Escuchamos con asiduidad que las redes sociales desinforman. La frase suena firme, mas es incompleta. No toda interacción digital conduce a confusión.
Vayamos por partes.
Un experimento social realizado por científicos de los Estados Unidos, Suiza y Polonia —publicado por Nature Human Behaviour—muestra que seguir cuentas de noticias durante dos semanas mejora el conocimiento de la actualidad, la capacidad de distinguir entre lo verdadero y lo falso y, en definitiva, la confianza en los medios.
El estudio, diseñado con 3.395 personas residentes en Francia y Alemania, asignó a los participantes dos tipos de tareas. Un grupo siguió cuentas de noticias generadas por medios supuestamente imparciales en Instagram o WhatsApp con notificaciones activadas. Mientras que el otro se subscribió a cuentas de cocina, arte o cine.
Después de dos semanas, quienes siguieron las noticias mostraron mejoras claras: sabían más sobre la actualidad nacional e internacional, reconocían con elevada frecuencia noticias reales, evaluaban mejor la veracidad de los titulares y, en general, confiaban en los medios que habían seguido.
El hallazgo no implica que toda exposición mediática sea útil. Indica que el modo de consumo importa. No basta con recibir más información: el valor de las noticias depende de su calidad, la fuente y la atención con que se procesan.
El experimento también sugirió algo más profundo: las redes, per se, no son por naturaleza desinformativas. Funcionan como un espejo que amplifica comportamientos. Sin embargo, pueden erosionar la confianza cuando difunden rumores, si bien fortalecen la comprensión cuando facilitan el acceso a fuentes verificadas.
Cuando crece la presencia de noticias falsas, la confianza en los medios disminuye, aunque la percepción de precisión se mantenga. También influyen las diferencias individuales: quienes razonan con más cuidado distinguen mejor entre lo verdadero y lo falso, confían menos en las instituciones, pero buscan con mayor frecuencia fuentes formales. En este escenario, la educación mediática se vuelve una herramienta clave para orientar el juicio y recuperar la certidumbre.
Por otra parte, otro estudio realizado en Estados Unidos e India mostró que enseñar a pensar críticamente sobre el contenido digital mejora la habilidad para detectar falsedades.
En otra cuerda, un metaanálisis reciente confirmó que un número progresivo de personas no solamente creen noticias falsas, también dudan de las verdaderas. He de decir que entender esa asimetría es clave para diseñar estrategias de confianza informada.
El experimento de seguimiento de cuentas noticiosas plantea un desafío a las plataformas. Muchas han reducido la presencia de noticias con el argumento de que los usuarios no las quieren. Sin embargo, los resultados sugieren lo contrario: cuando el acceso a información contrastada aumenta, el conocimiento también.
De hecho, podríamos asegurar que si las plataformas promovieran el seguimiento de fuentes confiables, podrían contribuir a una ciudadanía más informada.
El problema es definir qué significa "fuente confiable".
Ya sabemos que la información digital no circula de forma neutral. Los algoritmos priorizan contenidos que confirman nuestras creencias y filias, generando lo que llamamos cámaras de eco.
Incluso la información verdadera puede deformarse cuando únicamente se escucha lo que coincide con la propia visión del mundo. Además, distintos grupos interpretan la misma noticia como sesgada, un fenómeno que en psicología de la comunicación se conoce desde hace mucho tiempo.
No es un secreto que rediseñar el ecosistema informativo requiere nuevas estrategias. Algunas propuestas incluyen promover el seguimiento explícito de medios verificados, enviar alertas sobre nuevas publicaciones confiables, mostrar con claridad la identidad y método de cada fuente e incorporar herramientas educativas para evaluar contenidos.
No debemos olvidar que los algoritmos deberían promover la diversidad de temas y perspectivas. La pregunta sigue abierta: ¿será posible?
Una cosa deberíamos tener clara: ninguna tecnología reemplaza la responsabilidad del lector. La confianza no se impone: se construye con hábito, atención y duda. Lo que determina si una red informa o confunde no es su diseño, sino la relación que establecemos con ella.
No podemos negarlo, las redes se han convertido en un espacio central de la conversación pública. En ellas se discute, se aprende y se toman decisiones. Por eso, más que combatirlas, conviene entenderlas y orientar su funcionamiento hacia fines constructivos.
El estudio que mencioné al principio de esta columna muestra que un uso ordenado y consciente de las redes puede mejorar el conocimiento y el discernimiento. No se trata de idealizar el entorno digital, diría que la cuestión está en comprender su potencial educativo.
Ya lo sabemos, las redes pueden amplificar errores o reforzar la verdad. Todo depende de la educación, del diseño y, por supuesto, del compromiso del usuario. Aprender a leer con atención, contrastar antes de compartir y no confundir opinión con dato son acciones sencillas que fortalecen el pensamiento crítico.
Insisto, no confundir opinión con dato. Que el planeta Tierra es un geoide es un dato, no una opinión… por citar algo.
De cualquier manera, es bueno asentar que la desinformación no es una consecuencia inevitable de la tecnología. En cambio, si es el resultado de cómo decidimos usarla. Orientar a las redes hacia el rigor y la diversidad convertirá el riesgo en oportunidad.
No se trata de desconectarnos, sino de aprender a mirar mejor. Las redes no desinforman: lo hacemos nosotros cuando dejamos de pensar.