Mientras comía hace unos días con Ana López de San Román, directora de sostenibilidad de ILUNION no se iba de mi cabeza una imagen. La palabra alma, en colores, llenaba mi memoria. Y no porque estuviéramos hablando de espíritus, sino por dos motivos fundamentales.
El primero, que en su discurso clarividente esas dos sílabas eran pronunciadas múltiples veces para destacar la necesidad de reivindicar el alma para las empresas. Lo decía ella y lo piensan muchos CEOs y compañías que ponen el propósito, junto con las personas, en el centro, casi redundante.
El segundo, que mientras ella hablaba el colectivo artístico Boa Mistura, estaba acabando una obra sobre silos del puerto de Santander con las cuatro letras que ella no paraba de pronunciar. Ya puede otearse desde diferentes lugares de la capital cántabra esa ALMA colorida que es una manera de llamar la atención a santanderinos y visitantes sobre la necesidad de que puerto y ciudad se encuentren.
La obra está impulsada por Tiempo de Arte y la compañía Cantabria Labs y exhibe, además de lo dicho, otras particularidades que le pone más alma si cabe. Porque la palabra fue elegida de entre otras opciones por la ciudadanía. Y por si ello fuera poco, parte de sus letras han sido pintadas por cientos de ciudadanos junto con el colectivo.
Mientras Ana López de San Román me hablaba de alma, recordaba la obra y sus bondades, pero pensaba, desde luego, en el gran trabajo de ILUNION, que invierte el 100 por 100 de sus beneficios en ofrecer trabajo a personas con discapacidad o pertenecientes a colectivos vulnerables.
Sin embargo, no podía resistir la tentación de recordar visualmente ese ALMA con mayúsculas y de colores optimistas y su significado, más allá del relativo a esa unión entre el mar y la tierra, entre el puerto y la ciudad. Pensaba en que solo una empresa con alma es capaz de entender la necesidad de una acción similar, facilitando su realización.
Es el propósito, sin más…, ni menos. El propósito, siempre el propósito, esa palabra que algunos se empeñan en devaluar a base de hablar casi por hablar y que unas horas después de aquella comida con sus recuerdos escucharía en diversas ocasiones.
La oí como fundamental de boca del director general de DKV, en la celebración del 25 aniversario de Integralia, la fundación de la aseguradora también destinada a dar trabajo a personas que no diré discapacitadas, sino con otras capacidades.
Contra todo pronóstico decían repetidamente en aquella celebración protagonizada por afectados por esas capacidades especiales. Como bien dijo la conductora del acto, la periodista Lali León, todos tenemos capacidades y todos tenemos discapacidades. Esperaba un aplauso para aquella reflexión tan contemporánea.
Recordaba la llamada al alma de Ana. Me regodeaba en la imagen ALMA. Me congratulaba de compartir en tan pocas horas la bondad de empresas que, de verdad, entienden las finanzas con esa línea más en sus Excels que es la del bien común.
Y, predispuesta como estaba, me emocionaba escuchando las historias de personas que han vivido cómo Integralia les había cambiado la vida, contra todo pronóstico. Porque contra las predicciones médicas que habían asegurado inmovilidad de por vida, por ejemplo, no solo se mueven, sino que trabajan, se enamoran, se emparejan, tienen hijos y sobre todo viven con el alma latiendo sobre todas las cosas.
Otra reflexión y otra información que comparto, y que escuché en aquella gala que celebraba Integralia. La primera es que cuando se habla de la necesidad de tener autonomía no debe aplicarse únicamente a las personas con discapacidad. La autonomía va más allá de la física. Y la necesitamos todos los seres humanos.
En cuanto a la información, escalofriante. En plural. Dos: una de cada siete personas sufre una discapacidad y un 25% de la población vivirá alguna vez en su vida un problema de salud mental.
Que haya empresas capaces de poner en su core estos asuntos es no solo de agradecer sino sobrecogedor. Que haya empresas con la inteligencia emocional es esperanzador. Porque eso les permite entender que, con la cultura, con el arte, con las artes, la sociedad evoluciona mejor. Y eso en definitiva es poner la bondad en su sitio y dibujar otras variables posibles más allá de las financieras.
Y ya que estamos con los recuerdos, hay que traer de los meses pasados al presente el índice de confianza que cada año, y desde 2020, publica la compañía de comunicación global Edelman. En su barómetro se analiza la seguridad, la fe, la esperanza, que la ciudadanía tiene en las empresas, los gobiernos, los medios de comunicación y las ONG.
No deja de ser llamativo que, en sus últimos índices de confianza, incluido el de este año 2025, los ciudadanos confían cada vez menos en las instituciones, en las cuatro instituciones. Pero le va como anillo al dedo al tema que nos ocupa el hecho de que sea precisamente en las empresas en las que más se confía.
Los ejemplos citados son eso, ejemplos. Hay muchas compañías que, en efecto, trabajan con propósito y lo alinean con su misión, visión y objetivos. Y su conocimiento es un altavoz de un patrón para otras.