P. Pareja J. Vera

Samer escapó de la ciudad siria de Hama en Agosto de 2011 y se instaló en el barrio barcelonés de Poble Sec, donde residía un conocido de su familia. Sus padres y su hermana todavía siguen en Siria y por eso prefiere no dar muchos detalles sobre su historia. Cuando se enteró de la matanza el pasado viernes por la noche pensó tres cosas: que el terrorismo siempre se ceba con los más débiles, que tal vez le empezarían a mirar mal en Barcelona y que ojalá esas bombas hubieran explotado sobre Bashar Al Asad y no en París.

La comunidad islámica de Madrid y de Barcelona trataba este lunes de volver a la normalidad sabiendo que no era un día cualquiera. En la oficina del Consejo Islámico de Cataluña, situado en pleno Raval barcelonés, el teléfono no dejaba de sonar. Cada 5 minutos algún periodista buscaba al otro lado del teléfono a alguien que pudiera hablar en nombre de la comunidad musulmana. “Es normal que la gente se interese”, explicaba con resignación Lahcen Saaou, presidente de la entidad e imán de la mezquita contigua desde hace 36 años. Fuera, agentes de la Guardia Urbana de la capital catalana patrullaban con chalecos antibala.

“EL DOLOR ES DE TODOS”

En Madrid, minutos antes de que comenzara la oración de las 13:00 horas, la segunda mezquita más grande de Europa empezaba a recibir a musulmanes madrileños. La mayoría no quería hablar con la prensa, pero los que accedían a hacerlo articulaban un discurso casi idéntico: “No somos iguales. Predicamos de forma pacífica, la gente sensata sabe que el Islam no es lo que ha sucedido en Francia”.

“Condenamos enérgica e inmediatamente esta barbarie y a la gente que utiliza el nombre de la religión para incitar al odio”, explicaba a EL ESPAÑOL Sami El Mushtawi, encargado del Centro Cultural Islámico y Mezquita Omar de Madrid. “El dolor es de todos”, contaba en el Raval barcelonés Mohammed Al-Bukari, imán de una mezquita en Badalona.

Said El Idrissi, marroquí de 48 años y presidente de la Comunidad Islámica de Piera (Cataluña) aseguraba en Barcelona que los terroristas son los mayores desconocedores del islam. “Si te fijas, pocos de ellos han crecido en un país musulmán”, explicaba. “No han aprendido la religión de sus padres o abuelos, sino de algún fanático que les ha lavado la cabeza”. Este líder musulmán recalcaba que todos los suicidas acostumbran a tener niveles bajos de estudios y que ninguno suele superar los 35 años.

ISLAMOFOBIA, PRINCIPAL DELITO DE ODIO EN ESPAÑA

Asalah tiene 32 años, lleva desde los 14 viviendo en Madrid y dice no querer volver a vivir lo sucedido después del 11-M. Según relataba este lunes, muchos compañeros de instituto “no distinguían entre musulmán, islamista o yihadista” y eso le costó “insultos e intimidaciones”. Aún así, cree que no volverá a ocurrir algo parecido. “La gente sabe ya distinguir y no me van a llamar terrorista por llevar velo”, aseguraba la joven.

Su hermano, en cambio, se mostraba más escéptico sobre la situación. “Dicen que es broma, pero en el trabajo me han dicho esta mañana: ‘la que habéis liado’, como si yo tuviese algo que ver con eso”. Said El Idrisi, presidente de la Comunidad Islámica de Piera (Cataluña), articulaba un mensaje parecido. “Es como si tu vecino le rompe un cristal a alguien y va diciendo que has sido tú”, explicaba este marroquí en el centro de Barcelona.

Según la última estadística, de los 57 delitos de odio que la la Policía había registrado en España hasta septiembre, el 40% de ellos han sido ataques contra el Islam, convirtiéndose en el colectivo más vulnerable por delante de extranjeros u homosexuales.

La vicepresidenta de la junta islámica, Natalia Andurriales, asegura a este periódico que la sociedad española “es bastante prudente y responsable” como, a su juicio, se demostró tras los atentados en Atocha hace 11 años. Aún así, recuerda que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha llegado a afirmar que la islamofobia no existe en España. Un acto que tacha de “irresponsable” y remite al presidente a los datos que desde hace dos años ofrece el Ministerio del Interior sobre delitos de odio.

En el Centro Cultural Islámico Catalán, la segunda mezquita más importante de la ciudad situada en el barrio del Clot, la visita de EL ESPAÑOL no sienta demasiado bien. “¿Cuando un japonés comete un asesinato os vais a preguntar a la comunidad budista?”, pregunta una persona que no quiere dar su nombre pero que ocupa un despacho en el que pone "Dirección". Esta persona se limita a dar un comunicado impreso del centro en el que se condena el atentado y pide educadamente que nos vayamos.

CONCENTRACIÓN EN BARCELONA

Lahcen Saaou, el imán del Raval, imprimía durante la mañana del lunes carteles en los que convocaba una concentración a las seis de la tarde para mostrar el rechazo de la comunidad musulmana al atentado. “Hay que mantener la calma, hacer vida normal y mostrar nuestro rechazo” explicaba este imán de 64 años, un clásico de la ciudad.

A la hora de la concentración, sin embargo, unas escasas 50 personas se han reunido en la plaza Sant Jaume. La mayoría de ellas eran cargos públicos o periodistas y se veían pocos musulmanes. Preguntado si esperaba más gente, Saoou reconoce que sí. “Igual ha sido porque es en horario laboral o porque hemos avisado con poco tiempo”.

Ahmed Gehrun, argelino que ha acudido a la concentración, también coincide en el mismo diagnóstico. “La gente tiene sus trabajos e intenta seguir con su vida”.

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