Juan Pablo Fusi es especialista en historia contemporánea española y fue discípulo del hispanista Raymond Carr en Oxford. No oculta su apego por Reino Unido, un país del que admira su calidad política, su cultura y sus instituciones. Sin embargo, el historiador nacido en San Sebastián cree que España no tiene nada que envidiar al resto de países europeos.

Afirma que la corrupción es fallo de los políticos y no del sistema, y que los americanos tienen muchas más razones que los españoles para cambiar su Constitución. En la amplia biblioteca de su piso en Madrid podemos encontrar tomos sobre Quebec y Escocia. El nacionalismo es otro de los grandes intereses del historiador, que explica que tan representativo de una nacionalidad histórica es el nacionalista como el no nacionalista.

Juan Pablo Fusi ha sido docente durante muchos años, y actualmente es catedrático de Historia en la Universidad Complutense. Su opinión sobre el sistema universitario español es que no favorece la competencia y pone el ejemplo de su maestro Raymound Carr, que a pesar de haber tenido uno de los puestos más elevados de la universidad de Oxford, al no tener un doctorado no podría haber sido profesor en una universidad española.

En su libro Breve Historia del Mundo contemporáneo usted escribe que la verdad es relativa, discutible, y provisional. ¿Qué quiere decir con esto?

Me refiero a que nosotros no tenemos la misma interpretación de Egipto o del Imperio Romano de la que pueda tener un señor del siglo XII o del siglo XIII. Esto no pasa sólo con la Historia, solamente hay que fijarse en cómo ha cambiado nuestra visión sobre el origen del mundo o sobre la ciencia.

A medida que avanza el conocimiento adquirimos una perspectiva diferente sobre la realidad. Por lo tanto con la verdad hay que ser muy prudente, muy honesto y muy humilde y no pensar que uno ha descubierto ya el secreto del ornitorrinco, sino que queda mucho camino por recorrer.

¿Cree que en España se ha hecho un uso partidista o politizado de la Historia?

A veces sí, pero no creo que sea la característica que pueda definir a la historiografía en España. Tenemos magníficos historiadores de los que en modo alguno se puede decir que han hecho un uso politizado de la Historia. Que haya determinados sectores que politicen la Historia no quiere decir que los grandes historiadores, que por cierto son los que luego acabamos reconociendo como maestros indiscutibles y son los que han hecho aportaciones sustantivas al conocimiento, lo hayan hecho. Es evidente que hay una determinada Historia muy politizada, pero hay otra, la que unánimemente reconocemos como excelente, que no lo ha sido.

Usted participó en las correcciones del diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia, una obra que ha generado bastante controversia entre los historiadores.

Nosotros hicimos un listado con propuestas de nombres que nos parecían corregibles, por ejemplo la biografía de Mola o Franco. Por lo tanto no intervinimos en la corrección de las voces, sino en señalar cuáles nos parecían criticables. Dicho eso, que me parece bastante importante, por lo menos para saber dónde está la responsabilidad de cada uno, estamos hablando de un diccionario de unas cincuenta mil voces, en las que no sólo hay políticos o militares, sino también pilotos, personalidades célebres, escritores y demás, por lo que sin duda será de gran utilidad para el hombre medio.

A mí me parece bueno para el conocimiento y para el saber que pueda haber un sistema mucho más flexible en la contratación del profesorado

Usted ha sido docente durante muchos años. A su juicio, ¿cuáles son los principales problemas del sistema educativo español?

A mí la universidad de funcionarios y la universidad generalista me parecen negativas. Pero al mismo tiempo me parece imposible introducir un sistema de libre contratación de profesores ahora mismo en España. Por tanto el que a mí me parezca mejor una universidad basada en la libre contratación del profesorado que en el funcionariado es un brindis al sol. El libre acceso a la universidad es lo que tienen por ejemplo Oxford y Cambridge, unas universidades excelentes y competitivas.

El sistema de universidad pública y de funcionarios, que responde a una función pública de la universidad, no favorece la competencia. Una universidad concebida como servicio público lleva a unos estudios muy generales, por lo que la universidad nuestra española es casi un bachillerato ampliado.

¿Entonces usted piensa que un modelo de libre contratación sería más beneficioso para las universidades españolas?

No llegaría a una conclusión tan extrema. A mí me parece que es bueno para la comunidad universitaria, para el conocimiento y para el saber, que pueda haber un sistema mucho más flexible en la contratación del profesorado. Le pongo un ejemplo: mi maestro, el célebre historiador Raymond Carr, ha tenido uno de los puestos más elevados de la universidad de Oxford. Pues bien, no es doctor, nunca hizo el doctorado en Historia. Por lo tanto en España no podría haber sido ni adjunto.

