Daniel Montero Esteban Urreiztieta

Carles Vilarrubí es el hombre de los cien cargos. El vicepresidente y socio número 43.561 del F.C. Barcelona que a sus 65 años colecciona sillones: vicepresidente de la banca de inversión Rothschild España, presidente de CVC Grupo Consejeros, presidente de Willis correduría de seguros, consejero de Fira Barcelona, Catalunya Comunicació Ono, Grey Group… Y el hombre al que la Audiencia Nacional señala como pagador de comisiones fuera de toda lógica al clan Pujol. El mismo a cuyo patriarca comenzó a llevar en su 127 mientras asentaba su carrera política en la Barcelona de los 80, hace más de 30 años.

Tres décadas después, Vilarrubí es uno de los hombres más influyentes de Cataluña. Un alto ejecutivo casado con otra entre la realeza de los sillones empresariales: Sol Daurella, la mujer fuerte de la embotelladora de Coca-Cola en España. Atrás quedó el 1974, año en que Jordi Pujol creó Convergència y captó a Vilarrubí como persona de confianza. En ese momento, el empresario formaba ya parte de las filas de Unió. Cuando llegó el matrimonio de ambas formaciones, el actual vicepresidente del Barça se convirtió en figura de consenso; el hombre de los contactos en ambas partes.

El hombre de consenso

Con ese escenario, Vilarrubí consigue su primer cargo importante de la mano de Pujol. Cuando el ex molt honorable fue nombrado presidente, eligió a su escudero como director de Catalunya Radio. Poco después, pasó a encabezar el organismo autonómico de loterías, también bajo el ala de su padrino político. El proyecto fue un fracaso. Pero Vilarrubí mantuvo entonces su doble vertiente de persona pública y empresario privado. Comenzó a trabajar con Javier De La Rosa, el hombre que controló durante años las finanzas del clan Pujol y que le enroló en el proyecto Grand Tibidabo, avalado por la Generalitat. El caso terminó en el juzgado. Como ahora, cuando ambos son investigados con lupa por su relación con negocios y pagos al entorno de la familia Pujol.

En aquellos años, Vilarrubí forjó una importante amistad con el primogénito de la familia Pujol-Ferrusola. Jordi Jr. Tenía solo cuatro años menos que él y les unía su pasión por los coches. En esas fechas (1993) llega el momento de que el delfín de Pujol por vía de linaje se haga cargo de las cuentas del partido. Dos años después, su amigo Vilarrubí es colocado en el consejo de administración de La Seda, como parte del cupo correspondiente a CiU. Allí coincidió también con otro nombre insigne de la política catalana. Otro apadrinado del presidente Pujol; el joven Artur Mas que años después le concedería la Creu de Sant Jordi, la condecoración civil más importante que concede el gobierno autonómico.

Un sillón en Telefónica

Fue en 1996 cuando Pujol presionó para colocar de nuevo a su íntimo colaborador en un puesto de responsabilidad dentro de la empresa privada. Esta vez, a Vilarrubí le llegó el momento de ocupar un sillón en Telefónica. Desde allí comenzó a negociar los derechos de retransmisión de los partidos de fútbol. De su mano dependen ahora directamente las relaciones institucionales del Barça, después de que en las elecciones al club de 2010 Sandro Rosell le colocara en el número 11 de su candidatura.

Su nombre volvió a sonar en los juzgados en diciembre de 2012, cuando su ex compañero y ex amigo Javier De la Rosa le vinculó directamente en una declaración policial con el dinero que presuntamente esconde el clan Pujol en el extranjero. Vilarrubí pasó también por la Comisión de Investigación del Parlament –donde reconoció haber pagado comisiones a Pujol Jr. para que le buscara unos terrenos- y vio como la policía registraba su casa en noviembre de 2015 investigado por un presunto delito de blanqueo de dinero. Desde entonces, la Audiencia Nacional trata de cerrar el círculo. 

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