Es enero de 2019. Ayer, como quien dice. “El próximo 26 de mayo, lo primero que haré será dar las gracias a todos vosotros, a los concejales del Grupo Municipal Popular”. El que habla es un todavía neófito José Luis Martínez-Almeida, cuando gran parte de los madrileños aún se preguntan ¿José Luis quién?, en su puesta de largo como candidato a la Alcaldía de la capital. “Como daré las gracias a una persona por la que estoy en política”, sigue, “y que ha formado gran parte de mis principios y convicciones. Gracias Esperanza. Muchas gracias. Estoy gracias a ti”. Y Aguirre se gira y saluda al pabellón que vitorea. Pero a Almeida se le olvida, intencionadamente, un nombre: el de Cristina Cifuentes.

Que el ahora alcalde de Madrid, aupado a una suerte de soltero de oro del Partido Popular, creció bajo el paraguas de Esperanza Aguirre no es ningún secreto. Da igual con quién se hable, el perfil que se lea; siempre que se aborda a Almeida acaba apareciendo el nombre de Aguirre y siempre Aguirre. Pero hubo un episodio en el que no fue tan así. Sin embargo, la memoria política y sus tiempos, a veces tan cortos, hacen caer en la desmemoria a los parias como Cifuentes, convirtiéndose en un sálvese quien pueda contra los adversarios de otro partido, por supuesto, pero sobre todo contra los adversarios del propio.

Ello sucedió el 28 de abril de 2017. Cuatro días antes de esa fecha, Esperanza Aguirre, acorralada por la corrupción de todos aquellos que le salieron rana, anunciaba que dejaba la política. Otra vez. Ahí, todo el el sector aguirrista del PP en Madrid entonces empezó a poner ojitos a su número dos, Íñigo Henríquez de Luna, el que era su sucesor natural. Almeida era nadie. Pero apareció Cristina Cifuentes y volteó la situación, ayudándolo, como un hada madrina, fijando su primer peldaño en la escalera que ahora se ha visto que le lleva hasta lo más alto. “Puesto ya el pie en el estribo…”, escribiría Cervantes. Almeida, sin embargo, nunca se lo ha agradecido a Cifuentes, por la animadversión que el nombre de la expresidenta genera en las filas populares.

Ahora que Almeida se ha convertido en el número tres del Partido Popular a nivel nacional, EL ESPAÑOL reconstruye el que fue uno de los episodios más importantes de su carrera, en el que Cifuentes jugó un papel fundamental, caído ahora en la nimiedad que otorga el olvido voluntario. Ella fue la que se encargó, convenciendo concejal a concejal, de que Almeida se convirtiera en el portavoz municipal del PP, dejando de lado al número dos de Aguirre. Si no hubiera sido así, el alcalde de España, como le llaman algunos; Pepelu, como le llama Aguirre, habría acabado siendo una más de esas figuras políticas diluidas que pudieron ser pero nunca fueron.

“No se puede decir que está ahí sólo gracias a Esperanza Aguirre”, aclara a este diario una fuente del PP de Madrid, que ha pedido permanecer en el anonimato, que estuvo presente en el momento en el que todo se desenvolvió. “No, hombre, que recuerde un poco lo que pasó. Él lo sabe. Lo saben todos los que están con él. Pero les viene bien olvidarse. Se portaron con muchísima cobardía”, añade. “Aguirre le metió en política, desde luego, pero la oportunidad real de estar en primera línea se la dio Cifuentes. Y le costó un huevo conseguirlo”, comenta.

Pero la vida, ya se sabe, tiene sus volutas. Un escándalo de un máster falso, un vídeo humillante robando cremas en un Eroski, y chao a Cristina Cifuentes. Sus otrora amigos la convirtieron en una apestada. Almeida, en cambio, con la destitución de Cayetana Álvarez de Toledo por parte de Pablo Casado se encuentra ahora encumbrado como portavoz del PP en un puesto creado para él, cargo que compaginará con la alcaldía de la capital. La madrina, en el ostracismo; el ahijado, casi tocando techo. “Es política”, resumen, como un mantra, varias fuentes.

