo después – el cambio definitivo de la mentalidad de la Fuerza Armadas españolas".

Oliart también jugó un papel destacado, como diputado de UCD, en la negociación del Estatuto de Guernica con los nacionalistas vascos encabezados por Xabier Arzalluz. Fueron unas reuniones tensas, siempre a punto de romperse. A esa tensión contribuyó decisivamente un atentado en mitad de las conversaciones.

Un comando de ETA, del que formaba parte Arnaldo Otegi, hirió de gravedad al diputado centrista Gabriel Cisneros, al que intentaba secuestrar. Los terroristas siempre intentaban influir con las armas en las negociaciones que tenían que ver con el País Vasco.

Al frente de RTVE

Después de haber sido ministro de Industria y haber lidiado con la crisis del petróleo, de haber formado parte de la comisión que discutió los Pactos de la Moncloa, de comenzar la democratización del Ejército como ministro de Defensa, de ejercer de ministro de Sanidad, en 1982, tras la aplastante derrota de la UCD por el PSOE, abandonó la política.

Durante un tiempo estuvo dedicado a la escritura, y en especial a la poesía, a la que era muy aficionado. Llegó a ganar el Premio Comillas de Biografía por sus memorias Contra el olvido, en las que con una prosa brillante repasa su vida desde la niñez. Incluso volvió a su Extremadura natal para dedicarse a la cría de ganado.

Interrumpió su retiro público entre 2009 y 2011, tiempo en el que por acuerdo de PSOE y PP, presidió la Corporación de RTVE. A él se debe que TVE dejara de emitir publicidad y que, durante ese periodo, se convirtiera en líder de audiencia. Aunque, eso sí, recibió numerosas acusaciones por parte del PP de manipulación política de los informativos.

Fue acusado de corrupción al hacerse pública la firma de un contrato por parte de RTVE con la empresa de uno de sus hijos. Oliart presentó de inmediato la dimisión. Y más tarde se le llegó a calificar de víctima del 15-M, por el ambiente de vigilancia contra la corrupción que el movimiento de la Puerta del Sol había puesto en marcha.

***Alberto Carlos Oliart Saussol nació en Mérida en 1928 y murió en Madrid el 13 de febrero de 2021 a los 92 años. Estaba casado con Carmen de Torres Flores. Tuvo seis hijos, de los cuales dos murieron en accidente de tráfico. Su hija Isabel fue pareja del cantante Joaquín Sabina, con el que tuvo dos hijas.