En el Ruedo Ibérico de la Plaza de Aranjuez se vivió ayer la despedida de nuestro último Rey castizo. Más que del siglo XX, parecía una escena del XIX, digna de Valle o de Galdós. Delante de un retrato de su madre, flanqueado por su hermana, su hija mayor y su nieto tarambana, el apodado por Jiménez Losantos Campechano I se cortaba abruptamente la coleta, sin explicar por qué.

La saga de intrigas familiares podría remontarse de generación en generación, al menos hasta la conspiración de El Escorial, urdida por Fernando VII contra su progenitor Carlos IV. Lo mismo que debió sentir don Juan de Borbón, cuando "Juanito" juró los Principios del Movimiento y aceptó la sucesión de Franco, es lo que ha debido sentir Juan Carlos cuando, según su entorno, se ha visto humillado, una y otra vez, por su hijo y por su nuera.

Los Borbones han hecho muchas cosas buenas y alguna que otra mala por España. Juan Carlos ha sido genuino, tanto en lo uno -ahí queda el legado de la Transición- como en lo otro, sobre todo en sus turbulentas postrimerías. Su hijo Felipe dio la cara por la Nación en octubre del 17 y eso afianzó su popularidad, pero los dados de su reinado siguen rodando.

La Monarquía nunca volverá a ser lo que fue pues ha perdido gran parte de su magia reverencial. Será difícil que nadie vea a Letizia Ortiz como equivalente a Sofía de Grecia. Pero ninguna figura resume mejor sus actuales contradicciones que esa mujer madura que flanqueaba ayer a su padre con un vestido caqui, un sombrero encintado por los colores nacionales y la mandíbula hundida que caracteriza a la familia.

Que en la España de Unidas Podemos ni reine ni vaya a reinar doña Elena -como si en el 78 se hubieran impuesto la ley sálica y el carlismo- indica cuán vulnerable es la institución a cualquier escrutinio racionalista. Si la línea sucesoria no siguiera condicionada por aquel machismo constituyente, sería Froilán y no Leonor quien debería subir al trono. Pese a que el líder de Vox ocupara ayer una barrera en la plaza, no creo ya, sin embargo, que ningún español se alce en armas por sus derechos.