La mano de Cifuentes

José Luis Martínez-Almeida entró en la política en 2007 cuando Aguirre, entonces presidenta de la Comunidad, le nombró director general de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid. Desde entonces, se perpetuó una buena relación entre ambos. En 2011, ella le metió como secretario en el Consejo de Gobierno de Madrid que ella presidía y, tras un breve periodo al margen de la política, le volvió a fichar en 2015 como número tres en la lista para las elecciones municipales del mismo año.

Cifuentes y Almeida, en 2017, cuando ella promocionó su figura. PP

Pero el calendario iba gastando sus hojas y sobre el PP de Madrid avecinaban tormentas. Aquella gente en la que Aguirre había confiado, como ella misma dijo, le habían salido rana y se habían visto tocados por la corrupción. Pronto, el par de ranas se convirtió en una charca a rebosar de anuros y, en 2016, Aguirre dimitió como presidenta del PP en Madrid. Cuando metieron en prisión a su mano derecha, Ignacio González, en 2017, Aguirre ya dimitió del todo y dejó su acta de concejal en el Ayuntamiento, donde ejercía la portavocía.

Y ahí se abrió la carrera, rápida, por sucederla. Almeida llevaba las de perder. “Sin Cifuentes habría quedado tercero o cuarto”, relata la misma fuente.

Aguirre dimitió un 24 de abril de 2017. Era lunes. Ese día, sin que siquiera pasaran 24 horas, la entonces presidenta del PP madrileño, Cristina Cifuentes, anunció a través de un comunicado que esa misma semana se reuniría el comité ejecutivo autonómico para votar a un sucesor. El martes, Martínez-Almeida oficializó su candidatura. A mucha gente le pilló con el pie cambiado porque él, aguirrista declarado, se iba a enfrentar al número dos de la jefa saliente, Íñigo Henriquez de Luna, ahora tránsfuga a Vox. Pronto entendieron que esa rapidez de Almeida le convertía en el candidato de Cifuentes.

“Cifuentes intentaba romper de alguna manera el núcleo de Aguirre”, explica otra fuente que también ha pedido permanecer en el anonimato y que estuvo presente en los hechos. “Y Almeida se sabe mover muy bien en la vida interna de un partido. Nunca se enfrenta a sus jefes. No sé si es un poco pelota, pero no lo hace. Y supo aprovechar el momento en el que el legado de Cifuentes parecía que se estaba imponiendo”, añade. “Ahí jugó a dos bandas. Estaba con Íñigo en todas las cosas, enterado de todo, y se aprovechó. Por otro lado, Esperanza, cuando se retiró, tampoco hizo nada por dejar las cosas establecidas”, comenta.

Cifuentes, según ha trasladado su entorno a EL ESPAÑOL, conoció a Almeida cuando era director general de Patrimonio, aunque nunca llegaron a mantener una relación personal. Ella ya era alguien y él, en cambio, mostraba un perfil más técnico, con su buena formación como abogado del Estado y presentándose como un buen gestor tras sus escuetas responsabilidades. Sin embargo, la presidenta vio en él a una persona capaz y, a pesar de venir también del núcleo de Aguirre, con él podría romper con el aguirrismo más duro que encarnaba Henríquez de Luna.

“Cuando Aguirre se va del Ayuntamiento, ella quería dejar a Íñigo”, explica de nuevo la primera fuente. “Además, movilizó al grupo municipal para que el candidato fuera él. No sabes cómo le costó a Cifuentes que acabara ganando Almeida. Su equipo más cercano estuvo hablando, uno a uno, con todos los concejales, para que votaran a Almeida”, añade, a pesar de que entonces Cifuentes dijo que no iba a entrometerse en el proceso.

