A Álvaro Fidalgo (Madrid, 1989) le cuesta hablar de su infancia como un trauma, aunque sobrevivió a dos sepsis antes de cumplir los tres años y nació con un solo riñón funcional. "Si pienso en el hospital, no tengo imágenes de dolor constante", recuerda.
Lo que sí conserva es la sensación de frío durante alguna prueba, el miedo a quedarse solo en una sala y, sobre todo, el enorme esfuerzo de su madre por hacer que aquel mundo clínico no lo devorara.
Su primer aprendizaje no fue el sufrimiento, sino la cautela. "Escuchaba todo el rato: 'hay que tener cuidado', 'no te arriesgues tanto', 'evita golpes'… Era un mensaje lógico después de haber estado dos veces al borde de la muerte".
Sin embargo, ese mensaje, que empezó como protección, terminó convirtiéndose en algo más profundo que marcaría su vida adulta. O, por lo menos, así lo describe el propio Fidalgo: "Con el tiempo, entendí que esas palabras se convirtieron en un molde".
Durante años, el madrileño convivió con la idea de que había algo frágil en él, algo que no convenía poner demasiado a prueba. Iba al hospital periódicamente para hacerse análisis y revisiones, un ritual que alimentaba ese radar interno que nunca se apagaba.
Por fuera, la historia era otra: un niño normal, deportista, buen estudiante y socialmente integrado. Pero por dentro, la cautela empezaba a escribir su biografía sin consultarle. "Me esforzaba, aprobaba… pero no sentía ni motivación ni sentido. No encajaba conmigo".
La identidad protegida explotó cuando el cannabis entró en su vida como una escapatoria amable. "Lo que empezó como una evasión se convirtió en adicción funcional: estudiaba, trabajaba, salía, cumplía… pero todo con una especie de niebla de fondo".
Consumir se convirtió en una forma de no mirarse, una anestesia emocional para apagar el dolor de la separación de sus padres y la creciente sensación de no estar conectando con quien realmente era. Hasta que un día llegó el "hartazgo".
"Me cansé de verme en el mismo sofá, fumando, contándome la misma excusa", confiesa. Así que se fue a Asia durante ocho meses. No para encontrarse, sino para dejar de esconderse.
Una jaula invisible
En aquel viaje desmontó, una a una, las falsas certezas que lo habían acompañado desde niño. Subió a más de 5.000 metros en Nepal, recorrió Vietnam en moto, viajó solo por Tailandia y se adentró en zonas rurales de Camboya para hacer voluntariado.
"No tenía a nadie diciendo qué era seguro y qué no. […] Y, en lugar de asustarme, descubrí que podía y empecé a elegir", relata. Esa travesía terminó abriendo dos grietas fundamentales: la primera, darse cuenta de que no era frágil; la segunda, que su historia no era una condena.
La ausencia de anestesia —sin cannabis, sin rutina, sin red conocida— lo obligó a enfrentarse a sí mismo. Y fue en ese silencio donde surgió la idea de trabajar con personas, entender la mente humana y construir algo útil.
Álvaro Fidalgo creó Hexagon, un modelo inspirado en el trabajo de los deportistas de élite.
Pero incluso cuando regresó y comenzó a ejercer como psicólogo (lo que había estudiado), seguía operando parte del patrón de la infancia; hasta que un episodio en Dublín se convirtió en un espejo brutal.
Trabajaba en un recurso para personas sin hogar y politoxicómanas. Una noche, un usuario con un brote psicótico cubrió un baño de excrementos y, por ser el nuevo, le tocó limpiarlo. "Tenía una carrera, tres másteres, una amplia formación y vocación, pero la falta de toma de decisión consciente me había llevado a estar limpiando una pared llena de mierda".
Y ese, dice, fue el instante de claridad que le faltaba. "No porque el trabajo fuera indigno, sino porque simbolizaba una cosa muy clara: cuando no decides tu camino, la vida decide por ti".
Golpe de realidad
De esa pregunta —y de toda la biografía anterior— nació Hexagon, un método propio que mezcla psicología clínica, coaching, estructura vital y hábitos de salud. "Para que nadie que sienta que tiene potencial se quede atrapado en la cautela o el piloto automático".
Su experiencia deportiva, además, tuvo un papel clave. Durante años jugó al fútbol a nivel competitivo, cerca de dar un salto al mundo profesional "en un par de ocasiones".
Y siempre le fascinó la filosofía de alto rendimiento: "No solo se les trata cuando se lesionan; se les entrena para evitarlo de nuevo, se les acompaña en su nutrición, su descanso y su fortaleza mental".
Esa lógica la trasladó al ámbito mental. Organizó Hexagon en seis ejes —trabajo, ocio, cuerpo, deporte, naturaleza y red de apoyo—, a través de los cuales buscaba "optimizar la terapia que ya existe y democratizar el acceso al alto rendimiento mental".
"Al final, lo que traemos no es un modelo 'extremo', sino una forma muy seria y humana de entender que tu mente también necesita entrenarse con método, constancia y propósito, ya que nadie nos enseñó a hacerlo para rendir de la mejor manera posible", indica Fidalgo.
Salir del 'burnout'
Cuando alguien llega al límite, a esa sensación de burnout, como le ocurrió a él, el madrileño no habla de exigencia, sino de reconstrucción. "En la primera fase trabajamos mucho la historia, la narrativa, el nivel de agotamiento real, las creencias y el estado del cuerpo".
Y es que solo cuando hay un mínimo de regulación —mejor descanso, más conciencia, menos tensión— se introduce la disciplina como herramienta. "Para cuidarse, no para explotarse", subraya.
Para Fidalgo, la recuperación no consiste en parar sin más, pues implica recuperar el ocio, reordenar el trabajo, devolverse al cuerpo su lugar, reconectar con la naturaleza y revisar la red de apoyo.
"Cuando ambas cosas se alinean, la persona deja de vivir en modo supervivencia para empezar a hacerlo en modo crecimiento, focalizando en el proceso", asegura.
Hexagon, dice, funciona porque pone todos los engranajes a trabajar a la vez. Porque entiende que una vida sostenible no puede construirse desde un solo eje hipertrofiado.
Y porque él mismo —el niño sobreprotegido, el joven anestesiado, el viajero que se redescubre, el psicólogo que limpia un baño y despierta—tuvo que desmontar su propia "jaula invisible" para poder demostrar que otra forma de vivir sí era posible.
