La Guardia Civil tenía en su poder pruebas evidentes de que Igor el Ruso estaba en Teruel, pero no examinó ninguna hasta que se identificó al atacante, una vez que ya había matado a tres personas. Norbert Feher dejó esparcido por toda la provincia un reguero de pistas que no sirvió para darle caza antes de que asesinara. Lo que pasó fue muy simple: los investigadores no hicieron nada con el rastro que el delincuente fue dejando por el camino.

Igor el Ruso llegó a la provincia de Teruel en noviembre, pero las alarmas debieron saltar el 5 de diciembre, cuando ocurrió un gravísimo suceso en un minúsculo pueblo de Teruel nada acostumbrado a los sobresaltos y por el que el culpable ya ha sido condenado a 21 años de prisión. Dos hombres fueron atacados por una persona muy violenta -entonces todavía sin identificar- al entrar en una casa de campo propiedad de uno de ellos. Sobrevivieron por puro milagro. El cerrajero Manuel Marcuello forcejeó con él unos diez segundos, hasta que le reventó el brazo de un balazo. El testimonio que volcó en el cuartel de la Guardia Civil de Albalate del Arzobispo a las 18.45 de ese mismo día debió haber provocado un despliegue policial acorde a la gravedad de los hechos que denunciaba. El atacante, mediana edad, vestido de militar, con un arma corta atada a la mano, era alguien que disparaba con intención clara de matar.

La Guardia Civil se tomó su tiempo para investigar un hecho aislado de extrema gravedad en el que siempre primó la convicción de que el sospechoso habría huido. La inspección ocular de la casa de campo donde sucedieron los hechos empezó al día siguiente a las 10.00, quince horas después del ataque, según consta en el sumario judicial que investigó el doble intento de homicidio, en poder de EL ESPAÑOL. Aquella tarde se atendió a las víctimas, pero no se hizo absolutamente nada por perseguir al atacante, que pasó la noche en un lugar muy próximo adonde atacó.

Disparos con una munición extraña

En el rastreo de la vivienda se encontraron dos casquillos que habían salido de una pistola del calibre 9x21. Una de las balas descansaba junto a la pared de la piscina. La otra se quedó metida en una maceta. El tercer proyectil, incrustado en el brazo de la víctima, lo entregó el centro hospitalario que lo extrajo del cuerpo del cerrajero a la Policía Judicial. Los investigadores la remitieron al laboratorio el 20 de diciembre -habían pasado quince días del ataque- y aún esperaron dos días más para enviar los casquillos que Feher abandonó en el suelo del masico. El 14 de marzo, mientras en Madrid se homenajeaba al ganadero asesinado, se reclamaron los resultados de la munición: habían pasado tres meses y aún no habían llegado las conclusiones de ese análisis que pudo haber servido para identificarlo. Feher ya usó esa misma arma y ese mismo tipo de munición para asesinar a Davide Fabbri y Valerio Verri en Italia en la primavera de 2017.  

El serbio controla y recuerda perfectamente cada escenario en el que ataca. En la declaración que hizo el 17 de diciembre de 2017, dos días después de ser detenido, reconoce que en el doble intento de homicidio usó tres balas. Además, confesó que entró en la casa simplemente para coger alcohol, porque le gusta beber, y para llevarse una cámara de aire que necesitaba para una bicicleta. En esa misma explicación reconoció que entre el 5 y el 14 de diciembre se quedó por la zona. “Al aire libre, en la naturaleza. Viajaba por las montañas y hacía un montón de fotos”. El acusado dijo no ser el autor de los robos continuados que sucedieron en los masicos de la zona esos días.

La munición que Igor el Ruso dejó esparcida en el masico no se usa en España, pero ese detalle tampoco aceleró los trámites para que los investigadores localizaran al fugitivo antes de que volviera a atacar. La Guardia Civil se llevó del lugar de los hechos muestras de sangre, los proyectiles que usó, otros restos para extraer ADN y la ropa de las víctimas: una camisa de cuadros a tonos grises, una camiseta de tirantes blanca, una chaqueta de punto con cremallera y una cartera de piel marrón. La vestimenta, donde había rastro evidente del ADN del atacante, no se envió hasta el 26 de diciembre. Los resultados llegaron el 1 de febrero, cuando Feher llevaba mes y medio en prisión.