Íñigo Henríquez de Luna, a la izquierda, junto a Cristina Cifuentes. PP

“Costó mucho porque los concejales no se atrevían a enfrentarse contra la estela de Aguirre. De Luna era muy poderoso en la estructura de Madrid y todos le debían a Aguirre estar donde estaban, también Almeida”, comenta. “Pero el equipo de Cifuentes habló con todos ellos, convenciéndoles de que el proyecto de Almeida podría ser más moderado. Al final, Íñigo se fue a Vox, lo que vino a darle la razón”, apuntala. “De todas formas, Almeida contaba con el beneplácito de Esperanza, él le dijo que quería presentarse y fue Esperanza la que le autorizó. Es lo que digo, siempre queda bien con sus jefes”, añade otra fuente del sector aguirrista.

Y en esa especie de campaña y tejemanejes internos pasaron los cuatro días posteriores a la dimisión de Aguirre hasta que el 28 de abril se celebró la votación para ver quién ocuparía el cargo de portavoz municipal. Los comicios serían secretos para no ahondar en la herida, para que el partido, zozobrado a más no poder, no acabara rompiendo. Y ganó José Luis Martínez-Almeida, aunque por poco. El ahora alcalde de Madrid obtuvo un total de 10 votos, una victoria rasa frente a los ocho que se decantaron por Henríquez de Luna. Sólo dos de los 20 concejales que había votaron en blanco.

Gracias a eso, Almeida pudo dar el primer paso hacia donde está ahora. Pero no todo es mérito de Cifuentes, también tiene el propio: “Consiguió que no fuera una ruptura, supo recomponer y fue integrando a gente que estaba en el bando de Aguirre hasta que consiguió consolidarse y ser respetado”, añade la fuente.

Y a pesar de todo ello, cuando Almeida fue nombrado por Pablo Casado como candidato a la Alcaldía y dio su discurso, no hubo mención para Cifuentes. Sí para Aguirre, que permanecía sonriente entre el público, como viendo que su hijito se hace mayor. De la madrina Cristina Cifuentes nadie se acordaba… bueno, más bien, de la madrina Cristina Cifuentes nadie se quería acordar.

Cifuentes promociona a Almeida

La cercanía de Cristina Cifuentes con José Luis Martínez-Almeida, de todas formas, no acabó simplemente cuando le impulsó esa primera vez. Ya que había apostado por él, debió pensar, ahora, hasta el fondo. La primera vez que ambos se vieron de manera oficial fue el 10 de mayo, unos días después de que Almeida ganara a De Luna con el apoyo de la presidenta.

Ese día, miércoles, ambos mantuvieron una reunión larga en el despacho de Cifuentes y después salieron a pasear por las calles de Madrid. La idea era que se viera a Almeida, hacerle promoción. Y el evento fue jaleado por el propio departamento de prensa del Partido Popular que les hizo fotografías tomando un café mientras caminaban por la calle Arenal de la capital. Después, Cifuentes se lo llevó a su lado para participar en un acto oficial que ella lideraba como presidenta de la Comunidad.

“Nadie apostaba por José Luis y Cristina empezó a reforzar su imagen desde entonces. Le metió en el comité de dirección del partido en Madrid, puesto al que antes de eso los portavoces no aspiraban”, comenta otra fuente. “Después, ella se siguió encargando de proyectar su imagen, haciendo reuniones con él en Génova y en la Puerta del Sol, metiéndole en el comité de dirección y dando ruedas de prensa. Lo que ella quería es que Almeida estuviera en los procesos de toma de decisiones del partido y que tuviera visibilidad”, añade.

Tras la reunión de los cafés, ambos publicaron un par de tuits. Cifuentes, colgando la foto del paseo y diciendo que “va a hacer un gran trabajo”. Almeida, siendo cortés: “Muchísimas gracias, presidenta, por tu cariño y apoyo”. La prensa habló de ese episodio como la “luna de miel” entre Cifuentes y Martínez-Almeida. Y esa debió de ser la última vez que se lo agradeció, antes de que la presidenta cayera en el ostracismo.