El sistema español no permite el acceso a profesorado salvo vía de oposiciones, que es un proceso largo y que exige mucha vinculación a los departamentos, vía que seas primero becario, luego becario de investigación, luego ayudante y demás. Ese es un sistema que no permite la libre contratación.

Imagínese por ejemplo que ahora una universidad española necesitase especialistas en economía o lengua china. A lo mejor hay tres personas en Italia, dos en Alemania y cinco en Londres que podrían formar un magnífico departamento de estudios orientales. Pues eso sería imposible en una universidad española. El mundo anglosajón es muy flexible, el mundo continental no. Yo digo que preferiría un sistema más flexible, no que un sistema sea mejor o peor que otro.

Foto: Dani Pozo

Pero de todas formas me parece imposible la rectificación en profundidad del sistema español. Tal vez habrá que inventarse, aunque sería carísimo, otros niveles o escuelas dentro de la universidad que tengan estas características de la especialización, la competencia, el profesorado extranjero, y la libre contratación.

¿Por qué es imposible esta rectificación?

Principalmente por la concepción que tenemos de la universidad. La idea del funcionariado no es ninguna estupidez. En el modelo de universidad napoleónica es el Estado el que garantiza unos títulos que permitan el ejercicio de la profesión, por lo que la función docente está ratificada a través de un sistema de oposición.

Yo creo que en España, como en Italia o en Francia, ha cristalizado una idea de universidad en la que se considera que debe de haber pleno derecho de acceso a los estudios superiores por parte de toda la sociedad y una garantía del Estado de esa docencia. Los modelos de universidad privada en España no han acabado nunca de despegar. Hay algunas que funcionan bien, pero desde luego no han desplazado a la pública en la opinión de la mayor parte de los ciudadanos.

Usted nació en San Sebastián y es especialista en nacionalismo vasco. ¿Cree que la llegada de Podemos ha arrebatado parte del voto que tradicionalmente tenía la izquierda abertzale?

Es muy confuso saber de dónde procede este voto. Una parte parece que viene del voto de la izquierda abertzale, otra debe de venir del PSOE y de la izquierda más tradicional, y otra parte de la abstención que suele haber siempre en toda sociedad. Pero es imposible saberlo con exactitud. Parece que los caladeros de votos de Podemos son diversos. Ahora con las elecciones vascas lo veremos más claramente, ya que han apostado fuerte con Otegi, así que podremos valorar más claramente cuánto ha perdido en relación con elecciones anteriores y si ese voto ha ido a Podemos.

Tan representativo de una nacionalidad histórica es el nacionalista como el no nacionalista

¿Cree que Arnaldo Otegi tiene alguna posibilidad de ser lehendakari?

Yo diría que no. Lo que no sé es cuál puede ser el efecto Otegi. En principio es de suponer que su encarcelamiento de estos años le ha dado un grado de legitimidad importante, por lo menos ante un electorado propio. Otra cosa sería que luego no pudiese ejercer por la situación legal en la que se encuentra. Pero parece que será un candidato fuerte, ya que aparece en el momento oportuno, a escasos meses de su excarcelamiento. De todas maneras y aunque la situación, como en el resto de España, sea más compleja, se me hace muy difícil pensar que el PNV no va a volver a gobernar en el País Vasco, como viene haciéndolo casi ininterrumpidamente desde 1980.

El Ortega y Gasset que escribió España invertebrada (1921) pensaba que en España no había emoción nacional. ¿Está de acuerdo con este diagnóstico?

Esta pregunta no es nada fácil de contestar. ¡Yo no sé calibrar la emoción nacional! Evidentemente hay elementos de españolidad fuertes en España. Hay un nacionalismo banal, por ejemplo en el ámbito deportivo. Yo veo a gente que se pinta la cara con la bandera española, a la que producen gran emoción los triunfos de su país. Yo creo que hay un sentido fuerte dentro de los españoles de que España constituye una nación, y que por lo tanto hay una identidad española y una serie de factores en la Historia con los cuales la gente se reconoce y que les representan de alguna forma.

