Alejandro Requeijo Daniel Montero

Nada en las calles de Barcelona haría pensar que el Parlamento de Cataluña proclamó el pasado viernes la independencia. El día 1 de la nueva República transcurrió con la normalidad de cualquier sábado en la capital del pretendido estado europeo sin que en sus avenidas se expresase ninguna reacción de júbilo, tampoco de rechazo. Tan solo hubo indiferencia.

La ciudad condal amaneció el sábado con algo de nubes, pero eso no evitó que la gente llenase las terrazas de la ciudad. Locales y turistas hacían sus compras en las tiendas del centro y ocupaban los restaurantes a mediodía. Todos seguían pagando en euros. Un cliente entró en un bar preguntando por la máquina de tabaco. “Si no se la ha llevado la república, tiene que estar al fondo”, bromeó el camarero. “A la gente no le va a pasar nada, a los políticos sí, han echado un órdago e iban de farol. Se suponía que estaban de celebración y tenían todos cara de amargados”, comentaba el trabajador.    

A la espera de la manifestación por la unidad de España convocada por Societat Civil Catalana el domingo, la búsqueda de alguna aglomeración callejera apenas dio resultado en la puerta de una tienda de ropa. Pero se trataba un reducido grupo protestando contra la opresión al colectivo mapuche en Sudamérica. Por la tarde, al fin, se vio desfilar entre gritos por la Rambla un par de banderas esteladas, pero tampoco. Eran ciudadanos árabes reivindicando la causa rifeña. A eso de las 18 horas una caravana de coches y motos pasaron por la zona de Sants haciendo sonar sus bocinas y mostrando banderas españolas por las ventanas. Solo duró unos segundos.

"Vine para tres días y llevo aquí catorce"

Valdría la premonición del periodista Chaves Nogales en su reportaje De presidiario a gobernante firmado en el diario Ahora en febrero 1936. “En Cataluña no pasará nada”, vaticinó el reportero sevillano apelando a un “hondo sentido conservador” catalán. Ochenta años después, las decenas de medios de comunicación, ávidos de alguna noticia, se concentraban en la Plaza de Sant Jaume, epicentro durante víspera de la celebración de los incondicionales del independentismo. La convocatoria del viernes apenas congregó a 17.000 personas -según la Guardia Urbana- en una ciudad de 1,6 millones de habitantes. “Yo vine para tres días y llevo aquí catorce. He tenido que ir varias veces a comprar ropa interior”, comentaba resignado un periodista.

El escenario de la secesión ha quedado reducido a la Plaza de Sant Jaume en la que se ubica el edificio de la Generalitat. Ningún presidente ha salido todavía a proclamar la independencia, sus contraventanas están cerradas a cal y canto y en su tejado sigue ondeando la bandera española. El viernes, la multitud pedía insistentemente su retirada, pero el sábado la plaza estaba semivacía sin que pasase nada. Un guía detallaba a un grupo de turistas el significado de la bandera “with the blue triangle” (“con el triángulo azul”). “Es un momento muy interesante”, remataba la explicación bajo el balcón de Tarradellas, Companys y los títulos del Barça.

“¿Si ahora Puigdemont quisiera entrar en la sede del Gobierno, ustedes le dejarían?”. A esa pregunta se enfrentó uno de los dos solitarios mossos d’Esquadra que guardaban la entrada del edificio. “Sí, ¿por qué no?”, replicó encogiéndose  de hombros. Cuando se le recordó que el Ejecutivo de Mariano Rajoy  había cesado de sus funciones a todo el Govern, cayó en la cuenta de que la pregunta tenía trampa: “Ummm, bueno yo no soy el responsable, no hemos recibido ninguna orden”. Quedaban aún unas horas para que el Ministerio del Interior comunicase el nombre de Ferrán López, relevo de Josep Lluis Trapero al frente de los Mossos.

"Una noche muy tranquila"

Si acaso el vallado de seguridad que protege todavía a diversos edificios oficiales sirve como recordatorio de que la situación en Cataluña no es la ideal. Un ejemplo es la Jefatura Superior de Policía de Via Laietana. Ahí siguen, impasibles, varios policías nacionales tachados estos días “de fuerzas de ocupación” por quienes piden su retirada, sin éxito de momento. “Ha sido una noche de trabajo muy tranquila”, confesaba a este periódico uno de los agentes llegados las últimas semanas a Barcelona.

La única continuidad con el día de la proclamación llegó por televisión con el discurso de Puigdemont, al que TV3 sigue presentando como “president”. Sin abundar mucho en el momento histórico que se le presupone al primer día como nación independiente, sin pedir por ejemplo el ingreso en la Unión Europea, se limitó a solicitar una oposición democrática a la aplicación del 155. Fue un mensaje grabado previamente que Puigdemont siguió inmerso entre el ruido de un bar, como muchos catalanes y demás españoles a esa misma hora.

La masa de gente independentista que se especuló que tomaría las calles para protestar contra la intervención de la autonomía tampoco hizo acto de presencia en Cataluña. A través de sus foros habituales invitaban a “cargar pilas” llenando “gimnasios, bares, cines y discotecas”. Así transcurrió el primer fin de semana de la república luego intervenida por el Gobierno, sin que pasase nada.

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