La vivienda desempeña un papel fundamental en nuestra calidad de vida. No solo es el espacio donde descansamos o pasamos gran parte del día, sino que influye directamente en nuestra salud, en nuestro confort diario y en el gasto energético que asumimos cada mes.
En este contexto, apostar por una vivienda sostenible y eficiente es una decisión con implicaciones reales: reduce el consumo, mejora el bienestar dentro del hogar y contribuye al cuidado del entorno.
A medida que aumenta la conciencia sobre estos beneficios, también crece el interés ciudadano por vivir en espacios que no solo respondan a necesidades funcionales, sino que lo hagan de forma responsable y saludable.
Prueba de ello es que, según el III Observatorio de Vivienda y Sostenibilidad elaborado por UCI, el 76,5% de los españoles estaría dispuesto a pagar más por una vivienda sostenible, llegando a aceptar un sobrecoste medio de hasta 14.000 euros.
Además, un 88% se muestra predispuesto a acometer reformas para mejorar la eficiencia energética de su hogar. Estas cifras reflejan una evolución en la mentalidad social: cada vez somos más conscientes de que una vivienda eficiente no solo consume menos, sino que nos permite vivir mejor.
Una casa bien aislada, con buena ventilación y sistemas energéticos optimizados, proporciona confort térmico, ahorro económico y una notable mejora en la calidad del aire interior.
Los beneficios son palpables: menor humedad, menos ruido, más estabilidad en la temperatura y, por tanto, un entorno más saludable. En definitiva, la sostenibilidad empieza a entenderse como un componente esencial del bienestar cotidiano.
Sin embargo, todavía queda mucho camino por recorrer. Existe una desconexión evidente entre lo que los ciudadanos perciben y la realidad del parque residencial.
Mientras un 41% cree vivir en una vivienda muy eficiente, lo cierto es que más del 80% del parque edificado en España se encuentra en las peores calificaciones energéticas (E, F o G). Esta brecha evidencia una carencia estructural de conocimiento, que debe abordarse con campañas informativas eficaces y adaptadas a distintos perfiles de población.
Aunque la sostenibilidad aún no ha desbancado al precio como principal criterio de compra, ya influye en las decisiones del 60% de los compradores, y un 19% la considera indispensable. La tendencia es clara: el mercado empieza a moverse, pero necesita respaldo, confianza y herramientas que hagan posible este cambio.
En ese sentido, la financiación tiene un papel fundamental. Hipotecas verdes, préstamos para rehabilitación energética o modelos de compra-reforma son soluciones eficaces, pero siguen siendo grandes desconocidas: solo un 17% de los ciudadanos sabe realmente en qué consisten.
Por tanto, no basta con ofrecer estos productos; es imprescindible explicarlos, acompañar al ciudadano y adaptar las soluciones a cada realidad económica y social.
Apostar por la vivienda sostenible no solo es invertir en eficiencia energética o reducir emisiones. Es también construir un parque residencial más saludable, resiliente y alineado con los retos climáticos del futuro.
Es una oportunidad de transformación que ya está en marcha, pero que necesita impulso, pedagogía y una acción coordinada entre sector público, privado y ciudadanía.
Apostar por una vivienda eficiente se traduce en una inversión en calidad de vida, salud y ahorro a largo plazo. El reto ahora es hacer llegar esta visión al conjunto de la sociedad, reducir las barreras de entrada y consolidar una cultura del hogar sostenible que no deje a nadie atrás.
*** Laura Visier es directora de Rehabilitación en UCI.