Ortega dice que no hay emoción nacional en 1921, cuando la sociedad española estaba poco vertebrada socialmente. La acción del Estado era relativamente pequeña, no había medios de comunicación modernos. El proceso de nacionalización de masas, que es el proceso por el cual el campesino deja de ser campesino y por lo tanto deja de vivir de su localidad, región o comarca y empieza a tener una visión nacional, estaba bastante verde en 1921. ¿Qué idea podía tener un señor de Almería de lo que es La Coruña?

Europa supo del asesinato del presidente Lincoln por barco, mientras que el asesinato de Kennedy lo vieron millones y millones de personas en todo el mundo, incluido España. Esos procesos de vertebración no existían en el siglo XIX. Con esto no quiero decir que no tuvieran sentido nacional, en el siglo XX ya había un ejército, habíamos tenido la Guerra de Marruecos, había una bandera española. Yo diría que en España emoción nacional hay. Sin duda hay preocupación nacional y hay interés nacional.

Foto: Dani Pozo

En su libro Identidades proscritas usted habla sobre las realidades e ideas no nacionalistas en sociedades que son marcadamente nacionalistas. ¿Ignoramos a veces estas voces?

Claramente. Lo que yo intento decir en ese libro es que tan representativo de una nacionalidad histórica es el nacionalista como el no nacionalista. Por ejemplo, yo no creo que Sabino Arana sea más representativo de la realidad histórica vasca que Pío Baroja. Y por cierto me interesa mucho más Pío Baroja, aunque esa es una cuestión aparte. ¿Pero por qué no van a ser igual de representativos Pío Baroja, Unamuno, Zuloaga,en otras palabras, la cultura vasco española? Todos estos escritores son tan genuinamente vascos y tan atentos a la realidad vasca como cualquiera de los ideólogos del nacionalismo.

¿En qué se diferencia el nacionalismo vasco del catalán?

Respecto al origen, porque luego todos los nacionalismos han acabado siendo muy parecidos, sí es verdad que en el nacionalismo vasco hay un componente étnico más fuerte que en el nacionalismo catalán. En el nacionalismo catalán impera más una visión de su propia historia, por lo que no existe tanto esta idea de un pueblo étnicamente diferenciado. Entre las muchas diferencias que puede haber entre nacionalismos se suele hacer una diferencia entre el nacionalismo étnico y el nacionalismo cívico. En su origen, a principios del siglo XIX e incluso en los años 20 y 30, el nacionalismo vasco tenía un componente étnico y el catalán tenía un sentido cívico mayor. Pero con el paso de los años se han ido borrando esas diferencias, y ahora está todo muy diluido.

El estado autonómico, que es de una enorme complejidad, ha funcionado infinitamente mejor de lo que cabría esperar.

Pasando al tema de la corrupción: ¿es un fallo de nuestro sistema democrático o de nuestros políticos?

Es un fallo de los políticos, que no se puede confundir con un fallo del sistema democrático. Yo conozco pocos países que hayan tenido un grado de corrupción política tan alto como los Estados Unidos entre 1880 y 1930. El número de políticos que acabaron en la cárcel es verdaderamente estremecedor, pero a nadie se le ocurrió decir que el problema está en la Constitución de 1776. Yo no puedo entender por qué cada vez que hay un problema en España, el error de un político o una mala práctica de un Gobierno, tengamos que estar cuestionando el sistema institucional. No es un problema del sistema, es un problema del ejercicio de la política.

Nuestra Constitución es excelente. El estado autonómico, que es de una enorme complejidad, ha funcionado infinitamente mejor de lo que cabría esperar. Las leyes electorales, la estructura del sistema de partidos, la maquinaria de control que existe sobre las votaciones y elecciones son absolutamente limpias. Me parece que España no tiene nada que envidiar a países de nuestro entorno. Las leyes electorales italianas son infinitamente más complejas y extravagantes que las nuestras.

¿Cómo valora la actitud de los principales partidos después del 20-D?

Desde el 20-D yo vivo entre la perplejidad, el desconcierto y la irritación. Podría ir señalando a unos y otros, que no lo voy a hacer, por muy distintas razones. La corrupción en algunos les hace un socio imposible. Otros tienen una osadía y audacia basadas en la desfachatez, en otros veo una bisoñez absoluta, y en otros un radicalismo inaceptable. Pero como diría Camus, la situación es preocupante pero no trágica. Los gobiernos de coalición pueden funcionar muy bien, aunque hay precedentes que no son no tan buenos. Ya que hablo de Camus y de Francia, la Tercera República francesa, de 1870 a 1940, tuvo 127 gobiernos. Pero el pluralismo político es casi consustancial a la sociedad moderna, y por tanto el que haya más partidos con opciones de gobernar y posibilidades de pacto no es ni tiene que ser negativo, como tampoco tiene por qué serlo el mal llamado bipartidismo.