Dos días para enviar un simple email

La Guardia Civil decidió montar un retrato robot con los datos de la víctima que lo vio a escasos centímetros, pero también se lo tomó con calma y tardó dos días en enviar un simple correo electrónico para solicitar los recursos. Los especialistas llegaron mucho más tarde, el 11 de diciembre, y se trasladaron desde el cuartel de la Guardia Civil hasta el hospital donde seguía ingresado el cerrajero, que lo describió como un “varón, de etnia sudamericana, de unos 40 años, de 1,90 metros, 90 kilos, rostro alargado, ojos normales, orejas de soplillo, boca pequeña, labios finos, mentón alargado, perilla fina y dientes en apiñamiento”. Con estos datos se dibujó una imagen similar al atacante que coincidía en un “70%”, según el testigo. Pero tener ese retrato tampoco sirvió de nada, porque no se compartió con la ciudadanía hasta que Feher asesinó tres días después.

La investigación no recoge ningún documento que avale que la Guardia Civil solicitó la intervención del Grupo de Reserva y Seguridad (GRS) para el 15 de diciembre de la mañana, como defendió en su momento el Gobierno del Partido Popular en boca del que fuera su secretario de Estado de Seguridad, José Antonio Nieto, interpelado en comisión sobre este tema tres meses después de los crímenes. El 'número dos' del ministerio del Interior definió el operativo desplegado entre el 5 y el 14 de diciembre como "riguroso, profesional y exhaustivo". Sin embargo, la única prueba oficial que se pidió -aparte del retrato robot y las muestras recogidas en el masico- fue analizar los teléfonos móviles que recogieron los repetidores BTS el día del ataque y los anteriores.

Esta prueba se solicitó el 11 de diciembre, a punto de cumplirse una semana del doble intento de homicidio. En este caso, la juez pidió rapidez en la respuesta alegando que había doce denuncias presentadas “que han producido una importante alarma social tanto en esa localidad como en toda la zona”. La magistrada explicaba que “se están practicando gestiones encaminadas a identificar y localizar el presunto autor de los hechos, negativo hasta el momento. Una de las vías sería que el autor del hecho hubiera activado su terminal de teléfono móvil antes, durante o una vez consumado el hecho delictivo”. El informe, que resultó infructuoso, tampoco llegó a tiempo.

Dos denuncias y una furgoneta que ardió

Las pesquisas recogen una denuncia que ahonda en la sensación que hoy, más de dos años después, todavía comparten los vecinos de este territorio: que no se rastreó el territorio ni antes ni después de que Feher cometiera los crímenes.

El 22 de febrero, una vecina entró en un corral abandonado a 300 metros de la carretera A-223 que une las localidades de Albalate y Andorra. Allí se encontró un sinfín de desperdicios “utilizados hace poco tiempo”. El sumario recoge diecisiete cervezas, una botella de whisky, cuatro cocacolas, un paquete de mantequilla, sal, latas de conserva abiertas, una garrafa de aceite de cinco litros, un paquete de guantes de látex color azul y varias pilas supuestamente usadas tiradas al suelo. Debajo de una caja de madera había una radio tapada por un periódico viejo. Allí estaban también los neumáticos y el sillín de una bicicleta sustraídos del masico en el que Feher cometió el doble intento de homicidio.

La investigación también esconde otra denuncia muy relevante que ya reveló este diario: la que interpuso otra vecina de Albalate una vez que vio el rostro del asesino de Andorra en la televisión. M. P. T. se acercó ese mismo día al cuartel de la Guardia Civil de Albalate para que constara en acta que el día del primer ataque, el 5 de diciembre, sobre las 13.30, ella estaba en el campo cogiendo olivas con su marido. “A cinco metros del camino pasó un furgón blanco, grande, viejo, sin cristales, ocupada únicamente por su conductor, siendo un varón de 30 a 40 años, de complexión fuerte, cara cuadrada, morena, sin barba, chándal ejército español”, dice textualmente.

La denunciante alegó que el ocupante “no era conocido” y que, aunque su marido le saludó con la mano, no le devolvió el saludo. El matrimonio miró detenidamente al forastero. Ella aseguró, “con un 80% de posibilidades”, que la persona acusada del triple crimen era la misma que conducía la furgoneta cuando se cruzaron la mirada. 

Tres semanas antes del intento de homicidio, muy cerca del corral abandonado que parece que Feher usó como refugio, apareció quemada una furgoneta Mercedes Benz Sprinter con matrícula de la República Checa. Dónde están estos dos vehículos o si la Guardia Civil lo investiga sigue siendo un misterio: el criminal emprendió su última huida con el vehículo que robó a Iranzo una vez que lo asesinó.