Gonzalo Araluce

Los caminos que conducen a Koulikoro son de un color rojo intenso. Hay quien dice que de la sangre que se ha derramado sobre ellos. La que han vertido militares feroces en sus ansias de poder, los delincuentes que trafican con mercancías, drogas y seres humanos o los yihadistas que campan a sus anchas por el norte del país sembrando el terror a su paso. Mali amenaza con extender su inestabilidad por todo el Sahel y 128 efectivos españoles despliegan sus capacidades sobre el territorio en estas fechas para evitar que esto ocurra.

En la base militar de Koulikoro, junto a la inmensidad del río Níger y a unos 60 kilómetros al noreste de la capital (Bamako), hay pocos elementos que evoquen la Navidad o la Nochevieja. Un árbol decorado rompe la calurosa rutina del pabellón en el que se sitúa el contingente español. En vez de villancicos se escucha el redoble de un tambor que llega desde algún lugar de entre la vegetación que rodea al acuartelamiento. O quizá de alguno de los puestos que se agolpan con disparidad en el mercado de la localidad. El aire está cargado de un olor impregnado de gasolina, fruta exótica y polvo. La temperatura supera los 30 grados. “Y eso que es invierno”, bromean los soldados españoles.

Las felicitaciones navideñas acompañan al árbol instalado en el pabellón español de Koulikoro. G. Araluce

Ahora disfrutan de unos días de relativo reposo. Las tropas malienses, aquellas que adiestran en su lucha contra el yihadismo y otras amenazas, están de vacaciones. Pero hay capacidades que nunca descansan en uno de los países más inestables del planeta. “Estamos siempre alerta para desplegarnos por si hay cualquier incidente”, explica la teniente Sandra María Caro López, jefa de la célula de estabilización española. O lo que es lo mismo, del equipo médico de la ambulancia.

Esta es la primera misión en el exterior de la teniente Caro. “Sabemos que son Navidades por el árbol que ponen”, bromea. En estas fechas echa de menos a sus padres y amigos -ella es de Badajoz-, pero asegura que el contingente es otra rama de su familia: “Estamos todos en la misma situación y nos arropamos. En Nochebuena cenamos todos juntos y en Nochevieja haremos lo mismo”.

Y no son sólo españoles los que se encuentran en Koulikoro: 26 países aportan efectivos a esta misión desplegada por la Unión Europea. “Esto es como un pequeño Erasmus militar”, cuenta entre risas el brigada Miguel Ángel Ibáñez Espinosa, jefe del equipo EOD [Desactivación de Artefactos Explosivos, por sus siglas en inglés]. A sus espaldas tiene las experiencias vividas en Bosnia, Ecuador, Senegal, Mauritania y cuatro veces en Afganistán.

Ejercicio de instrucción a las tropas locales, en una fotografía de archivo. Defensa

El brigada Ibáñez habla de Mali como si se tratara de dos países: el sur, con una cierta paz tras años de conflicto, y el norte, donde una chispa puede hacer estallar un polvorín incontrolado. “Enseñamos a las tropas malienses cómo se deben comportar ante cualquier peligro en forma de explosivo”, detalla. Una aptitud fundamental ante episodios como el vivido en la capital a finales de 2015, en el que yihadistas de Al Murabitun y de Al Qaeda del Magreb Islámico tomaron el hotel Radisson Blu. 18 rehenes resultaron muertos. También un policía y dos terroristas.

Pese a estos ataques, los soldados hablan del “carácter hospitalario y amable” de los malienses. “Lo agradecemos mucho en estas fechas”, señala el sargento primero Daniel Domínguez Morrondo, de 42 años e instructor de apoyo de fuegos y operaciones especiales. “Creo que el carácter español encaja mucho en este tipo de misiones, con tanto trato con la población local”, añade.

El sargento primero Daniel Domínguez, el brigada Miguel Ángel Ibáñez y el soldado regular Julio Tamayo. G. Araluce

“Es un país pobre y humilde”, añade el soldado regular Julio Tamayo Liébana, de 29 años y nacido en Ceuta. Habitualmente desempeña la función de operador de radio y de conductor del capitán. “Parece que estoy en casa a pesar de la distancia, pero estos días se echa de menos a la familia”.

- ¿Y qué les diría si pudieran escucharle ahora mismo?

- ¡Uf! Muchas cosas. Que les echo de menos, que estamos bien y que no se preocupen.

Buscando uvas en Dakar

Entre Koulikoro y Dakar hay poco más de mil kilómetros en avión. Eso bien lo saben los 55 soldados del Ejército del Aire integrados en el destacamento Marfil, en la capital senegalesa, que brindan apoyo en la lucha contra el yihadismo en el Sahel. Su vida gira en torno a un avión Hércules, con el que sobrevuelan toda la región.

Las principales amenazas las constituyen, en Mali, los ya mencionados Al Murabitun y Al Qaeda del Magreb Islámico. Pero más allá, en las inmediaciones del lago Chad -donde confluyen Chad, Níger, Nigeria y Camerún, y hasta donde sobrevuelan con el avión-, son los terroristas de Boko Haram quienes imponen su ley.

"Los momentos más sensibles son los de aterrizaje y despegue", advierte el comandante Carlos Pérez Amador, que ahora desempeña el cargo de segundo jefe del destacamento Marfil y cuya especialidad es el vuelo con F-18. "Los terroristas pueden disparar con armas ligeras, pero por suerte todavía no hemos sufrido ningún ataque de estas características".

El avión Hércules del Ejército del Aire opera en toda la región y llega hasta Djamena. E.E.

A bordo del avión se transporta todo lo necesario para combatir al enemigo, ya sea material o personal. Su área de actuación comprende desde Dakar hasta Djamena, capital de Chad; el equivalente al espacio comprendido entre Cádiz y Moscú. Desde el origen de la misión, en enero de 2013, se han realizado cerca de 4.400 horas de vuelo y transportando más de 15.700 pasajeros y 2.800 toneladas de carga.

Los 55 soldados del Ejército del Aire tratan de arroparse en estas fechas. "Todavía no tenemos uvas para la Nochevieja, pero las encontraremos. La celebraremos con los soldados de otros países que participan en la misión", explica el comandante Pérez Amador, padre de dos hijos de dos y seis años. "Lo llevo bien -asegura-. Hay muchos compañeros que se esfuerzan en que ésta sea otra familia".

El del sargento David Correa Bernardino es el primer nombre que se le viene a la cabeza al hablar de los soldados que se empeñan en celebrar la Navidad en la capital senegalesa. "Tengo mi habitación decorada con todos los adornos que me voy encontrando", asegura éste. También es padre de un niño de 13 años.

- Ojalá pudiera estar con él estos días.

- ¿Cómo le felicitará el año nuevo?

- Por suerte, tenemos Skype y WhatsApp. No es lo mismo, pero al menos podemos hablar a menudo.



El comandante Carlos Pérez Amador y el sargento David Correa Bernardino. G. Araluce

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