Foto: Dani Pozo

Por cierto, ya que hablamos de bipartidismo. La gente se ha olvidado de que la estructura del Estado es claramente autonómica y de que el PNV, que no es ninguno de los grandes partidos, ha gobernado durante treinta tantos años en una comunidad que representa el 8% o 9% del Producto Interior Bruto. Y no olvidemos a Covergencia y Unión en Cataluña, Coalición Canaria…. Nuestro sistema político no sólo consiste de elecciones nacionales, sino también de elecciones autonómicas en la que estos partidos tienen un grado de poder y decisión económico y social verdaderamente enorme. Cuando hablamos de bipartidismo, a mí me salen mucho más partidos que dos.

¿Usted cree que habrá nuevas elecciones o es posible llegar a un acuerdo?

En este momento parece que habrá nuevas elecciones, salvo de producirse acuerdos que a mí me parecen absolutamente escandalosos, como un acuerdo del PSOE con Podemos prescindiendo de Ciudadanos. Que Podemos se abstenga y permita que se forme un Gobierno PSOE-Ciudadanos, o que de pronto se vuelva a la idea de una gran coalición, esas posibilidades me parecen en este momento dificilísimas. Lo que también es preocupante son los plazos tan larguísimos que nos hemos marcado.

Ahora se habla mucho de una segunda Transición. ¿Qué le parece esta idea?

Le podría traer un libro de José María Aznar en el que ya hablaba de una segunda Transición. Esto parece una cuestión recurrente. No me parece ni bien ni mal. Si lo que se quiere decir es que la Transición está agotada y fallida, eso es falso. La Constitución necesita retoques, eso es obvio. Hay algunos artículos que ya no tienen sentido, como por ejemplo el que dice que las provincias podrán formar comunidades autónomas. O se podría dar una vuelta de tuerca más en cuestiones como el Senado. Pero habría muchas más razones para modificar la Constitución de los Estados Unidos, que fue escrita hace tres siglos, y no tiene nada que ver con la sociedad actual.

El islamismo radical es una respuesta al fracaso de las distintas fórmulas de modernización que se han ido intentando en el mundo musulmán

Tras los recientes ataques de Bruselas, ¿debemos asumir que el terrorismo es ya inherente a nuestro tiempo?

No solo de nuestro tiempo. A finales del siglo XIX los anarquistas mataron a presidentes y reyes. Pusieron bombas en el Liceo de Barcelona, en la Bolsa de París… es verdad que ese terrorismo anarquista desapareció alrededor de 1910, y prácticamente desde entonces no habíamos tenido terrorismo, salvo aquellos nacionalistas como el IRA. No sé si será una lacra permanente de nuestro tiempo. Lo que es evidente es que la infrastructura terrorista del islamismo radical parece tener una fuerza considerable y sería engañoso pensar que no tendrá una presencia en el corto o medio plazo evidente.

¿A qué se debe este auge de islamismo radical?

Esa es una pregunta increíblemente compleja. Podemos encontrar muchas razones en el fracaso continuado de las distintas propuestas de Estado que han ido surgiendo en el mundo musulmán. Formas de Estado occidentalizantes, socialismo a la argelina, ejército modernizador tipo nasserismo.... Hay un gran debate en el interior de la propia sociedad islámica sobre la modernización y las respuestas a la modernización. Y siempre ha estado presente, por lo menos desde los años 20, la idea de que la única solución para ellos no es la occidentalización, no son los estados nacionales y las formas de Estado modernos, sino el retorno al Islam primitivo y por lo tanto al Islam como una comunidad social de creyentes.

Para mí el islamismo radical es principalmente una respuesta al fracaso de las distintas fórmulas de modernización que se han ido intentando en el mundo musulmán. Con eso no quiero descartar la acción de Occidente, que desde la desaparición del Imperio otomano también ha contribuido a la radicalización y al rechazo de esos valores occidentales. Todo el magma del debate en torno al islamismo surge por la crisis del Imperio otomano. Los musulmanes ven que el imperio pierde Grecia, Serbia, Albania, Rumanía, Bulgaria. Y ahí hay un debate muy claro: ¿Qué se hace para regenerar este mundo que ha perdido el tren de la modernidad? La respuesta a muchos fracasos de esas regeneraciones y modernizaciones es la idea de que se debe volver al Islam primitivo.

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