A veces no resulta tan simple contar qué es Iberoamérica. Basta con ver los cada vez más acalorados debates en redes sociales sobre si es correcto o no el uso de conceptos como Latinoamérica o Iberoamérica para referirnos al amplio grupo de países que componen nuestra región, para darnos cuenta de que existe una gran polémica sobre cuál es el más adecuado y para llegar a definiciones precisas.

Sin embargo, es notable cómo Iberoamérica siempre sale ganando en estos y otros espacios como el concepto más cercano a un consenso general, ya que encierra una serie de ideas y matices en los que todos nos ponemos de acuerdo: somos una comunidad, una macrocomunidad, en la que, a pesar de la diversidad, nos reconocemos los unos a los otros.

Da igual si estás en Ciudad de México, Sevilla, La Habana, Cartagena de Indias o Río de Janeiro: la sensación de estar en casa es inevitable. Poder hablar, compartir y soñar junto a cerca de 850 millones de personas en tu propia lengua —si juntamos toda la población de habla española y portuguesa del mundo— es un privilegio que no todos tienen en esta sociedad globalizada de hoy; más o menos lo tienen los chinos, pero el alcance geográfico no es ni de lejos el mismo, ni tampoco la rica multiculturalidad que caracteriza a nuestros pueblos.

En la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) defendemos con firmeza esta idea cuando promulgamos que "ser iberoamericano es una forma de ser y de estar en el mundo". Y no es una exageración.

Que el español y el portugués compartan hasta un 89% del léxico, es decir, de las palabras que componen su enorme corpus lingüístico, es una gran oportunidad frente a un mundo que, a pesar de la aparente conectividad, se aísla cada vez más y se entiende cada vez menos.

Esa cercanía lingüística no solo es una cuestión filológica: es una ventaja competitiva en términos de desarrollo, educación, ciencia, cultura y comunicación.

Espacios como la Conferencia Internacional de las Lenguas Portuguesa y Española (CILPE), que organizamos desde la OEI, son ventanas impresionantes de proyección y cooperación de nuestras lenguas y, en definitiva, de nuestra cultura común.

En ella se ponen sobre la mesa los principales desafíos y oportunidades que tenemos como iberoamericanos ante un mundo cambiante y aturdido de información.

Hoy la inteligencia artificial o el papel de nuestras lenguas en la geopolítica y la ciencia son aspectos clave para su posicionamiento, pero con certeza mañana serán otros, y debemos poder estar preparados para encarar dichas discusiones con rigor y ambición.

Con ese espíritu, este año, tras tres ediciones exitosas en Lisboa (2019), Brasilia (2022) y Asunción (2023), la CILPE vuelve, pero con alma y acento africano, porque África también tiene mucho que decir en esto de "ser y sentirse iberoamericano".

Cabo Verde acogerá la conferencia los próximos 11 y 12 de noviembre con el enorme reto de poner el foco en tres temas fundamentales: el multilingüismo, la interculturalidad y la ciudadanía, o lo que es lo mismo, analizar las complejidades de nuestra riqueza cultural y lingüística, el más valioso activo que tenemos para posicionarnos ante el mundo.

CILPE no es solo un foro de expertos o una cita institucional: es un recordatorio de que nuestras lenguas viven, se transforman y dialogan cada día en las calles, en las aulas y en los espacios digitales. Y que su defensa no depende solo de las instituciones, sino de cada persona que elige expresarse, crear o pensar en las lenguas de García Márquez y Saramago.

Cada palabra que usamos, cada libro que leemos, cada investigación que compartimos en ellas fortalece el ecosistema de esta comunidad lingüística que abarca varios continentes y que, sin embargo, sigue siendo inteligible para todos por su tono, su cercanía y su humanidad.

Porque más allá de los tecnicismos o las etiquetas geográficas, Iberoamérica es una actitud. Es la voluntad de reconocernos en el otro, de construir puentes donde otros levantan muros, de comprender que la diversidad no nos separa, sino que nos fortalece.

Es entender que nuestras lenguas, incluidas las lenguas indígenas, no compiten: se acompañan, se nutren, se mezclan y se reinventan en canciones, en poesía, en ciencia y en la vida cotidiana.

Iberoamérica es, si me permiten el símil, una conversación interminable entre quienes compartimos una historia, una lengua y un horizonte común. Una conversación que atraviesa océanos, fronteras y generaciones, que se enriquece en cada intercambio, cada vez que contamos lo que somos ante el mundo, y que nos recuerda, con humildad y orgullo, que seguimos siendo parte de algo más grande, de una familia.

Por ello, les invito a seguir contando qué es Iberoamérica y apostar por nuestras lenguas, porque hacerlo, sin duda, será una forma de seguir creyendo en nosotros mismos.

*** Jair Esquiaqui es responsable de Comunicación de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI).