La alimentación en las residencias de mayores se ha convertido en uno de los grandes indicadores de calidad asistencial. No solo por lo que implica desde un punto de vista nutricional o sanitario, sino porque refleja el respeto con el que tratamos a quienes, en su etapa más frágil, dependen de nosotros.

En respuesta a la creciente demanda administrativa sobre la gestión en las cocinas, a la nueva Ley de uso de los desperdicios y, sobre todo, a la exigencia de las familias, conviene recordar que la alimentación en las residencias es uno de los aspectos que más interés despierta y que más preocupa.

Y es lógico: hablamos de un derecho fundamental, que no entiende de edades y que define, quizá mejor que cualquier otro, qué modelo de atención queremos para nuestros mayores.

Muy atrás han quedado ya los Chicotes y fábulas sobre la comida en el sector de la dependencia.  Hoy contamos con distintos mecanismos para valorar el grado de satisfacción de las personas residentes, que participan cada vez más en qué se elabora, cómo se elabora y si es del gusto de la mayoría.

Se han creado Comisiones de Menús, integradas en los Consejos de personas usuarias, y ellos mismos deciden qué platos se mantienen, cuáles se sustituyen y qué innovaciones se incorporan.

En muchos casos, son las propias familias las que participan en degustaciones junto con los responsables de las mismas y el personal de cocina, lo que permite una valoración compartida, refuerza la transparencia y garantiza que la opinión de los mayores no quede en un mero trámite.

Además, proliferan iniciativas que buscan devolver a la comida su dimensión social y cultural. Jornadas Gastronómicas, talleres de cocina, menús específicos planificados por mayores para fechas especiales, el aperitivo de los domingos, o desayunos a elegir son prácticas que ya desarrollamos en las residencias. 

Para quienes trabajamos desde la atención centrada en la persona y la humanización, el momento de la comida tiene un valor relacional fundamental. Cuidamos desde lo que se come, a cómo se sirve, se presenta o se da en boca, en los casos que lo requieren.

Entendemos que es un momento de placer que los mayores valoran mucho y que debe vivirse con calma, en un entorno agradable y social. 

Es cierto que la desnutrición en edades avanzadas es habitual y muchas veces se responsabiliza a las residencias, cuando en realidad responde o a hábitos previos que con la vejez se acentúan o a patologías que nos hacen más inapetentes. 

Nuestro gran reto es conseguir que la persona dependiente disfrute, valore positivamente la comida y siga opinando, aun estando institucionalizada, mientras garantizamos, al mismo tiempo, una nutrición adecuada.

En definitiva, comer no es solo alimentarse: es decidir, disfrutar y relacionarse. Y en las residencias, tenemos la responsabilidad de que ese derecho se mantenga siempre vivo.

*** María Ramos es directora de operaciones y coordinación de centros Grupo Villamor.