La decepción de Cifuentes

Justo un año después del nombramiento de Almeida, el 25 de abril de 2018, Cristina Cifuentes cayó. El escándalo que se desató tras las irregularidades en la adquisición de un máster en la Universidad Rey Juan Carlos acabó cercando a la entonces presidenta. Un ala del Partido Popular, que desde antes ya la miraba con recelo, quería que Cifuentes se fuera pero ella, en cambio, se aferraba al cargo. Y ese 25, se publicó el vídeo en el que ella salía robando sus ya famosas cremas en 2011.

De izquierda a derecha: Pablo Casado, Cristina Cifuentes, Martínez-Almeida y Javier Maroto. PP

El entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, con quien Cifuentes libraba un pulso intentando que le pidiera su dimisión en público, vio el vídeo por la mañana, mientras corría en sus ejercicios diarios de cinta elíptica en La Moncloa. Cuando todo se hizo insostenible, Rajoy llamó a Dolores de Cospedal, amiga de Cifuentes, y le dijo que consiguiera su dimisión antes de las 12 de la mañana. El inmóvil presidente había actuado frío y rápido y se salió con la suya. Cifuentes dimitió.

El escarnio y el bochorno hicieron que la expresidenta se borrara del mapa durante un año y medio. Se fue con su hija a vivir a París, donde trabajó un tiempo, y su regreso a España tuvo lugar en octubre de 2019, en un programa de televisión. Desde entonces ha ido desempeñando una labor de tertuliana en varios programas de Mediaset. Cuenta a EL ESPAÑOL su entorno que ahora está feliz, alejada de la política, la que siente que forma parte de una vida pasada. Va a la televisión dos o tres días por semana y trabaja como abogada. Por cierto, ya no está afiliada al Partido Popular y guarda poca relación con sus compañeros de filas.

Sin embargo, su entorno cuenta que, aunque no es rencorosa y no se arrepiente de haber encumbrado a Almeida por su valía, sí que se siente decepcionada porque aquel día que se convirtió en candidato a la Alcaldía se lo agradeciera todo a Aguirre y a ella ni la mencionara. “Cristina esperaba un poco más de valentía por parte de Almeida, ver que renegaba de ella cuando le apoyó tanto... es como cuando muere un faraón y el siguiente derriba todas sus estatuas”, comenta un amigo de la expresidenta.

Pero ya ha llovido, aunque no tanto, de aquello y José Luis Martínez-Almeida saluda a una nueva etapa política esta semana, curiosamente la misma semana en la que se cumple el séptimo aniversario del accidente de moto que casi acaba con la vida de Cifuentes. Su gestión de la crisis del coronavirus ha servido para reforzar su imagen, especialmente cuando se compara con la gestión de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que saltó a la palestra a la vez que Almeida.

El presidente del PP, Pablo Casado, y el portavoz del partido, José Luis Martínez-Almeida. PP

Y por eso Pablo Casado ha confiado en él tras la destitución de Cayetana Álvarez de Toledo, que también generaba controversia en las filas populares y ha estallado en rabia cuando el dedo que la colocó ha señalado hacia otro lado.

Su nuevo puesto como portavoz del partido, sin embargo, podría ser un regalo envenenado para Almeida. La figura del portavoz, que él conoce bien, le hará bajar al barro, al enfrentamiento directo y no podrá guardar ese perfil moderado que ahora le ha encumbrado. Al final, se trata de un puesto que puede desgastar mucho, tal y como se ha visto, y puede hacer que los ciudadanos cambien su percepción sobre él. Pero seguro que no se achanta. “Aún con todo, seguro que en su mente hay cosas muy grandes, es muy ambicioso”, sentencia una fuente popular.

Noticias relacionadas