Barcelona

Alfonso llegó al barrio de Gràcia el pasado abril. Después de un año durmiendo en la calle, se instaló junto a sus dos perros en el cajero de CaixaBank situado en la plaza del Diamant, uno de los epicentros de los enfrentamientos entre los manifestantes y la Policía. A pesar de llevar pocos meses en el barrio, se ha convertido en una persona popular en Gràcia. Todo el mundo lo conoce por la librería improvisada que montó en una de las repisas del cajero, que consideraba ya su casa. Ayer un grupo de activistas entró a la sucursal, le ayudó a empaquetar sus cosas y le recomendó que pasara la noche en otro lado. Minutos después el cajero estaba completamente destrozado y ardiendo en llamas.

El barrio de Gràcia intentaba recuperar esta mañana cierta tranquilidad después de tres noches de ruido, incendio y disturbios. Por las calles del distrito se mezclaban periodistas, miembros de los servicios de limpieza y vecinos de la zona que intentaban hacer vida normal. “Ha habido momentos que esto parecía la guerra”, explicaba Alí Zulfiqar, propietario de una tienda de alimentos del barrio. “Después de tres días, hay gente que está asustada”.

Cuesta encontrar en el barrio vecinos en contra de las manifestaciones. Todo el mundo habla maravillas de la tarea que hacía el ‘Banc Expropiat’ para los vecinos y creen justificado que la gente salga a la calle para apoyarlo. La opinión cambia, sin embargo, cuando se refieren a los disturbios que se producen cada noche una vez acaba la concentración. “Comparto el fondo pero no la forma”, opinaba Teresa Roqué, una educadora de 56 años que lleva toda la vida en el barrio. “No tengo muy claro hasta qué punto los jóvenes que hacen estos destrozos están vinculados con el Banc Expropiat”.

Los comerciantes y vecinos entrevistados están ya hartos del ruido de helicópteros, bocinas policiales y detonaciones de petardos hasta bien entrada la madrugada. “Llevo ya varios días durmiendo muy poco”, explicaba Xavier Rosset, un vecino de la calle Asturias. Todos los consultados coinciden en que los principales perjudicados son los restaurantes y bares de la zona. “Ya me dirás quién viene a cenar a Gràcia estos días”, se quejaba la propietaria de un estanco que prefiere no ser citada. “Esto no puede durar más”.

En el bar Diamant, situado justo delante de donde se registraron los peores enfrentamientos, reconocen que llevan unos días haciendo poca caja. “Encuentro lógica la protesta”, contestaba Roger, uno de sus camareros. “Pero me plantea un dilema la manera con la que acaban las manifestaciones”. En la barra hay varios vecinos comentando la situación, sin duda el tema de conversación del barrio desde el pasado lunes. La mayoría, no obstante, prefiere no hablar con la prensa.

Sentado en una plaza de Gràcia con todas sus pertenencias alrededor, Alfonso se resigna y admite que este jueves tampoco podrá dormir en su cajero. “Esa no es mi guerra”, afirma. “La entiendo pero no la comparto”.

Noticias relacionadas