Cuando la bancada nacionalista dicta los apuntes de la “Cataluña oprimida”, los diputados de PP y Ciudadanos miran a través de la pantalla que luce a la altura del techo. Es más sano eso que el giro de cuello al que obliga la ubicación del satélite catalán. Pero Joan Tardá y compañía quieren que les miren, que disfruten de su histrionismo. Quizá por eso, uno de sus parlamentarios haya dejado un chubasquero naranja sobre el escaño. A modo de faro en mitad de la niebla. “Que nos miren, que nos miren”.

Podemos saca carteles.

Desde el palco de los claveles sin revolución, los parlamentarios catalanes vierten, gota a gota, el relato tenebroso de esa Cataluña en la que se viola hasta el secreto postal. Ahí siguen los representantes de PP y Cs, con la vista puesta en el infinito, dando botes, sobresaltados, como cualquiera que tuviera que desayunar a la fuerza un episodio de la Guerra de las Galaxias.

Formando parte de la orquesta, los diputados del PP responden con voz de ultratumba cada vez que Rajoy y Soraya repelen el golpe: “¡Muy bien! ¡Muy bien!”. Siempre muy bien, nada de jazz. Rígida partitura: “¡Muy bien!”, nunca “bravo”, “estupendo” o “bien jugado”.

A Tardá no le quedan balas

Mariano Rajoy y su vicepresidenta, ahora sí, miran al banquillo catalán, pero no vale. Ellos quieren que les mire la Cámara al completo, y no por lo que les digan, sino por lo que hacen o dicen.

A Joan Tardá no le quedan muchas más balas. En su pregunta al Gobierno, ha paladeado la “l” hasta el infinito, provocando las risas –seguro que malévolas– de sus adversarios. Ha sido sólo un segundo. No está Gabriel Rufián a su lado, esa apuesta segura, ese Harpo Marx capaz de sacar una impresora de la gabardina que no lleva.

Al diputado de Esquerra Republicana le llueven los reveses por todas partes, pero no se pone el chubasquero naranja. Eso está para otra cosa. Cataluña se esfuma del orden del día y los nacionalistas no han ofrecido todavía un alpiste lo suficientemente suculento como para labrarse un hueco en el telediario de las tres.

Iglesias, el rescatista

Es turno para Xavier Domènech, de Unidos Podemos, que carga contra el ministro de Justicia, Rafael Catalá, por la encarcelación de los Jordis, brazos civiles del independentismo. Tardá sigue a lo suyo, algo tenue, reforzado su ahora perfil lóbrego por el look habitual: todo de negro.

El tiempo se acaba. Los nacionalistas saben que cuando el debate no tiene que ver con Cataluña, el Congreso se queda casi vacío y los pocos que enfrentan el tedio lo hacen armados con el móvil o charlando con el de al lado.

De repente, Tardá encuentra un aliado inesperado. O no tanto. Los diputados morados, consumido el turno de Domènech, se alzan con carteles blancos de letras negras: piden libertad para los Jordis, “los presos políticos” de España. El show une a los de Iglesias con los hijos de CiU, pero la Esquerra y Tardá se quedan sentados, sin cartel que sostener. Les han hecho el trabajo.

El barco morado se ha echado al mar cuando el nacionalismo estaba a punto de quedarse sin su particular victoria de marketing, tan necesaria para luego justificar su trabajo en Barcelona. Iglesias, Errejón, Montero, Mayoral y compañía se han alzado sobre la campana, mimetizándose con el independentismo burgués y conservador.

Podemos se ha lanzado a la batidora. En la carrera de San Jerónimo, la realidad paralela del Govern en ebullición gracias a Iglesias. Tardá y el ausente Rufián han encontrado en los diputados de Unidos Podemos los instrumentistas para poner banda sonora a su circo. La calle los ha juntado y el abrazo ya llega hasta el Congreso.