Esteban Urreiztieta Daniel Montero

El Bigotes no fue consciente cuando empuñó su teléfono móvil a las seis y media de la tarde del 20 de agosto de 2002 de que iba a retratar al mismo tiempo el auge y la caída de toda una época de la historia de España.

Faltaban apenas un par de semanas para la boda de la década, la que iba a unir por todo lo alto a la hija del presidente del Gobierno, Ana Aznar, con su prometido Alejandro Agag. Los contrayentes aprovecharon sus últimos días de vacaciones en Marbella para navegar con sus íntimos amigos hasta Tarifa, tomarse una cerveza en Ceuta y relajarse antes de la gran cita escurialense. En apenas doce metros de eslora se concentraba plácidamente el corazón del poder y la influencia política y el germen de su estrepitosa y corrupta decadencia.

Las vacaciones en el mar que envenenaron el aznarismo

Álvaro Pérez se había ocupado junto a la madrina, Ana Botella, de supervisar hasta el último detalle del enlace y tenía muy presente la instrucción que le había dado José María Aznar en un pasillo de La Moncloa antes del verano. “Alvarito, en la boda, gratis ni los palillos”, le indicó con un tono casi amenazante. “Pagándolo todo nos van a criticar... O sea que imagínate si dejamos que nos regalen algo”.

Ajenos a la trascendencia del evento, allí estaban, con una luz menguante, en el imponente yate de Francisco Correa, el cabecilla de la trama Gürtel acompañado por una nutrida y selecta tripulación. La expedición bordeó el Peñón de Gibraltar con los motores a toda máquina sobre un mar en calma que no hacía presagiar la tormenta posterior.

Álvaro Pérez se encaramó al puesto de mando del Carmen, activó su videocámara y comenzó a retransmitir la escena. El hombre fuerte de Correa en la Comunidad Valenciana, el mejor escenógrafo del momento, el simpático y locuaz sobrino de Andrés Pajares, comenzó su carrera profesional como técnico de sonido de José María García en Antena 3 Radio. En esa etapa convivió con los mejores narradores deportivos de la prensa española, se empapó de su estilo y con él, de la facilidad para contar un acontecimiento con un micrófono en la mano.

"El armador y la estrella de Europa"

Por eso, como si de un partido de fútbol se tratase, El Bigotes presentó a los tripulantes uno por uno. El primero, “el armador”. Y es que al timón se encontraba el magnate al que el PP había confiado la organización de todos sus actos electorales y que regó a sus líderes con todo tipo de regalos y comisiones.

Ensimismado en la navegación, con unas gafas de sol que ocultaban su mirada perdida en el horizonte, Correa dejaba que la brisa marina afilara y endureciera todavía más sus facciones de hombre autoritario y poderoso. Iba a ser el testigo de la boda a petición del novio y tenía decidido tanto su regalo como asumido incumplir la directriz de Aznar. Obsequiaría a la pareja con la iluminación del festejo por valor de 32.000 euros. Qué menos siendo tan amigos, se convenció a sí mismo.

A su derecha, como copiloto de la nave, Alejandro Agag, el inminente yerno del presidente, el hombre del momento, “la estrella de Europa”, al que el viento había rizado su melena y parecía, a ojos del locutor Pérez, “Juanito Valderrama”. Visiblemente incómodo con el contenido de la narración, tampoco desvió la vista del mar y se limitó a mirar de reojo a El Bigotes como queriéndole decir que, por favor, acabara cuanto antes.

Agag era amigo de Correa y su socio Jacobo Gordon ponía ya en marcha sus primeros negocios con “el armador”, entre los que se encontraba una promoción de viviendas de lujo en Majadahonda. Era uno de los chicos más listos del denominado clan de Becerril, integrado por los jóvenes cachorros del PP que bajo el manto protector de Aznar se reunían en la sierra madrileña y se posicionaban con fuerza para el futuro.

"Ana Agag" en su "balneario"

Tras presentar a los actores principales, el locutor Pérez giró súbitamente su cámara hacia la proa, lanzó un silbido ensordecedor y obligó a girarse a las actrices de reparto de su filmación. Tumbada en el inmenso solárium del yate estaba “Ana Agag” envuelta en una toalla. “Como si estuviera en un balneario... Con las aventuras que ha vivido Ana esto es una bobada”, aclaraba el locutor. A su lado, una sonriente “Carmen Correa”, María del Carmen Rodríguez Quijano, mucho más “acostumbrada” a estas travesías que la primera por su condición de “mujer del armador”.

Pero la popa todavía albergaba más tripulantes singulares. Confundido entre la mujer y el hijo de El Bigotes, el empresario Tito Pajares, dueño de la discoteca madrileña Gabana 1800, que albergó la despedida de la pareja Agag-Aznar, y que aparece en la película fugazmente, casi como un espectro, haciendo gala de la discreción que le caracteriza.

"El concejal" y su escena "X"

Mucho más resuelto, reclinado en los sillones de la bañera del barco, Alberto López Viejo, “el concejal”, el todopoderoso edil de Limpieza del Ayuntamiento de Madrid que luego llegaría a ser viceconsejero de Presidencia de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid y que ocultó en Suiza una cuenta por la que pasaron 1,6 millones de euros. Al saberse grabado por Pérez, lejos de disimular como hizo el resto, aprovechó a lo grande su minuto de gloria. Se giró hacia su pareja y la besó apasionadamente durante varios segundos, adquiriendo la escena un tinte casi “X”, como advierte El Bigotes a su audiencia.

El cortometraje que une para la posteridad a los hombres de la Gürtel con el aznarismo termina con una vista general del Peñón de Gibraltar, “el Moñón, como dice mi hijo”, precisa El Bigotes. Le sigue un plano lejano y tembloroso de “Marruecos”, dejando entrever que los confines de los amos de aquellos años en España sólo terminaba donde empezaba el reino alauí. Con él, una gran bandera rojigualda que ondeaba en la popa dando un cierto carácter institucional al momento.

Alvaro Pérez remató el rodaje, que ha permanecido oculto hasta ahora en uno de los ordenadores intervenidos por la Policía, con una advertencia que acabaría siendo premonitoria. “Saludad, que vais a salir en el Crónicas [sic] (en referencia al suplemento dominical de grandes reportajes del diario El Mundo)”, dijo a todos sus actores. No acertó, pero le faltó muy poco.