Ciudadanos se adapta al nuevo escenario como el resto de actores sobre el tablero: a matacaballo. En apenas una semana, el horizonte despejado por la luz de las encuestas ha mostrado signos de inequívoca borrasca. Primero fue el éxito sorpresivo de la moción de Pedro Sánchez. Luego, en plena resaca de un debate en el que Rivera sirvió de pimpampum, ha visto como el nuevo presidente del Gobierno mantenía el foco y concitaba aplauso público con la comunicación -por goteo- de su gabinete: ¡Borrell!

Rajoy anuncia que se va y propone la celebración de un Congreso Extraordinario

Y este martes le ha pillado por sorpresa la despedida mariana de Rajoy: sin ánimo de designar sucesor, sin otra voluntad que la de retirarse pronto tras un congreso extraordinario exprés, y arengando al partido contra Sánchez y contra Cs, a quien acusa de haber propiciado la moción de censura con su “ambición atropellada” y de no haber servido de nada en Cataluña pese a haber ganado las elecciones de diciembre.

Si la intendencia de Cs se las prometía felices con Sánchez derrotado y Rajoy eternizándose en el poder y espantando votantes hacia sus filas, ahora se teme el peor escenario posible: batiéndose el cobre contra un PP renovado en su liderazgo y sediento de venganza, y con el PSOE haciendo propaganda lo que quede de legislatura. La apisonadora bipartidista a pleno rendimiento clamando por el voto útil.

Signos de desconcierto

Tres signos que denotan desconcierto. Una, la celeridad con que Albert Rivera e Inés Arrimadas han entrado y salido este martes de un coloquio informativo organizado en Madrid por elEconomista a sabiendas de que eran objeto de deseo de la prensa. Dos, las adversativas no muy elaboradas a la hora de valorar la designación de una estrella del constitucionalismo patrio como Borrell muchas horas después de conocerse la noticia.

Y tres, el reparto de papeles después de que Rajoy dijera adiós tras una maniobra de repliegue -su no dimisión para impedir la moción de censura de Sánchez- para abordar la reconquista del poder y la hegemonía del centroderecha a costa de zurrar sin contemplaciones a diestra (Cs) y siniestra (PSOE).

La primera valoración sobre Rajoy y su andanada contra Cs le cayó en suerte al portavoz en Cataluña, Carlos Carrizosa, que trasladó la posición oficial: “Rajoy ha preferido que Sánchez gobierne con los populistas y los separatistas antes que dar voz a los españoles; debió dimitir antes”.

Luego cogió los mandos el número dos del partido, José Manuel Villegas, en similares términos y con la determinación de plantar cara a futuros embates de los populares: hoy mismo, carrusel de entrevistas de Cospedal y Maillo en varios medios.

“Rajoy ha dimitido acorralado por la corrupción del PP y por las sentencias judiciales; le pedimos que lo hiciera para frustrar la moción de censura del PSOE, pero prefirió a Sánchez antes que sacar las urnas para que los españoles decidieran cómo salir de esta situación de colapso del bipartidismo”, explicó.

Colapso del bipartidismo, nuevo mantra

El colapso del bipartidismo es el nuevo mantra. Cs ya ha dejado de lado la etiqueta “Gobierno Frankenstein” ante la evidencia de que el Gobierno que viene es socialista. A lo que no renuncia es a vaticinar el colapso del bipartidismo justo cuando uno de sus exponentes está en el Gobierno y el otro es el primer partido de la oposición.

Arrimadas y Rivera no paran de referirse a “los últimos coletazos del bipartidismo”, el “ocaso del bipartidismo” y otras alusiones de corte milenarista. ¿Por qué? La razón la apuntó el propio Villegas y da una idea de cuál es uno de los talismanes en la estrategia del partido emergente:

“El PP se encuentra en una grave situación debido a los casos de corrupción. La corrupción afecta al PP y al PSOE, lo veremos en otoño con el caso de los ERE. Esa corrupción está produciendo el colapso del bipartidismo, del que sólo se saldrá votando.”

El sucesor de Rajoy intentará barnizar las siglas y presentar la corrupción como algo del pasado cuando lleguen las sentencias. Cs no parece dispuesto a permitir que cale ninguna forma de amnesia. El pulso está echado.